Modelo urbanístico
La destrucción de la Rambla
Toda obra nueva en la ciudad, sobre todo las significativas, lleva ese aire de nostalgia por lo que no pudimos conservar
Carol Álvarez
Subdirectora de El Periódico
Subdirectora de El Periódico. Cultura, tendencias sociales y Barcelona.
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Una antigua biblioteca privada se suspende sobre un acantilado en la costa atlántica, azotada por el viento y la lluvia frecuentes, en una curiosa carrera contrarreloj antes de la caída inevitable. Cuando se levantó el edificio, en 1785, no bordeaba un precipicio, pero la erosión del terreno por el desgaste de los elementos da una muerte anunciada del bello templo de Mussenden, que parece de puntitas asomado a su fin. Nació marcado por el fatalismo. Su propietario quería copiar un edificio romano, el templo de Vesta de Tívoli, después de asumir que no le dejaban traérselo piedra a piedra, una oscura tradición británica, la del expolio.
Destrucción y construcción se dan de la mano en edificios como este, que rinden culto a tiempos demolidos, tan opuestos que han acabado siendo lo mismo: las demoliciones de edificios se señalan con grandes pancartas donde puedes leer "deconstrucción", una única palabra que comprime todo el pasado y el futuro del proyecto en un solo pliegue de tiempo.
De la costa atlántica a la arteria de la rambla, más mediterránea imposible. Los cambios que por fin acometerá en su fisonomía levantan pavimentos, abren muros y rompen a golpe de piqueta su pasado. Siete largos años como mínimo durará la destrucción, que es eso, de un modelo de barrio que tenía su sentido en su tiempo, que pisaron los vecinos y paseantes y que en las últimas décadas había retorcido el molde hasta pervertir el sentido último de la zona.
Miramos la reforma con la vista puesta en renders que dibujan una ilusión, sabemos que no responderá a la realidad, al final del proceso, pero marca un punto de llegada para que no parezca un trayecto infinito, y para dar un apoyo visual en el que fijarnos cuando nos ataque la congoja al asomarnos al caos de las obras.
Cada obra nueva en la ciudad, sobre todo las significativas, tienen ese aire de pérdida, de derrota, de nostalgia quizá de lo que fue o pudo haber sido, aquel cruce de calles que tuvo un primer diseño y otro anterior. La calle Allada Vermell fue antes dos vías apretadas, vidas vecinales comprimidas que ahora al esponjarse dejan un vacío inquietante, por muy necesario que fuera la reforma de Ciutat Vella.
A un balcón de la calle Ribes, en el Fort Pienc, se ha asomado durante más de cincuenta años una mujer que vio día a día levantarse el Auditori y el Teatre Nacional, la torre Mapfre en la fachada litoral, la torre Glòries, y antes las vías de tren y los vagones que atravesaban la Meridiana al descubierto, ahora transitados por tranvías, y las naves de fábricas que eran el barrio. El lío de obras y grúas y ruido y polvo que también estuvo allí se reduce a un gesto, un resoplido intercalado en el relato, lo que queda es la nostalgia de aquel paisaje que solo habita ya en la memoria antes de la destrucción.
Por preservar ese pasado el dueño de unos terrenos en la costa atlántica quiso traerse un templo de Roma piedra a piedra, y las paredes del edificio que erigió él mismo aún resisten maltrechas: el Mussenden ya no es biblioteca pero acoge bodas y actos privados que quedarán en más recuerdos, como las fotos, cuando se venga a bajo.
La pasión por las ruinas
Cuenta la escritora María Gainza en 'El nervio óptico', una historia del arte en varios cuadros que relata trenzados a anécdotas personales y teorías estéticas, cómo la pasión por las ruinas se convirtió en moda en el siglo XVIII, esa atracción por la decadencia y el suspiro ante el pasado glorioso. Cómo se rizó el rizo para construir un pasado artificial, edificios que imitaban templos griegos y romanos. Gainza, que trae episodios biográficos a sus pinceladas de historia, cuenta sus discusiones con su madre, algunas sobre el barrio donde viven en Buenos Aires, que a ella le gusta, a su madre le horroriza por su transformación, no solo urbanística. En el enojo, Gainza le suelta que «con las astillas de sus muebles algún día construirá su casa».
Destruir y construir en un 'time-lapse' da fe en nuestra regeneración. El inicio de las obras de la Rambla tiene mucho de alivio general porque hacía años que perdió su identidad ante nuevos usos y abusos, pero cada golpe de pico levanta una nube de polvo de buenos recuerdos, también. La ciudad que nos gustó y queremos recuperar aunque sea con otros suelos y fisonomía.
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