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Las carencias crónicas de las viviendas en el Besòs i el Maresme, manifiestas por la aluminosis, agravan las estrecheces del barrio

Lola, quien apenas sale de casa, mira hacia la calle por la ventana de un piso en el Besòs i el Maresme, en Barcelona.

Lola, quien apenas sale de casa, mira hacia la calle por la ventana de un piso en el Besòs i el Maresme, en Barcelona. / RICARD CUGAT

Jordi Ribalaygue

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Lola habla de los 11 años que lleva restringiendo toda salida a la calle como quien echa cuentas de una condena. “Estoy encarcelada en casa desde octubre de 2011. Prácticamente soy una presa de mi domicilio”, se define la mujer, elocuente. Ronda los 63 años y reside desde hace casi medio siglo en un quinto, en una de las 20 escaleras en las que se ha identificado la amenaza de la aluminosis en los últimos meses en el barrio del Besòs y el Maresme, dentro del entramado de calles donde se perciben menos ingresos en Barcelona, a tenor de las declaraciones de renta de 2020. 

Lola comparte un piso de menos de 50 metros cuadrados y sin ascensor con su hermana, también sexagenaria. Viven solas en el ático: para llegar hasta él, hay que ascender por unos peldaños que se antojan demasiado altos. “Ella tiene cuatro años más y está peor que yo. Tiene las piernas fatal… Le cuesta subir con la compra. ¿Si alguien nos ayuda? No, somos solteras”, aclara la mujer. 

El único ingreso que sostiene el hogar proviene de la hermana mayor, que cobra un sueldo mínimo por limpiar domicilios mientras apura los días para jubilarse. Ambas atestiguan cómo las privaciones se agravan por los defectos de las viviendas de este extremo de la ciudad. A las incomodidades por el deficiente resguardo frente al calor y el frío y las secuelas del cemento aluminoso con que la mayoría de los bloques se construyeron en pleno franquismo, se añaden las molestias por la falta de elevadores en numerosas porterías. 

Dolores habita un segundo, también falto de ascensor. Con 84 años, apenas ha pisado la calle en la última década. Padece polimialgia reumática, que le provoca inflamaciones y fracturas de huesos. “Echo de menos ver a la gente. Muchos pensaran que he muerto”, supone. 

Solo rompe el confinamiento forzado cuando los operarios de la ambulancia la sostienen para bajarla por la escalera y trasladarla a una visita médica. A duras penas ocurre desde que estalló la pandemia. Su hija Pepi se hace cargo de ella. “En vez de llevarla al médico, pido hora y voy yo para enseñar fotos de los edemas y las lesiones. Me siento desamparada”, se sincera la chica. “A mis años y si no fuera por mis hijas, estaría pasando hambre”, remacha la madre.

Hipotecarse de nuevo

Hay escaleras en el Besòs donde los pisos se distinguen entre los que achicharran como un horno en verano y los que dejan tiritando por gélidos y húmedos en invierno. “Hace tanto calor en casa que estoy con las ventanas abiertas desde enero”, afirma Manuela, 44 años. Ha contraído fibromialgia y el diagnóstico augura una discapacidad en aumento. “Después de haber hecho la casa, la comida y todo, a las tres ya no soy capaz de bajar para llevar a mi hijo al colegio. Se va solo, aunque me da miedo. Va a cumplir 12. Le pongo el GPS para seguir por dónde va”, confiesa. 

Manuela, diagnosticada de fibromialgia y que limita las salidas de casa por carecer de ascensor, conversa con Teresa Pardo, de SOS Besòs.

Manuela, diagnosticada de fibromialgia y que limita las salidas de casa por carecer de ascensor, conversa con Teresa Pardo, de SOS Besòs. / RICARD CUGAT

Su comunidad, con el sótano apuntalado por peligro de hundimiento, no tiene ascensor. “No lo pueden poner si antes no se pone arreglo a la aluminosis. Supongo que el edificio no soportaría el peso. No hay compromiso y, aparte, también depende de que los vecinos lo quieran”, comenta Manuela. De las 24 viviendas de la escalera, ocho están ocupadas y sus legítimos propietarios -todos ellos, entidades financieras o fondos- desatendieron el pago de las cuotas de escalera durante un largo tiempo.

La mujer cría a dos menores en el quinto al que se mudó hace 20 años. Le quedan poco más de dos meses para saldar la hipoteca. “Pero estoy buscando otro piso con ascensor -se sincera la vecina-. Si sale una oportunidad, me cambiaré, pero los precios están altísimos… Por esta zona, piden 135.000 o 140.000 euros. Mi idea era acabar la hipoteca y pagar a mi hija los estudios que quiera, no hipotecarme otra vez. Sería empezar de cero”.  

Rehabilitación pendiente

Se calcula que 2.824 domicilios del Besòs i el Maresme están lastrados por algún tipo de achaque. Son más de la mitad de los 4.598 pisos de la zona. La estimación se desprende de las inspecciones preliminares a la regeneración a la que el ayuntamiento planea someter las viviendas. Falta un calendario y concreción de cuántas comunidades se rehabilitarán. 

Tampoco está claro cuánto se invertirá: en un cálculo expuesto en marzo, el ayuntamiento anticipó que se requerirían 61 millones de euros para remodelar 1.000 viviendas, pero la cifra se queda corta. El deterioro está mucho más extendido, como acreditan las redes colocadas por el riesgo de desprendimientos o los domicilios apuntalados. Los Bomberos reforzaron de urgencia el techo de algunas viviendas que, pocas semanas atrás, amenazaban con derrumbarse. 

“Aquí hay edificios que llevan años con ese tipo de medidas cautelares”, subraya Teresa Pardo, miembro de SOS Besòs. La entidad defiende que la reforma debe ampliarse a todos los domicilios afectados sin excepción. La patología más grave por acometer es la endeblez que, con el paso de los años y las inclemencias, alienta la aluminosis, pero aprietan más problemas. 

Un estudio municipal apunta que más de la mitad de los mayores de 65 años que viven solos en el barrio han superado los 80, un índice “más acusado” que en el conjunto de Barcelona, y calcula que el 10% de la población del Besòs i el Maresme sufren algún grado de discapacidad, dos puntos por encima de la media de la ciudad. Con ese trasfondo, la asociación subraya que facilitar la accesibilidad en los inmuebles es ineludible. “En diferentes casos, se ha hecho la diagnosis sobre el estado del edificio, pero seguimos sin plazos ni una propuesta ni una garantía”, advierte Pardo. 

Por su parte, el ayuntamiento señala que su objetivo es que los proyectos de intervención en las escaleras “incorporen un estudio de viabilidad de la instalación de ascensores en los bloques que no tengan”. El consistorio añade que subvencionará un 60% del coste. Por ahora, se desconoce cuántos se podrían instalar.

“Asfixiado” en casa

Paco arrastra una máquina de oxígeno y mora en un tercero sin elevador. Confiesa que llega “asfixiado” a casa, en que las grietas y las señales de la aluminosis son patentes, en especial en el baño. 

Paco, conectado a la máquina de oxígeno en su piso en el Besòs i el Maresme, en Barcelona, que carece de ascensor.

Paco, conectado a la máquina de oxígeno en su piso en el Besòs i el Maresme, en Barcelona, que carece de ascensor. / RICARD CUGAT

“Tengo que pararme en cada rellano. Y la máquina para bajar a la calle se agota en 20 minutos”, cuenta. Su hija se ha visto en alguna ocasión en el trance de cargar con una bombona de oxígeno para salir al rescate del padre. Recuerdan que hace más de una década se hizo un sondeo por si el inmueble soportaría la construcción del ascensor. Nunca supieron el resultado.

Lola no divisa una solución que los alivie pronto. “Podemos ir a años ha. Personas como mi hermana y yo no sabemos si estaremos todavía aquí. Ya han fallecido muchas que, por desgracia, no la han visto”, lamenta la mujer, que desgrana una penitencia a la que no intuye fin: “Son 40 escalones los que tengo que subir de la calle a casa. Bajar los bajo con dificultad, pero los bajo. Pero subirlos… Me cuesta horrores. Es como escalar el Everest. Antes los subía silbando, pero la enfermedad me ha caído encima y voy cada vez a peor... No salgo a la calle más que para acudir a las doctoras y, aun así, ir hasta el CAP es una odisea para mí. Lo que quisiera es que pusieran el ascensor antes de morirme. Por lo menos, que pueda bajar a la calle a tomar un poco el sol”.

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