CINE

'El hilo invisible': ¿y si fuera posible tener sexo con un vestido?

La magistral octava película de Paul Thomas Anderson medita sobre el coste del arte, el deseo, la ambición y la necesidad de control

Nando Salvà

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Para Reynolds Woodcock las mujeres –todas menos su madre– son poco más que maniquís que moldea y luego desecha. En su vida no hay espacio para el amor romántico porque todo lo ocupa el negocio de la creación artística. Muchos hombres solo piensan en desnudar a las mujeres; él solo desea vestirlas. Si pudiera tendría sexo con los modelos que diseña, y que lo han elevado a la cumbre de la moda en el Londres de los años 50.

Daniel Day-Lewis ha dicho que Woodcock será el último personaje de su carrera –de ser cierto, es una despedida sublime–, y es fácil establecer símiles entre los obsesivos procesos de preparación por los que el actor se hizo notorio y el dolor que estos han podido causar a su vida privada, por un lado, y las psicóticas exigencias de Woodcock a quienes lo rodean, por otro. Vista así, 'El hilo invisible' sería como un catártico acto de autorreflexión por parte de un hombre que calcula el coste de haber puesto el cuerpo y el alma en el arte.

En el caso de Woodcock, ese acto es provocado por Alma (Vicky Krieps). Nada más conocerla se queda prendado, y pronto ella se convierte en una de sus modelos, su musa y su amante. Con el tiempo, eso sí, los hábitos de Alma empiezan a irritar a Reynolds y a violar la santidad de su rutina. Eso debería suponer el principio del fin para ella. Pero Alma es demasiado fuerte como para dejarse manejar: la joven llegará a extremos perturbadores para retener a su hombre. Y, más extraño aún, él le seguirá el juego.

ECOS DE HITCHCOCK

Lo que Paul Thomas Anderson esculpe con su entalladísimo guion –no sobra ni un plano, ni una línea de diálogo– es una investigación sobre los hilos, invisibles e incomprensibles, que nos unen a otra persona y –tema capital en todo su cine– sobre los mecanismos de control que ejercemos. También, claro, es el glamuroso retrato de una atracción intensa, pero sería engañoso considerar esta película romántica. Asimismo, no es un 'thriller' aunque evoca a Hitchcock, ni cine de terror pese a que derroche atmósfera claustrofóbica. Tampoco es comedia, aunque su humor negro y seco golpee la delicada superficie como una cuchara que rompe un huevo pasado por agua.

Sí es, en todo caso, una carta de amor al clasicismo estético en todos los ámbitos, y eso quizá frustre a algunos de los fans de Anderson –a los de sus primeras películas, al menos— pero convierte 'El hilo invisible' en el equivalente idóneo a los vestidos que Reynolds Woodcock cose. Como ellos, es lujosa pero contenida, exuberante pero no extravagante y precisa pero llena de misterio, una exquisitez que oculta perversidad y rabia y fuego. Algo perfecto.