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El escritor Truman Capote.

El escritor Truman Capote. / EPC

Elena Hevia

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Lo que era apenas una columna en el ‘New York Times’ puso sobre aviso a Truman Capote del suceso que marcaría su trayectoria como escritor y en consecuencia, su vida: el asesinato brutal en noviembre de 1959 de los Clutter una adinerada familia de granjeros en Kansas, padre, madre y dos de sus cuatro hijos, sin móvil aparente, porque todo lo que se habían llevado los agresores fueron unos míseros 40 dólares. El escritor, brillante, narcisista, ostentoso y exhibicionista, que había cosechado un gran éxito gracias a ‘Desayuno en Tiffany's’ y estaba buscando una historia para un reportaje en el ‘New Yorker’, lo encontró en aquella pequeña granja a las afueras de un pequeño pueblo llamado Holcomb y decidió trasladarse allí acompañado de su amiga de la infancia, Nelle Harper Lee que muy pronto también se haría famosa con la publicación de ‘Matar un ruiseñor’. 

Muchos años después en una entrevista Capote comentó que de haber sabido lo que le deparaba el futuro “habría salido a escape, como un murciélago del infierno”. Exageraba, naturalmente, con su habitual estilo hiperbólico y colorista porque lo que le deparaba el destino era la escritura de ‘A sangre fría’, una de las grandes novelas americanas del siglo XX, pionera del actual auge del ‘true crime’ y un éxito universal en ventas que, caso raro, fue refrendado también por la crítica. Y aunque no inventó el periodismo narrativo, tal y como él sostenía, sí abrió la puerta a lo que muy poco después se conocería como Nuevo Periodismo. En contrapartida, es fácil decir que la implicación del autor en los hechos acabó por destruirle: las 8000 páginas de investigación y sobre todo, la relación que sostuvo con los asesinos, Perry Smith y Dick Hickock, mientras se realizaba el juicio le sumieron en un indisoluble dilema moral que aceleró su depresión y su ansiedad. 

Final en solitario

Después de publicar esta novela, el autor se dejó caer por una espiral de autocomplacencia, superficialidad, inoperancia, drogas, alcohol que culminaría en la publicación de un capítulo de su muy publicitado proyecto ‘Plegarias atendidas’ que tenía que ser el nuevo ‘En busca del tiempo perdido’ y acabó siendo un puñado de cotilleos y maledicencias contra las ‘socialités’ que lo habían arropado en los últimos años y que, traicionadas, acabaron dándole la espalda y dejándole en la más absoluta soledad. 

La historia de cómo se escribió ‘A sangre fría’ a los largo de seis años –historia que ha propiciado no una sino dos películas, ‘Capote’ e ‘Infamous’- ha seducido a veces mucho más que la propia y soberbia novela, un experimento narrativo que exhibe una precisión en los datos apuntalada en una escritura afilada como un cuchillo. 

Cuando Capote llegó a Holcomb, coincidiendo con el funeral de la familia Clutter, la figura diminuta como de duende del autor, el tono atiplado de su voz y el amaneramiento de sus gestos, provocaron la burla entre los ciudadanos que le declararon una abierta hostilidad. Aquellos paletos pueblerinos no podían estar más lejos del mundo sofisticado en el que solía moverse el escritor. Por eso la ayuda de Harper Lee, alguien con menos ínfulas y más empatía por la gente de campo, fue inestimable en las entrevistas que hicieron a la hora de ganarse la confianza de la población. Lo que acabó sucediendo cuando se acostumbraron y se dejaron seducir por el raro carisma del escritor.

Simpatía por el diablo

Pero el gran ‘tour de force’ periodístico fue conectar con los criminales, que fueron atrapados seis semanas después de los asesinatos. Dick era un tipo fanfarrón y mezquino, no muy listo, un “ladrón barato” como lo definió el investigador del FBI que supervisaba el caso. Perry tenía más ambición, alardeaba de tener maneras y una mayor compasión, a su manera. Cuando degolló al ‘pater familias’ le puso antes una almohada para que estuviera cómodo, mientras pensaba que “era un hombre muy educado”. Harper Lee, según cuenta el biógrafo Gerald Clarke, se dio cuenta de cómo en los encuentros entre el autor y el criminal se establecía un curioso paralelismo: ambos de corta estatura, con una madre alcohólica, un padre ausente y ridiculizado por los demás, “vieron en el otro el hombre que pudieron haber sido”. 

La relación entre ellos fue confusa e intensa y descentró interiormente al autor que quiso ganarse la confianza del asesino simulando que creía en su inocencia para obtener información. Ya muy cerca del final, con la obra escrita a lo largo de tres veranos en la casa que alquiló en Palamós, en la Costa Brava, Capote se vio atrapado entre el deseo de que se publicase la novela y el convencimiento de que aquello no podría ser hasta que la pareja, que lo consideraban amigos y benefactor, fuera ajusticiada. La ejecución se produjo el 14 de abril de 1965. En septiembre de ese mismo año se publicaba en el ‘New Yorker’ la primera de las cuatro entregas de la obra, que al año siguiente, acompañado de una espectacular promoción, tendría formato libro. Un libro que, confesó, no le resultó tan difícil al autor escribirlo como tener que vivir con él.