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Crónica desde Nueva York: la marihuana se ve, se huele y se siente
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En puestos callerjeros de la gran manzana se pueden comprar porros ya liados a 10 dólares
Idoya Noain
Corresponsal en EEUU
Corresponsal en Estados Unidos desde 2001.
Idoya Noain
Llueve pero ahí, frente a la popular pizzería de la calle Saint Marks donde aún se pueden encontrar triángulos de pizza a un dólar, está como cada día ‘Shooter’. Se sienta en un taburete tras una pequeña mesita plegable en la que, junto al altavoz portátil, se ve el contenedor de plástico con el producto que vende: porros de marihuana ya liados a 10 dólares. Si se está dispuesto a pagar 30 y 40, uno se lleva “la buena”.
Ecuatoriano de 21 años, ‘Shooter’ tiene competencia. En tres manzanas de la misma calle se pueden encontrar otros vendedores callejeros como él y al menos seis tiendas y dispensarios donde se pueden adquirir todo tipo de productos derivados del cannabis, incluyendo en muchos casos marihuana. A veces aparecen furgonetas o minibuses que llevan el negocio sobre ruedas. Si uno sabe, también puede comprar hierba en algunos de los icónicos ‘delis’. Y además persiste el servicio de entrega a domicilio.
No es cuestión solo del East Village. Desde que Nueva York aprobó en marzo de 2021 la ley que legalizó la marihuana de uso recreativo, los establecimientos dedicados al negocio han crecido como champiñones. La marihuana no solo se huele y se siente en Nueva York, también se ve.
Mercado gris
Legalmente hablando, muchos de los negocios, o ‘emprendedores’ como ‘Shooter’, están fuera de las normas, porque el proceso que estableció el estado de Nueva York no se ha completado y aún no se han repartido las primeras licencias. Muchos dispensarios arrancaron dando la marihuana como “regalo” cuando se compraba un NFT, o una foto impresa, o cualquier otra cosa, pero ya ni siquiera se usa la coartada legal, y cualquiera con un carnet que garantice la mayoría de edad legal (21 años) puede pasar y comprar.
Del mercado negro se ha pasado a un mercado gris pero las autoridades de momento no parecen demasiado entregadas a la aplicación estricta de la ley. La policía sí ha hecho algunas operaciones, especialmente contra las tiendas rodantes, y se han enviado cartas a negocios urgiéndoles a poner fin a las actividades de venta, pero el mercadeo campa a sus anchas.
Agatha, que tiene 51 años y vive en la ciudad desde los años 90, recuerda un Nueva York muy diferente. Era ese en el que en Washington Square o en Tompkins Square comprabas una hierba que “no tenía nada que ver con la de ahora, que está buenísima”. Era también el Nueva York en que podías pasar “una noche en la cárcel por llevar encima cinco dólares de marihuana”, como le sucedió a ella. Habla de la época en que Rudy Giuliani ocupaba la alcaldía y aplicaba la política de “ventanas rotas”, que identificaba los pequeños delitos como síntoma y los perseguía con mano de hierro, un rodillo que apisonaba con especial dureza a negros y latinos.
Precisamente en el proceso de legalización se han intentado enmendar algunas de las injusticias raciales que plagaron y aún plagan la ‘guerra contra las drogas’. Las primeras 150 licencias del estado, para las que hasta la fecha límite del 26 de septiembre se aceptaron 900 solicitudes, se han reservado a quienes personalmente o a través de algún miembro de su familia sufrieron condenas por ofensas relacionadas con la marihuana. También pueden optar, entre otros, organizaciones sin ánimo de lucro que creen oportunidades para gente encarcelada, quienes operen con una causa social o quienes tengan al menos cinco empleados a tiempo completo.
Uno de quienes ha solicitado la licencia ha sido John, que no tiene personalmente antecedentes pero ha puesto el proceso en marcha con un abogado. Cree que conseguir la licencia es “solo cuestión de tiempo y dinero" y no le falta razón: la ley obliga también a haber tenido al menos un 10% de propiedad en un negocio rentable por dos años, y una vez que se pasa la primera criba hay que desembolsar 2.000 dólares para seguir adelante.
Si acaba consiguiendo su licencia y formando parte de una industria en la que para 2027 se espera que haya 900 tiendas en todo el estado y 4.200 millones de dólares de ingresos, el joven de 21 años podrá vender legalmente en la “smoke shop’ que abrió hace nueve meses, en la que asegura que aún no ofrece marihuana sino otros productos como derivados de CBD y parafernalia. “Vi que era buena manera de empezar algo, un buen negocio, y decidí probar”, explica John, al que no parece preocuparle estar frente a un dispensario y rodeado por otros muchos que han tenido la misma idea que él. “Lo que importa es el producto y aquí viene mucha gente que ha ido a otros sitios y prefiere lo mío”, dice. Aunque la ley obliga a que el cannabis que se venda en Nueva York sea producido en el estado, el origen de lo que se ofrece en esta tienda es “confidencial”.
‘Shooter’, el vendedor ambulante, no tiene problemas en cambio en reconocer que su hierba llega de California, donde el clima favorece mayor potencia. Pero en algo es igual que John: a él tampoco le preocupa la competencia. “A la gente le gusta comprar en la calle conforme va paseando”, asegura. Además, cree que hay mercado. A los únicos a los que no vende es “a los ‘pelados’, porque ese es el problema”. Pero su clientela incluye “abuelitos, blancos, negros, latinos, asiáticos... todo tipo de gente...”. Y su análisis es claro: “Todo el mundo fuma”.
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