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Fantasmal, querido Watson: la debilidad de Conan Doyle por la vida ultraterrena

WunderKammer rescata 'El caso de la fotografía de espíritus', un libro inédito del creador de Sherlock Holmes

Sir Arthur Conan Doyle y la fotografía de espíritus

Sir Arthur Conan Doyle y la fotografía de espíritus

Olga Merino

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Aunque parezca un contrasentido, el padre de Sherlock Holmes, el detective que irrumpió en el ‘fin-de-siècle’ victoriano con su método científico-deductivo, defendió a muerte la vida ultraterrena y a sus intermediarios. Más aún, Arthur Conan Doyle llegó a publicar en 1922 ‘El caso de la fotografía de espíritus’, un alegato con el que amparó en público a un retratista de fantasmas llamado William Hope. El libro resurge ahora de entre las brumas, por primera vez en castellano y con inquietantes imágenes de los supuestos ectoplasmas, gracias a la editorial ampurdanesa WunderKammer, que viene rescatando rarezas literarias relacionadas con lo oculto.

Imantado por la fama creciente de Hope y por las colas que se formaban frente a su estudio fotográfico, en Crewe, una localidad del centro de Inglaterra, el mismísimo Conan Doyle se personó en el lugar de los hechos, de donde salió con un par de fotografías en cuyas placas habían asomado extrañamente el rostro de su hermana mayor, fallecida tres décadas atrás, así como la cabeza de su hijo: “Se asemejaba a como era unos ocho años antes de su muerte. Se tomaron todas las precauciones y, en la medida en que pude observar, ninguna otra mano salvo la mía tocó la placa”, escribió en 1919. Podría decirse que el autor de ‘Estudio en escarlata’ estaba predispuesto a que se le aparecieran fantasmas, desde que presenció “fenómenos inexplicables” durante la segunda guerra de los bóers, en Suráfrica, campaña en la que participó como médico militar, granjeándose el título de ‘sir’.      

Médium de postín

La historia arrancó un buen día de 1905, cuando al tal Hope, un carpintero de “grandes ojos azules, bien abiertos y sinceros”, le surgió una supuesta alma en pena en la placa donde había retratado a un amigo. El hallazgo hizo que se entusiasmara con la fotografía espectral y que su reputación subiera como la espuma, hasta que pudo instalarse en Londres como médium de postín. La época era propicia a los crédulos; si la luz surgía como si nada de un bulbo incandescente, si se podía hablar por teléfono con un interlocutor a centenares de kilómetros, ¿no iba a ser posible establecer comunicación con el más allá?

Fue en Londres, en la capital de un imperio ya en plena decadencia, donde destaparon al cazafantasmas. La Sociedad de Investigación Psíquica Británica, encabezada por Harry Price, acusó de fraude a Hope y al Círculo Espiritista de Crewe, después de haberlos pillado en una sesión fotográfica dando el cambiazo de unas placas vírgenes por otras que ya contenían manchas de los supuestos entes paranormales. El desenmascaramiento de Hope suscitó un encendido debate entre escépticos y creyentes en las capacidades de los médiums fotógrafos, un zarzal en el que el escritor se adentró recabando pruebas y testimonios a favor, como si se hubiera transmutado, pipa y lupa en mano, en su archiconocido detective.

En su defensa pública del fotógrafo Hope, Conan Doyle escribe: “En lugar de atacarlo y falsearlo, sería más prudente que viéramos con simpatía su notable trabajo, que ha traído consuelo a los afligidos y ha devuelto la fe en la vida independiente del espíritu a mucha gente que la había perdido”. En realidad, el autor de ‘El sabueso de los Baskerville’ se encontraba entre la cohorte de apesadumbrados que habían perdido a sus seres queridos, muchachos en la flor de la vida, durante la primera guerra mundial. Su segundo hijo, Kingsley, resultó herido en la batalla del Somme y murió poco después, el 28 de octubre de 1918, de la mal llamada gripe española que había contraído en el frente.

Enemistado con Houdini

La trágica muerte del hijo espoleó la creencia en el espiritualismo de Conan Doyle, quien ya había experimentado con la escritura automática y participado en sesiones de telepatía e hipnotismo y cuya obsesión con el inframundo arruinó su amistad con el ilusionista Harry Houdini, convertido en azote de médiums embaucadores desde una posición más racional. El célebre escritor había llegado incluso a creerse a pie juntillas la historia de dos niñas que en 1917 aseguraron haber visto y fotografiado a unas hadas en un bosquecillo cerca de su casa de Cottingley, en Yorkshire.

Quién iba a decirlo de un licenciado en Medicina, el mismo que en ‘Memorias y aventuras’ explica que creó al imbatible dúo de Sherlock Holmes y el doctor Watson harto de que en las historias detectivescas los resultados se obtuvieran por casualidad. Se propuso, pues, escribir una historia en la que el héroe investigara el crimen como lo hacían en la facultad.   

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