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El talento de Mr. Ripley

El talento de Mr. Ripley

Elena Hevia

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A Patricia Highsmith no le interesaba la banalidad del mal. No podía, aseguraba, convertir a un tipo “deficiente” o “imbécil”, los adjetivos son suyos, a cualquier chico, por ejemplo, que ayude a una anciana a llevar sus compras a casa y acabe golpeándola y robándole. “Muchos asesinos son así y no tengo el menor interés en escribir una novela sobre ellos”, aseguraba en una entrevista.

El asesino Tom Ripley, quizá su criatura más famosa, es otra cosa. Alguien con la psique tan torturada como la de su propia creadora, quien con seis años albergaba sentimientos homicidas respecto a su odiado padrastro, de quien morbosamente llevó el apellido Highsmith durante toda su vida. Ripley es bello y pobre, también es inteligente y contradictorio, movido por un intenso odio de clase aspira a gozar de los privilegios de aquellos a quienes más detesta. Al igual que su autora, que desde los 12 años se sintió como un chico encerrado en el cuerpo de una chica y que llevó su condición de lesbiana (también tuvo relaciones torturadas con hombres) con culpabilidad, Ripley esconde sus sentimientos, si es que los tiene, y asesina casi sin premeditación o remordimientos, como quien aplasta una cucaracha.

La escritora norteamericana Patricia Highsmith

Juego maléfico

Es fácil situar a la autora en el mismo espectro psicópata que su héroe dada su escasa generosidad para las relaciones sociales o sentimentales. Tenía la costumbre, según su biógrafa Joan Schenkar de seducir a las amantes de sus amantes e incluso a las amantes de esas amantes. No es extraño que en 1949, la primera vez que viaja a Italia, poco después de publicar su primera novela, ‘Extraños en un tren’, la moviera la inquietud del más difícil todavía: cómo presentar a un psicópata con el que el lector pudiera empatizar, cómo seducirlo de tal forma que le acompañeen sus fechorías mientras desea de que no lo atrapen y sólo cuando la magia de la narración se evapore se dé cuenta de su propia responsabilidad con lo leído. Se ha convertido en cómplice. Es un juego maléfico pero también fascinante que muchos años más tarde ha llegado a alimentar series como ‘Dexter’ y plantea no pocos debates morales. Pero el arte está para eso, para traspasar fronteras. “Un artista no debe tener tendencias criminales –aducía Highsmith- pero sí comprenderlas”.

En Italia transcurre la primera de las cinco aventuras de la serie, ‘El talento de Mr. Ripley’, que la autora escribió en Nueva York, casi en trance, con la sensación de que era el “mismo Ripley quien la escribía” y ella se limitaba a ser “su mecanógrafa”. Había tomado como punto de partida, para luego separarse de él, el clásico de Henry James ‘Los embajadores’, en el que un hombre viaja a París para cumplir el encargo de su prometida y rescatar al hijo de esta, supuestamente atrapado por una mujer sin escrúpulos. Pero lo que en James deriva en introspección identitaria se convierte en Highsmith en teatral juego de apariencias.  

Dos espejos

El Ripley del inicio, es sabido, es también alguien más inocente, si este adjetivo se le puede aplicar a un asesino, del que sería en posteriores entregas en las que el tiempo va agriando su carácter. Al igual que el protagonista de la novela de James, el veinteañero Ripley que malvive en Nueva York recibe el encargo del padre de Dickie Greenleaf para que viaje a Italia le convenza de que se haga cargo del negocio familiar. Una vez allí, y lejos de intentarlo, Ripley se reinventa a sí mismo como alguien que puede medirse de igual a igual con Dickie, el hombre que lo tiene todo, y con quien establecerá un retorcido juego especular. “Hacen falta dos espejos para tener la imagen correcta de uno mismo”, escribió la autora en sus cuadernos.

En el cine, la novela ha tenido bastante suerte. Primero con la adaptación de René Clément titulada ‘A pleno sol’ (1960) y que hizo que la novela fuera titulada así en castellano durante años. Ripley era un Alain Delon en todo su esplendor, tanto que un crítico del momento bromeó con la idea de que con aquel físico privilegiado nadie podía creerse que el personaje tuviera la menor tentación de convertirse en otro. Además, la imposición de un final en el que triunfaba la justicia desvirtuaba la intención de la autora de provocar una culpable satisfacción ante el crimen impune. En 1999 se estrenó ‘El talento de Mr. Ripley’ que devolvió el título original a la novela gracias a la fastuosa, sensual y oscarizada adaptación de Anthony Minghella, con un Matt Damon como ángel demoniaco, que hizo mucho más explícita la ambigüedad sexual del personaje.

Ambas películas ilustran a la perfección una de nuestras pulsiones recurrentes: ¿quién no ha sentido en un determinado momento la necesidad de acabar con lo que uno es y volver a empezar de cero con una personalidad más atractiva? Ripley lo hizo, lástima que para conseguirlo tuviese que matar. 

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