LAS CICATRICES DEL SOCAVÓN

"Quince años después, aún se me eriza la piel al recordarlo"

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zentauroepp51901697 barcelona 23 01 2020 barcelona la florista junto 200124140014 / JORDI COTRINA

Helena López

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Esther recuerda la niebla. Una niebla blanca y densa que no había visto nunca antes en el barrio. En Galicia, de donde es su madre, "claro", pero jamás en el Carmel. La madrugada del 27 de enero del 2005, Esther llegaba a casa a las tres, como cada día en aquella época, en la que trabajaba en un restaurante en el turno de noche. "A primera hora de la mañana mi madre me levantó, que nos teníamos que ir, que el piso se caía. Cogimos al perro, cuatro cosas y nos fuimos", narra la joven. Finalmente su piso, en la calle de Sigüenza, ni se cayó ni lo tiraron, y aquella misma noche pudo volver a casa; pero 15 años después, no olvida aquel día. Aquella niebla. No es la única. Hoy trabaja tras la barra de una cafetería en el barrio –lo que la convierte en conocedora de primera mano de lo que preocupa y no en el lugar– y asegura, sin dudarlo, que el episodio del socavón sigue vivo en la memoria colectiva.

Mercè corrió peor suerte que Esther. La quiosquera de la calle de Llobregós vivía en el 10 del pasaje de Calafell, la zona cero. La madrugada del 27, esa que Esther recuerda con una densa niebla blanca, Mercè ya no la pasó en su casa, por suerte. Su finca, la que aquella mañana se tragó la tierra, ya había sido desalojada. "Yo ya estaba en el hotel, pero mis cuatro perritos sí estaban en la casa, solos, porque no sabía si los podría tener en el hotel", recuerda la mujer, quien asegura que ya nadie se acuerda de aquello: "Todo pasa, y está bien que sea así, dentro de la cabe".

En el mapa

"Aún se me eriza la piel. Ese día no se me olvidará en la vida. Lo recuerdo como si fuera ayer", responde Núria al ser preguntada sobre aquel 27 de enero. Desde hace 20 años tiene una pequeña floristería exterior en el mercado del barrio, a pocos metros del quiosco de Mercè. "Hace 54 años que estoy en el barrio. Antes de la floristería estaba en la tienda de mis padres, en Calderón de la Barca", señala la mujer.

Nombres de calles: Calafell, Calderón de la Barca, Sigüenza, que la tragedia durante las obras de construcción de la L5 situó en el mapa.

"Mi padre había denunciado grietas en la calle de Calderón de la Barca 13 días antes del suceso"

Núria Carrasco

— Florista del mercado del Carmel

"13 días antes del socavón mi padre ya había denunciado unas grietas que no eran normales en Calderón de la Barca", prosigue la florista mientras coloca las plantas de su pequeño negocio. "Yo llegaba del gimnasio y estaba abriendo la tienda cuando una vecina me alertó del polvo que salía del otro lado de la calle", relata la mujer, quien tiene también muy marcado aquel 14 de febrero, pocos días después del hundimiento. "Ese es un día grande para nosotros, claro, pero aquí nadie estaba para regalar flores. Aquellos días estaba todo lleno de vigilantes, porque había muchos pisos vacíos, con todas las pertenencias de las personas desalojadas dentro, y el jefe de seguridad les dijo a sus trabajadores, '¿no les queréis llevar una planta a vuestras mujeres?' Esas son las flores que vendí aquel San Valentín", narra la comerciante mientras coloca el colorido género, antes de apuntar que el suceso le afectó mucho "tanto emocional como económicamente".

"Primero fueron las obras, que yo tenía el agujero del metro justo aquí, después el socavón -añade la florista-, y cuando levantamos cabeza de lo del socavón, que costó, llegó la crisis".

"Caí en depresión"

Tres lustros después, Núria tiene otra imagen de aquel día grabada a fuego. La de José Luis gritando en la calle que salieran de las casas, que los edificios se hundían. Por aquel entonces, José Luis trabajaba en una tienda de electrodomésticos en el 12 de la calle de Conca de Tremp, edificio sobre el que ahora hay un pequeño parque, conocido popularmente como "la plaza del socavón". 

"Me han quedado secuelas. Tengo pánico a los acantilados, y mira que yo había sido escalador. Escuché un crujido y vi una grieta enorme, primero de un centímetro de anchura y después de un palmo. Salí a la calle y en aquel momento vi cómo desaparecía todo", señala el hombre, a quien el suceso le puso la vida del revés.

"Todavía tengo secuelas; me dan pánico los acantilados»

José Luis Ogaya

— Testigo del hundimiento

"Llevaba trabajando allí desde los 14 años. Caí en depresión. Como me decía la psicóloga, me rompieron la burbuja", se sincera el hombre desde la tienda de electrodomésticos que abrió como autónomo hace unos años en la empinada calle de Llobregós, a pocos metros de donde pasó todo aquello. Calle que acoge una de las bocas del metro, que, pese a todo, finalmente llegó, y para la que vecinos y comerciantes tienen ideas. "Cuando llueve las caídas son frecuentes. Estoy harta de pedir que hagan algo. Porque la orografía del barrio es la que es, pero el suelo debería ser antideslizante", concluye Núria, la florista, mirando ya al presente (y al futuro). Y apunta otra petición: un cartel indicando a los autobuses de turistas que no giren hacia el parque Güell por Calderón de la Barca tal y como les indica el Google Maps, que la calle es estrecha y tiene una pendiente imposible.