Represión en Minsk

El gulag bielorruso

Cinco opositores que lograron huir a Polonia y Lituania explican a EL PERIÓDICO los excesos y abusos de los que fueron víctimas y testigos, y su precipitada y peligrosa fuga del país

Para acallar las protestas, el régimen de Lukashenko recurre a palizas, torturas, acusaciones falsificadas y familiares tomados como rehenes, métodos muchos de ellos empleados en su día en la URSS contra la disidencia

El presidente bielorruso, Alexándr Lukashenko, durante una intervención en el Parlamento de Minsk.

El presidente bielorruso, Alexándr Lukashenko, durante una intervención en el Parlamento de Minsk. / MAXIM GUCHEK / POOL

Marc Marginedas

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Bielorrusia ha emprendido durante el último año un estremecedor viaje a su pasado más oscuro. Después de que las autoridades sofocaran el pasado verano las multitudinarias movilizaciones posteriores a las elecciones presidenciales, la represión ha adquirido una amplitud no vista en la corta historia de esta exrepública soviética desde la independencia, en 1991. Según denuncian las oenegés de derechos humanos, cualquier cosa vale para silenciar a quienes critican al jefe del Estado, Aleksándr Lukashenko, incluyendo métodos empleados en su día por la URSS contra la antigua disidencia soviética: palizas, torturas, casos criminales falsificados, presión a familiares, en muchos casos tomados incluso como rehenes...

Las limitaciones recientemente decretadas por el Gobierno a los viajes al extranjero impiden en la práctica salir del país a los bielorrusos, y suponen el alzamiento de un nuevo telón de acero en medio del continente europeo. Cinco testimonios de los excesos policiales, huidos a Polonia y Lituania en los últimos meses y contactados mediante videoconferencia, explican a EL PERIÓDICO sus vicisitudes en las cárceles del régimen bielorruso, además de su peligrosa huida del país.

Los problemas de Ilona Rudenia, una menuda madre de una treintena de años, comenzaron el mismo día de los polémicos comicios. Originaria de Saligorsk, una pequeña ciudad al sur de Minsk, acudió esa misma noche al centro con su cámara a filmar las movilizaciones ciudadanas en medio de un intimidatorio despliegue de seguridad. "Cuando empecé a grabar, me agarraron del pelo y me empezaron a golpear con una porra", explica. Fue detenida y trasladada a la comisaría, donde fue testigo de escenas que jamás pensó que pudiera ver en su país: "Allí había decenas de personas posicionadas de cara a la pared a las que se les golpeaba de forma salvaje, con sadismo", continúa. Recuerda haber visto una pila de prisioneros al final del pasillo. "Estaban tumbados los unos encima de los otros; a su alrededor había charcos de sangre; y al caminar, yo pisaba la sangre".

Fingir una crisis cardíaca

Ilona se libró de la cárcel fingiendo una crisis cardiaca. La llevaron a un hospital donde los médicos, en lugar de devolverla a la policía tras ser tratada, la liberaron. Dejó a sus hijos con una amiga, tomó un autobús y se dirigió a Rusia, único país al que podía viajar libremente, para llegar desde allí a Lituania. "Intenté pasar por dos puntos fronterizos diferentes, pero Moscú coopera con Minsk y estaba incluida en una lista de busca y captura internacional; viendo que la vía rusa era imposible, regresé a Bielorrusia y crucé a través del bosque", continúa. Lo hizo a primera hora de la mañana, momento en que se relevaban las patrullas fronterizas. Reunida con su familia en la república báltica, asegura sentirse segura, aunque da por descontado la presencia de agentes del KGB bielorruso en su país de acogida. "Un día recibí una extraña llamada telefónica de un desconocido; empezó a preguntarme por mis ideas políticas", rememora con sospecha.

Dmitri Litvin, un joven extrabajador en Belaruskali, empresa estatal productora de potasio, también fue detenido en los primeros compases de la revuelta. Con espíritu contestatario, salió a la calle vestido con una camiseta con los colores de la oposición, siendo detenido de inmediato. "Me llevaron a un microbús donde congregaban a los presos; nada más entrar me gritaron '¡al suelo!' y me empezaron a golpear con fuerza en la cabeza y los brazos, aunque no sé con qué", relata. Una vez en la comisaría, le arrancaron la camiseta a jirones y hubo un momento en que temió incluso que pudieran abusar sexualmente de él cuando le sugirieron que se quitara "las bermudas". Organizador de huelgas y protestas en su lugar de trabajo, en abril pasado volvió a ser arrestado, y entendió que en esta ocasión se iniciaría un proceso criminal contra él. Logró ser liberado de nuevo prometiendo que cooperaría con ellos y que emitiría en breve un vídeo desdiciéndose de sus manifestaciones previas. Una vez libre, fue aconsejado salir a través del aeropuerto de Minsk, desde donde aún salían vuelos. Y gracias a la complicidad de un empleado de las líneas aéreas polacas, embarcó en un avión con destino a Varsovia "sin tener siquiera un visado en regla".

Personalidad prominente

Aleksándr Grechishnikov fue arrestado en junio durante una recogida de firmas en favor de candidatos opositores. Faltaban aún semanas para las elecciones, aunque él, como personalidad prominente dentro de la oposición, se convirtió en objetivo prioritario de las autoridades, que buscaban poner fuera de la circulación a individuos de su perfil. El procedimiento era sencillo: "se nos acusaba de una falta administrativa en la organización de actos públicos, se nos condenaba a la pena máxima de 15 días de arresto administrativo, y luego cuando se cumplía la pena, se volvía a presentar una nueva acusación", relata. Gracias a una descoordinación burocrática, logró salir en libertad, aunque los compañeros con los que fue detenido aún siguen en la cárcel, acusados ya de delitos criminales. El desvío del avión de Ryanair y la detención del periodista Roman Protasevich le proporcionó la ventana adecuada para escapar. "Sabía que estarían ocupados con Protasevich, que era una prenda más importante que yo", rememora. "El aeropuerto estaba vacío y mi pasaporte estaba marcado; estuvieron mucho tiempo examinándolo, pero tenían cosas más importantes de las que ocuparse".

La amplitud e intensidad de los excesos cometidos ha sorprendido a muchos observadores fuera de Bielorrusia. Sin embargo, Olga Karatch, al frente de la oenegé Nash Dom, sostiene que el régimen de Minsk no esta mostrando "nada nuevo". "Ya en 2012, tras las protestas en las elecciones de 2010 (la justicia bielorrusa) lanzó miles de casos fabricados contra jóvenes por narcotráfico, para marcar ante la sociedad a toda una generación de jóvenes (que protestaban) como marginales", desvela.


LOS TESTIMONIOS DE LA REPRESIÓN

colapso absoluto del Estado de derecho
impunidad

Aleksándr  Grechishnikov

"En la cárcel no había ventanas; estaba todo el rato encendida una luz brillante que hacía daño a los ojos; me quitaron la pasta de dientes, los libros; no nos sacaban a pasear, ni tampoco había papel de baño; nos despertaban cada dos horas y para limpiar el suelo, empleaban una solución de cloro muy potente que apenas nos dejaba respirar".

Dmitri Karankevich

"La primera noche tras la detención apenas pude dormir; no me dieron ninguna ropa, yo estaba solo, vestido con una camiseta y hacía mucho frío; al día siguiente, después del interrogatorio, me enviaron a otra celda; vi que habían dejado un poco de ropa allí, y me extrañé; cuando la examiné de cerca me di cuenta de que estaba infestada de piojos".

Ilona Rudenia

"Era impresionante ver cómo junto a cada celda, había un detenido, y junto a ella tres agentes que golpeaban con porras. Si alguien gritaba o hablaba, le golpeaban más fuerte. Había una persona junto a mí que intentó gritar; empezó un policía a golpearle en la cabeza y otros dos le golpeaban en los pies. No podía respirar y no paraba de sangrar intensamente".  

Dmitri Litvin

"Cuando llegábamos a la comisaría, nos preguntaban si estábamos tranquilos o no; a los que respondían que no, les golpeaban con más fuerza. Me ordenaron alejarme de la pared y cuando las piernas me flaqueaban, me golpeaban. A la gente que presentaba resistencia, le pegaban incluso más fuerte; empecé a oír que llegaban incluso a utilizar electroshocks".  

Ales Krutkin

"Tras ser arrestado, durante el interrogatorio, me negué a declarar, escudándome en la Constitución; me respondieron: '¡a la mierda con la Constitución!'; estuve 100 días en la cárcel, cumpliendo condenas por delitos administrativos, pese a que la máxima pena por este tipo de faltas son 15 días de arresto; me condenaron una y otra vez, hasta siete veces".

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