CRÓNICA

Flórez y su reconquista

El tenor peruano ofrece un magnífico recital en el Palau

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Pablo Meléndez-Haddad

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Regresó para llenar el Palau de la Música Catalana con su arte incomparable el tenor peruano Juan Diego Flórez que, gracias al ‘Universo Flórez’ que el auditorio modernista viene programando desde hace tres cursos, regala a sus abonados año a año periódicas comparecencias de este gran cantante lírico, desde siempre en plenitud. Además, desde hace ya tres temporadas Flórez no canta ópera en el Liceu, por lo que sus conciertos y recitales son más que bienvenidos.

Comenzó calentando la voz con tres ‘ariette’ de Bellini, de esas de conservatorio, transformadas por Flórez en auténticas arias operísticas seguidas, después de un breve solo de piano a cargo del siempre eficaz Vincenzo Scalera, de sendas escenas de ‘I Puritani’ e ‘I Capuleti ed i Montecchi’ magníficamente expuestas y con brillantes ascensos al agudo. El recorrido continuó por Donizetti, primero con una pieza para piano –un vals no muy feliz– y después con una virtuosa aria de ‘Rita’ llevando al público a la locura por las filigranas vocales.

Veladas de alto nivel de exigencia

El gran artista continúa ofreciendo veladas de alto nivel de exigencia en las que se aprecia una búsqueda del sonido óptimo nota a nota. Su arrojo (siempre pone toda la carne en el asador) y su fraseo de ensueño –nacido y desarrollado en la mejor escuela operística posible, la del ‘bel canto’ romántico– unidos al dramatismo con el que carga el texto, las melodías, los sobreagudos y hasta el ornamento, lo siguen coronando como uno de los mejores tenores de su generación en este repertorio. El timbre sigue siendo hermoso, aterciopelado y con un esmalte similar en toda la extensión.

En la segunda parte se centró en el repertorio en el que lleva indagando el último lustro, el francés y Verdi, ello después de tres piezas de operetas de Lehár. Acompañado a piano su Don José en el aria de la flor contó casi con la rotundidad que requiere el papel, siempre llevándoselo a su terreno, alargando el agudo y pasando de puntillas por los graves. Impactó después con un Faust muy bien fraseado y remató la jugada como el Attila verdiano –muy entregado– y con una espectacular escena de ‘I Lombardi’ dándolo todo, antes de abrir el capítulo de propinas guitarra en mano y entre vítores de ‘¡Viva el Perú!’. Tanto orgullo patrio no es para menos ante una figura de la dimensión de este gran intérprete.