Anna Balletbò: energía pura
Siempre tenía un gigantesco "sí" para todo aquello que significaba hacer de este mundo un lugar más habitable y más justo
Muere a los 81 años Anna Balletbò, exdirigente del PSC

Anna Balletbò / PERE GASSO / RG7
Escribo esto desde la tristeza que me produce haber conocido hace escasos momentos que nos acaba de dejar Anna Balletbó.
Mi relación con ella ha tenido episodios diversos que también se corresponden con nuestras respectivas trayectorias vitales. La conocí en los inicios de la década de los ochenta, cuando ella estaba trabajando en temas relacionados con la comunicación y éramos vecinos de oficina, lo que me permitía estar en un lugar privilegiado para aprender de ella.
Aprender varias cosas. En primer lugar su incapacidad para comprender una palabra concreta. Esa palabra era “no”. Nunca aceptó un no por respuesta y uno podía llegar a pensar que era por inflexibilidad o prepotencia, pero nada más lejos de la realidad, porque ella siempre trabajaba por conseguir un "sí". Un "sí", por ejemplo, para algo que en los primeros ochenta cuando todavía no estaba tan generalizado y aceptado: para conseguir que las mujeres tuvieran las mismas oportunidades que los hombres, para ayudar a aquellas mujeres que querían interrumpir su embarazo, cuando en España todavía no se habían aprobado las leyes que ahora lo permiten.
Y, en general, siempre tenía un gigantesco "sí" para todo aquello que significaba hacer de este mundo un lugar más habitable y más justo, seguramente por eso creó e impulsó la Fundación Internacional Olof Palme, a través de la que realizó múltiples acciones de solidaridad y cooperación internacional en todo el mundo. El nombre de la fundación no era casual, porque Olof Palme destacó en el panorama internacional por defender causas relacionadas con la democracia y la solidaridad, como se demostró con su activismo para que España avanzara hacia una democracia plena.
Así que Anna fue la suma de todo ello. La diputada joven, embarazada, que salió del Congreso tomado por los golpistas aquel 23 de febrero de 1981 y que facilitó información valiosa de lo que pasaba en el interior en aquellas horas tan dramáticas. La comunicadora incisiva que nunca dejó de preguntar ni de preguntarse muchas cosas a todo el mundo, a amigos y también a adversarios, de los que consiguió tener el máximo respeto, admiración y, en muchos casos, amistad. La Anna que cuando, año tras año, se celebraban las Jornadas de Economía de S’Agaró, organizadas por ella, estaba pendiente de todas las mesas de debate, de todas las personas que intervenían, de toda la organización del evento, incluso de qué se servía y cómo a la hora de los almuerzos de trabajo.
Cuando Anna aparecía sabías con certeza que todo estaba bien porque ella hacía que fuera así, hasta el último detalle.
Toda esta actitud vital no era solo algo que tuviera que ver con una necesidad de hacer, solo de hacer. Era para algo. Había propósito, siempre había propósito. La suma de todo lo que hacía constituía un todo. Un todo que tenía que ver con unas profundas convicciones que se expresaban a través de la acción. Sí, de la acción. Con reflexión, con objetivos, con planteamientos también teóricos que dibujaban un mundo y una sociedad de una determinada manera pero no desde la posición cómoda del analista o del 'intelectual' que, cómodamente sentado en una tribuna, analiza y pontifica. No. Ella sabía que había que implicarse, actuar, buscar recursos y cambiar las cosas desde la acción directa, aquí o donde fuera que se necesitara. Y así, con esta fuerza desbordante, fue como cambió muchas cosas pero, sobre todo, nos cambió a los que tuvimos el privilegio de conocerla para intentar hacerlo cada día mejor, gracias a su ejemplo.
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