LIBROS

Capote, un escritor en el pupitre

Un volumen recoge los relatos primerizos del autor de 'A sangre fría', en los que se esboza el gran escritor que sería

El escritor Truman Capote.

El escritor Truman Capote. / periodico

Sergi Sánchez

Sergi Sánchez

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Ocurre con frecuencia con los escritores precoces, que proclamaron a los cuatro vientos que empezaron a sudar tinta en la más tierna infancia y murieron antes de tiempo; antes, por tanto, de protegerse de la publicación de sus primeras tentativas. Rascando en sus archivos aparecen cuadernos manuscritos, originales anotados, folios amarillentos con las huellas aceitosas del entusiasmo adolescente impresas en cada una de sus metáforas. Recuperar algunos de los relatos que Truman Capote escribió desde los 11 a los 19 años puede parecer una operación comercial redonda, una manera de estrangular a la gallina de los huevos de oro de su agotadísimo legado literario, y sin embargo, más allá del interés que despierte en los completistas de la obra capotiana, lo cierto es que resulta muy didáctico rastrear los orígenes de las obsesiones de un escritor tan autobiográfico cuando los filtros de su proyección social o sus anhelos de grandeza aún no estaban activados.

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El editor Peter Haag descubrió estos relatos -cuatro de ellos publicados en la revista del instituto de Capote, 'The Green Witch'- buceando en los archivos del escritor mientras buscaba capítulos de su novela inacabada, 'Plegarias atendidas'. Hay que verlos como un mapa hecho a mano, con sus borrones y sus islas desdibujadas, de un Capote futuro, un retrato robot a lápiz, a veces de trazo débil. No hay que exagerar, como hace Anuschka Roshani en un epílogo un tanto disperso, cuando dice que estos relatos facilitan al lector “un acceso natural a una verdad poética superior”. Hay que leerlos, tal vez, como ejercicios de estilo confesionales, aunque destacan la precisión del lenguaje, reacio a las florituras, tan extraña en un adolescente, y la clara intención de buscar voces que trasciendan la complacencia onanista de la primera persona. Por supuesto, están todos sus temas: la vida en el Sur marcada por la segregación racial y una violencia tan inevitable como el bochorno de agosto ('La tienda del molino', 'Terror en el pantano'); la soledad de las grandes urbes como Nueva York; la sensación de abandono infantil y la consecuente idealización de una figura materna rebosante de ternura ('Lucy', 'Esto es para Jamie'); la mentira o la delación como signo definitivo de cobardía o de rebelión contra lo real ('Hilda', 'Louise', 'La polilla en la llama')…

A veces toman una forma definitivamente ingenua ('Terror en el pantano'); a veces adquieren un vuelo poético bellísimo y singular ('La señorita Belle Raskin'); otras, como afirma el crítico Hilton Als en el prólogo, avanzan, en su desafío estructural, la futura madurez de su estilo, fuertemente influenciado por el cine ('Tráfico Oeste'); algunas clausuran el relato con una frase magnífica, reveladora ('Hilda'). Casi todas hacen entrever al Capote obsesionado por el detalle, el maravilloso retratista de Marilyn Monroe o Marlon Brando abrumado por captar el gesto, como en el caso de esa vieja anciana llamada Belle que muere tendida en el jardín junto a aquello que más quiere, sus membrillos japoneses. Los copos de nieve que se enredan en su mata de pelo y, sobre todo, la flor que se le queda pegada a la mejilla son los verdaderos, auténticos síntomas de que Truman Capote se convertiría en el gran escritor de 'Desayuno con diamantes' y 'A sangre fría'.