Crisis política en los JJOO
Tsimanouskaya, la atleta olímpica que ha desafiado a Bielorrusia
La velocista ha sido acogida por Polonia tras denunciar que el régimen de Aleksándr Lukashenko trató de secuestrarla de las Olimpiadas
El COI expulsa a los entrenadores bielorrusos y abrirá una investigación, mientras otros atletas del país se unen a la deserción
Carles Planas Bou
Periodista
Periodista tecnológico entre el mundo digital y la política internacional. Centrado en capitalismo de plataformas, IA, vigilancia y derechos digitales. Excorresponsal en Berlín durante más de cuatro años, cubrió los gobiernos de Merkel, la crisis de los refugiados y el auge de la extrema derecha. También ha trabajado en Europa Central y en Canadá. Graduado en Periodismo por la URL y máster en Relaciones Internacionales por la UAB. Ha colaborado con TV3, TVE, Deutsche Welle, Catalunya Ràdio, El Orden Mundial o El Salto.
Bielorrusia lo quiere tener todo bajo control. Cuando cientos de miles de personas salen a las calles para protestar, el presidente Aleksándr Lukashenko acentúa la persecución y represión violenta contra activistas, periodistas y críticos. Cuando la Unión Europea (UE) advierte de la imposición de sanciones, Minsk amenaza con abrir la puerta a la inmigración. Sin embargo, el régimen no lo controla todo. A casi 11.000 kilómetros de su hogar, donde se intensifican las palizas, torturas y detenciones de opositores, la atleta olímpica Krystsina Tsimanouskaya ha expuesto internacionalmente un país que está regresando a su pasado más oscuro.
El pasado 27 de julio, con los Juegos Olímpicos de Tokio ya en marcha, Tsimanouskaya se entera por sorpresa de que ha sido inscrita, sin su consentimiento, para participar en la prueba de relevo 4x400 metros. Disgustada, la velocista de 24 años recurre a las redes sociales para denunciar su situación. En su cuenta de Instagram acusa de “negligencia” de sus entrenadores. Grave error. Suenan las alarmas en Minsk.
Dos días después, Lukashenko carga duramente contra los atletas bielorrusos por su falta de éxitos en los JJOO y cuestiona su inversión —“más que cualquier otro país”, asegura”— en ellos. El jefe de Estado, cercano aliado de Vladímir Putin, ya habíasido vetado de asistir a las Olimpiadas por sus ataques e intentos de intimidación a los deportistas críticos. Entre ellos está Tsimanouskaya, que anteriormente había mostrado su apoyo a las manifestaciones contra el régimen y su condena a la violenta represión. A otros, que participaron en las protestas, se los despojó de recursos y equipos como represalia.
El 30 de julio, Tsimanouskaya participa en los 100 metros lisos y termina cuarta, lo que le cierra las puertas para avanzar a semifinales. Un día después, la joven atleta grabó otro vídeo de denuncia, pero desde los baños del aeropuerto Haneda de Tokio. Encerrada, explica que no quiere regresar a Bielorussia. Teme posibles represalias por sus críticas y pide auxilio al Comité Olímpico Internacional. “Están tratando de sacarme del país sin mi permiso y le estoy pidiendo al COI que se involucre”, asegura en un mensaje difundido a través de la aplicación de mensajería instantánea cifrada Telegram.
El hijo del autócrata
Detrás de su intento de “secuestro” está el Comité Olímpico Bielorruso, que asegura que su retirada forzada se debe a problemas en su estado psicológico y emocional. El presidente de la máxima autoridad deportiva nacional es, ni más ni menos, Viktor Lukashenko, hijo del autócrata que controla con mano de hierro el país.
Al día siguiente, Tsimanouskaya debía participar en la carrera de los 200 metros lisos. En su lugar, es acogida en la embajada de Polonia en Tokio, donde se le garantiza un visado humanitario para poder refugiarse en el país vecino que tardará solo dos días en usar. El 4 de agosto, viaja de la capital nipona a Viena y de ahí toma otro vuelo hasta Varsovia.
La maniobra no es casual. El 23 de mayo, el régimen bielorruso forzó el aterrizaje de un avión que pasaba por su espacio aéreo durante el trayecto Atenas-Vilna (Lituania) para arrestar al periodista, Roman Protasevich, colaborador de la líder opositora, Svetlana Tikhanóvskaya.
La deserción de Tsimanouskaya alienta a otros a seguir sus pasos. Es el caso de Yana Maksimava y Andrei Krauchanka —previamente detenido por participar en las protestas—, pareja de celebrados atletas de Heptatlón y Decatlón que también rechazan regresar a Bielorrusia y optan por pedir asilo en Alemania. La ola de deserciones pone en aprietos al régimen
Instalada en la capital polaca, la atleta asegura sentirse en "un lugar seguro, libre y a salvo de todo”. Sin embargo, la figura de Tsimanouskaya, convertida ya en un emblema de la protesta contra Lukashenko, es un problema para Minsk. Es por ello que el Gobierno polaco destina agentes para protegerla. “No solo los servicios secretos bielorrusos pueden estar interesados en ella”, advierte el viceministro polaco de Exteriores, Marcin Przydacz. Este año Varsovia ya ha aceptado casi 300 peticiones de asilo político de ciudadanos bielorrusos.
Aún con Tsimanouskaya a salvo, el conflicto diplomático sigue su curso. Este viernes, el COI ha anunciado la retirada de la acreditación y la expulsión de los dos entrenadores bielorrusos, Artur Shimak y Yury Maisevich, involucrados en el caso “en interés del bienestar de los atletas” del país. La investigación abierta buscará, en las próximas semanas, dar respuesta a una polémica a la que le quedan vacíos por rellenar. El presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Thomas Bach, recalcó este viernes su felicidad porque Tsimanouskaya, esté "a salvo" en Polonia.
JJOO como megáfono político
La deserción de Tsimanouskaya no es la única en la historia olímpica. Atletas de la órbita de dominio soviético como la tenista checoslovaca Martina Navratilova ya usaron la competición internacional para pedir asilo político lejos de la URSS. Lo mismo sucedió en los juegos de Londres en 2012 con atletas de naciones africanas como Camerún o Sudán. El caso bielorruso no será el último.
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