La fulgurante carrera de un 'crack¿

Menino, artista y marca

JOAN DOMÈNECH / YOKOHAMA
MARCOS LÓPEZ / BARCELONA

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A Betinho, un olheiro (ojeador), un viejo sabio del fútbol brasileño, se le vio hace unos días por Sinop, una ciudad de 125.000 habitantes situada en el estado de Mato Grosso. Andaba buscando Robinhos, Neymars, niños que deslumbraban en el fútbol sala antes de que el Santos, el hogar de Pelé, les abriera las puertas para transformarlos en Menino da Vila, una marca registrada. Como La Masia en el Barça. Be-

tinho tomará asiento mañana en su casa para ver por la tele a un joven (19 años) que encarna la ilusión no solo de la torcida santista, sino de todo Brasil.

Hace siete años, cuando la selección de Scolari, con Ronaldo, Rivaldo y Ronaldinho, se coronaba campeona del mundo en Yokohama, un niño esmirriado, delgaducho, de poca presencia cruzaba la puerta del estadio de Vila Belmiro. Lo hacía para jugar a futsal en el club de regatas Tumiaru, atraído Betinho y todo aquel que lo vio por el arte de su fútbol. En el 2002, Brasil alcanzó la cima mundial. Luego, se derrumbó. En el 2006 triunfó la vieja Italia en Alemania y en el 2010, la España del Barça proclamaba su reinado en Suráfrica convertida en el nuevo Brasil.

De la sala al campo

Betinho mira a España y descubre lo que un día fue la seleçao. De ahí que la llegada de Neymar se haya celebrado como un canto de esperanza para desandar el camino perdido. Brasil se encogía y el ídolo del Santos, el Gallo, como le llaman muchos, el Menino, como le llaman otros, empezaba a elevarse por encima de la mediocridad del fútbol de su país. Después de ir rodando por algunos equipos de fútbol sala, mostrando sus genialidades, batallando con la eterna comparación con Robinho (otra obra de Betinho), el Santos le hizo cambiar la sala por el campo. En el 2004, con 14 años, ya ganaba 3.000 reales, poco más de 1.200 euros, transformando cada partido del infantil del Santos en una gran exhibición.

A nadie dejaba indiferente. Un balón le bastaba para seguir las bicicletas de Robinho, de quien cogió el mismo representante (Wagner Ribeiro, ahora en su última renovación con el Santos ha dejado de serlo), como si ambas carreras fueran unidas por el destino. En el 2007, vino a España porque el Madrid andaba desesperado rastreando el mundo en busca del nuevo Messi. Tal vez lo pudo llegar a tener, pero apenas le duró un mes, pese a que había sido invitado a la capital por el mismo Robinho. Neymar, con 15 años, no soportó, sin embargo, vivir ni un día más fuera de su ecosistema. Volvió corriendo.

Más regates, más dinero

El Santos se asustó. Había comprobado que el fútbol sabía de la existencia de Neymar y le multiplicó el salario pasando a ganar 30.000 reales (más de 12.000 euros). Más regates, más arte, mejor fútbol, más dinero. Con 16 años debutó en un partido de la Copa Sao Paulo. Entró en el segundo tiempo. Y marcó. En el 2009, con Brasil buscando la identidad perdida -se puso en manos de Dunga sin saber que era poco menos que la perdición-, Neymar llegó a lo grande al primer equipo. Con 17 años, sueldo de 90.000 reales (más de 36.000 euros), contrato blindado y volando al estrellato. Todo Brasil le pidió a Dunga que se lo llevara al Mundial de Sudáfrica. Dunga se negó.

En dos años, Neymar ganó cuatro centímetros (de 170 a 174), aumentó en 11 kilos su masa muscular (de 53 a 64 kg), enseñó al país a su hijo Davi Lucca, nacido en agosto, y su fútbol irreverente, como su cresta de mohicano, guió su tránsito de menino a estrella -la empresa de Ronaldo, que pone a su disposición a una psicóloga, cuida de su imagen-. Tras decir no al Chelsea (2010), se negó a ir al Madrid y aguarda al Barça para conocer algún día a Messi. La estrella se hizo marca y en el camino perdió el aire polémico que tuvo al pelearse con el técnico Dorival Junior, lo que provocó la renuncia de este. Abroncado por sus padres y el Santos, tomó la palabra: «Pido disculpas, este no es el Neymar que la gente debe ver. Soy un jugador que lleva la alegría y la sonrisa en la cara».