Novelas negras que no pueden faltar en tu biblioteca (4)

'El perro de los Baskerville', de Conan Doyle: la fantasmal resurrección de Sherlock

'El talento de Mr. Ripley', de Patricia Highsmith, la atracción del abismo

'El sueño eterno', de Raymond Chandler, el libro que dignificó la 'pulp fiction'

'A sangre fría', de Truman Capote, el libro terrible con el que su autor tuvo que vivir

Imagen de la portada de 'El perro de Baskerville' en la colección 'Joyas literarias juveniles'.

Imagen de la portada de 'El perro de Baskerville' en la colección 'Joyas literarias juveniles'. / I CULT PORTADA DEL LIBRO SHERLOK HOLMES EL SABUESO DE LOS BLASKERTVILLE DE CONNAN DOYLE

Anna Abella

Anna Abella

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Los desoladores, yermos y lúgubres páramos de Dartmoor, en Devon (Inglaterra), donde está ambientada ‘El perro de los Barkerville’, eran un escenario perfecto en caso de que "el diablo deseara inmiscuirse en los asuntos humanos", admite el propio Sherlock Holmes a su inseparable Dr. Watson, en el londinense 221B de Baker Street donde conviven. Reflexionan sobre una posible explicación sobrenatural al misterio de un gigante y espectral sabueso que parece surgido del mismísimo infierno. Pero, "los agentes del diablo pueden ser de carne y hueso, o no?", razona el más célebre detective de ficción

Además de ser la historia de la ‘resurrección’ de Sherlock y de la reconciliación de personaje y creador (más adelante seguiremos esa pista), esta aventura de horror gótico, nacida de la pluma de Arthur Conan Doyle (1859-1930), encarna, como ninguna otra de las vividas por Holmes en los 56 relatos y cuatro novelas que protagonizó, una de las máximas del poliédrico investigador: "Cuando se ha eliminado lo imposible, lo que queda, por más que sea improbable, debe ser la verdad". A esa aplicación de la lógica y la razón, acompañada de una perspicaz observación, una buena pizca de intuición y el uso del método científico, conectaba su privilegiada red de neuronas para "ir desprendiendo los hilos de la enmarañada madeja" de los enigmas, citando una de las frases favoritas de Watson, amigo, confidente y narrador. Porque, como el propio Sherlock dice, "mi trabajo consiste en saber aquello que los otros no saben".  

Entre fantasmas

‘El perro de los Barkerville’, publicada por entregas entre 1901 y 1902 en la revista ‘The Strand’, es claro ejemplo de ‘whodunit’ (contracción inglesa de ‘Quién lo ha hecho’), variedad de la novela policiaca que alcanzaría su cénit en la edad dorada del género en Inglaterra, a partir de los años 20. Y ya mostraba bien esta novela la obsesión por lo paranormal del autor, acentuada por la muerte de un hijo en la Primera Guerra Mundial, con quien intentó contactar en el más allá. Un Conan Doyle que creía en fantasmas y hadas, volcado en sesiones de espiritismo e hipnotismo, intentando, según él, con éxito, hablar con espectros.

Arthur Conan Doyle, con su segunda esposa, Jane, y solo, en dos fotografías con supuestos ectoplasmas.

Arthur Conan Doyle, con su segunda esposa, Jane, y solo, en dos fotografías con supuestos ectoplasmas. / WUNDERKAMMER

Volviendo a ‘El perro de los Barkerville’, como recoge Peter Costello en ‘Conan Doyle, detective’ (Alba), el novelista escribió a su familia sobre su gestación. "Aquí [en Dartmoor] andamos Robinson y yo, en la ciudad más alta de Inglaterra, explorando estos páramos para el libro de Sherlock Holmes. Pienso que se va a vender muy bien; por cierto, ya casi he escrito la mitad. Holmes está en mejor forma que nunca y el argumento, idea de Robinson, por cierto, es realmente intrigante". 

El escritor Arthur Conan Doyle, en su estudio.

El escritor Arthur Conan Doyle, en su estudio. / El Periódico

Bertram Fletcher Robinson, periodista, amigo y futuro director de ‘Vanity Fair’, fue quien le había hablado de la leyenda de un sabueso fantasmal que desde el siglo XVII, cada aniversario de la muerte de Richard Cabell, que se creía que había vendido su alma al diablo, aullaba sobre su tumba y recorría el páramo. Y en ella se inspiró Conan Doyle: Holmes y Watson acuden a la mansión de los Baskerville para investigar la muerte de Charles Baskerville, cuyo cuerpo se halló en los páramos de Devonshire junto a unas huellas gigantes de perro, y para velar por el heredero, que recibe una carta amenazante. La saga familiar parece maldita desde que dos siglos antes un can infernal matara al malvado Hugo Baskerville, quien abusaba de una campesina.   

Con esta novela, el escritor volvía a Sherlock. Tan harto había acabado de él que en 1893 le había matado en ‘El problema final’, haciéndole desaparecer en las cataratas Reichenbach (en Suiza) junto a su eterno enemigo, James Moriarty. Pero el enfado de los fans fue mayúsculo y una década después cedía a las presiones, y a la tentación de una buena compensación económica, y lo retomaba con ‘El perro de los Barkerville’, tercera novela protagonizada por el enjuto detective, aunque cronológicamente anterior a la muerte del personaje. 

La resurrección definitiva sería en 1903, cuando en el relato ‘La aventura de la casa vacía’ (o deshabitada, según las traducciones) reaparecía tras un lapsus de tres años (llamado ‘el gran hiato’ por los holmesianos) durante el que todos le creyeron muerto, tanto en la ficción como en el mundo real.   

"Si alguna vez me he cansado de él es porque es un personaje sin matices. Es una máquina de calcular", apuntaba Conan Doyle en su autobiografía. En boca de Watson: "la máquina de razonar y observar más perfecta que el mundo ha visto". Pero los motivos del hartazgo del escritor eran más mundanos y tenían que ver con los celos. Lo había alumbrado en 1887, en ‘Estudio en escarlata’, que escribió mientras se aburría en la solitaria consulta de oftalmólogo que abrió tras años embarcado como médico en balleneros y navíos desde el Ártico a África. Sherlock llegó a cautivar tanto a los lectores de la época que le enviaban cartas como si fuera de carne y hueso. La fama del hijo creció hasta eclipsar al padre, que quería ser más conocido como novelista histórico (de su imaginación surgiría, sin ir más allá, ‘El mundo perdido’) y no solo como creador de Holmes. 

Inspirado en el profesor Joseph Bell, al que Conan Doyle admiró mientras estudiaba Medicina en la Universidad de Edimburgo, Sherlock es egocéntrico, vanidoso y petulante, y adicto a las inyecciones de una solución de cocaína al 7% (algo a la orden del día en la sociedad victoriana), que, dice, le ayudan en sus razonamientos. Y, como enumera el escritor Pierre Lemaitre en su ‘Diccionario apasionado de la novela negra’ (Salamandra), "hiperactivo y quejumbroso a un tiempo; agresivo; misógeno; frío; narcisista y hermético, es un individuo complejo, y por qué no decirlo, sumamente antipático". 

The Hound of the Baskervilles

Peter Cushing y André Morell, en la versión cinematográfica de 1959 de 'El perro de los Baskerville'. / EL PERIÓDICO

Persona grata

Todo cierto, y sin embargo, el maestro del disfraz, culto y aficionado al boxeo, el esgrima y el violín, "de mirada aguda y penetrante, [...] y nariz, fina y aguileña", como le describe Watson, no ha dejado de fascinar al grueso de los mortales equipado con su gorra ‘deerstalker’, su pipa y su lupa. Ya lo dijo Guillermo Cabrera Infante: "Sherlock Holmes es a la novela policial lo que Hamlet es al teatro: tanto se ha dicho, escrito y admirado al personaje que se ha convertido en persona grata".

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