Obituario Obituario Informa la muerte de un individuo, proporcionando un relato imparcial de la vida, controversias y logros de la persona.

Muere Josep Maria Espinàs, el observador discreto

El escritor y periodista catalán fallece a los 95 años de edad

Josep Maria Espinàs / SANTIAGO BARTOLOMÉ

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Ernest Alós
Ernest Alós

Coordinador de Opinión y Participación

Especialista en Escribo, cuando puedo, sobre historia, literatura fantástica y de ciencia ficción, ornitología, lenguas, fotografía o Barcelona

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El 23 de noviembre de 2019 Josep Maria Espinàs vio impresa su última columna, justo 70 años después de la publicación de su primer artículo en ‘El Correo Catalán’, tras 43 años de columnismo cotidiano (primero en el ‘Avui’ y los últimos 20 años, en EL PERIÓDICO). Fue un adiós discreto: no hubo un último artículo con voluntad de despedida de los lectores porque Espinàs escribió hasta el último día en que pudo y dejó de hacerlo “sin querer”, como también dijo en una ocasión que dejaría este mundo. En un escritor para quien vivir era observar, y no entendía observar sin escribir, decir adiós a su columna hubiese sido mucho más que eso. Esa retirada discreta de los papeles y de la vida se inició ese día y este domingo ha fallecido a los 95 años, sobre las 18 horas en un hospital de Barcelona en el que ingresó dos días antes por problemas respiratorios.

Ese 2019 había empezado con un golpe casi definitivo: la muerte a los 64 años de su hija Olga, la mayor de sus tres hijos y destinataria de ‘El teu nom és Olga’ (1986), un hito, en aquellos años, en la visibilización de las personas con síndrome de Down. Espinàs aún escribió sobre esta pérdida, pero ya había dedicado muchas páginas al final de la vida. En ‘A ritme del temps. Notes d’una vida’ (2015), fantaseaba sobre su propia muerte: “Algú va comentar / sincerament, em sembla, / que li sabia greu. Coses que es diuen / de debò, a vegades. / Lamentarà no poder gràcies / ni excusar-se. Pero això jo m’avanço: / ha mort sense voler-ho”. 

Josep Maria Espinàs y su hija Olga (2016).

/ Julio Carbó

Abogado 'lletraferit'

Nacido en una familia “discretamente burguesa”, nieto de médico, ‘lletraferit’ precoz, licenciado en Derecho y abogado poco pleiteador durante cuatro años, aspirante a una discreta y nutricia plaza de funcionario municipal, explicaba que perdió puntos porque en comisaría lo clasificaron como “indiferente” al régimen. En esa ocasión dijo al policía que había publicado ya en ‘El Correo Catalán’. La siguiente vez que necesitó un aval, probó con dejó caer que escribía en ‘La Vanguardia’. Esa vez consiguió el sello de “adicto”.

Josep Maria Espinàs, con su Olivetti (2008) 

/ Santiago Bartolomé

Aspirante consolidar una carrera literaria como novelista, publicó entre 1953 y 1968 cuatro libros de relatos y nueve novelas. Se dio a conocer con la novela ‘Com ganivets o flames’, premio Joanot Martorell de 1953, y en 1961 obtenía el premio Sant Jordi de novela con ‘L’últim replà’. Pero no será por sus novelas por lo que será recordado sino por su condición de “observador” de la realidad curioso, distantemente reflexivo, nunca dramático, casi siempre irónico. La relación entre Espinàs y el ‘stablishment’ literario catalán (restañada con la concesión del Premi d’Honor de les Lletres Catalanes en el 2002 y la concesión de numerosos reconocimientos) oscilaría entre la indiferencia y la displicencia. En ‘El meu ofici’ (2008) recordaba que, ante la inexistencia del epígrafe “escritor”, una funcionaría se ofreció a clasificarlo como “técnico de primera clase”. “Ni parientes, ni amigos, ni críticos me han hecho nunca un elogio como este”, escribió. “He publicado muchos libros y miles de artículos sin haber conseguido hacer una ‘obra’, y quién sabe si esto también tiene algún mérito, o simplemente es un fracaso. Porque pasas a ser esta cosa horrible que es un ‘polifacético’ (…) y saltando de un lado a otro, de una novela a un libro de viajes, de un libro sobre tu hija a una colección de reflexiones sobre el paso del tiempo, es muy difícil hacer una ‘obra’ que merezca respeto”. Aunque el de los lectores, por lo menos, sí que lo tuvo. 

De 'Destino' a Avui' y 'El Periódico'

Su relación como miembro júnior de la redacción de ‘Destino’, del brazo de su cuñado Néstor Luján, puntal de la revista, explica mucho de su prolífica obra diversa: el estilo y los intereses de los Pla, Luján, Delibes o Sempronio flotan sobre sus libros dedicados a las calles de Barcelona, Cadaquès, las fiestas mayores, figuras como Josep Maria de Sagarra, sus primeros viajes a pie…

Josep Maria Espinàs, coautor del himno del Barça, en el Camp Nou (2013)

/ Toni Albir / Efe

Miembro de los Setze Jutges, grabó 11 discos, desde adaptaciones de Brassens a canciones infantiles (y compuso la letra del himno del FC Barcelona como con Jaume Picas). "Si un periodista o crítico literario tuviera la ocurrencia de preguntarme qué es lo más importante que he escrito, no citaría mis novelas ni la serie de libros de viajes a pie. La respuesta sería esta: el 'Cant del Barça'. Ninguno de mis lectores se pone de pie para leer un libro escrito por mí, pero pueden llegar a 100.000 las personas que cantan Tot el camp és un clam…", reconocía en uno de sus artículos. Entrevistó a fondo a decenas de personalidades, durante seis años, en los programas de Televisió de Catalunya ‘Identitats’ y ‘Senyals’. Pero merecen capítulo aparte sus 20 libros de viajes a pie y sus cuatro décadas de columnista en la prensa diaria. 

Josep Maria Espinàs, en su primer viaje a pie, por el Pirineo de Lleida

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Tras una primera trilogía de viajes al Pirineo de Lleida (1957), el Priorat (1962) y la Segarra (1972), después de una larga pausa Espinàs se echó a los caminos, primero de Catalunya, después de los otros países de lengua catalana y más tarde otros puntos de España, a partir de la fundación de la editorial La Campana con la que desde entonces sería su socia y editora inseparable, Isabel Martí. Fueron 17 viajes más a pie, entre 1989 y 2009, que llevaron a uno de los muchos equívocos sobre el esquivo Espinàs, el del Espinàs excursionista. Era un caminante sobre asfalto, y a Isabel Martí le costó que dejase de destrozar zapatos de ciudad. El paisaje que le interesaba era el humano. “La gente asocia Espinàs a catalanista y chiruquero. Mentira podrida... nunca he llevado chirucas”, replicaba.

Josep Maria Espinàs, en su viaje a pie por Galicia

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Más Londres (defensor de que la distancia irónica debe empezar por uno mismo) que Montserrat, así describía espinasianamente su relación con la religión, negando ser un descreído “porque un descreído, en principio, etimológicamente, sería alguien que ha creído y ha dejado de creer. Es muy diferente de alguien que nunca ha creído”. Sobre política apenas escribió. “La política no es observable”, dejaba caer. Aunque en ‘Inventari de jubilacions’ rescata un episodio del que apenas ha vuelto a hablar: su participación en las elecciones al Parlament de 1980 en las listas de Nacionalistes d’Esquerra en el tercer puesto por Barcelona (después de que Lluís Llach diese un paso atrás) tras Jordi Carbonell y Magda Oranich, y por encima de Armand de Fluvià, Vicenç Altaió, Jordi Coca, Tísner, Joan Oliver… ”Nunca más me he apuntado a ningún sitio”, recordaba en aquel libro. 

La vida desde una columna

El columnismo fue para Espinàs, desde el inicio de s u columna ‘A la vora de…’ en el Avui, en 1976, un hábito y una necesidad, como respirar. “Me obliga a pensar”, nos explicaba al cumplir sus primeros 40 años de columna diaria. En el año 1999 su pieza se mudó, ahora con el nombre de ‘Petit observatori’, recuperando el epígrafe de su vieja pieza en ‘Destino’, a EL PERIÓDICO. 

El grueso de su trabajo como columnista quedó recogido en el 2013 en el volumen ‘Una vida articulada’, el libro por el que querría ser recordado. Hablando de él, resumía su actitud “relativista” y “presentista” sobre el mundo: “Mi vida es la observación”; “todo me sorprende, todo me interesa”; “soy poco partidario de afirmaciones rotundas, de definiciones personales”; “no me considero ‘ista’ de nada; “me cuesta mucho ser antinada”; “como todas las personas que creen en los sentimientos, soy antisentimentalista”; “soy nada generalizador, soy más bien particularizador. Yo estoy más por la concreción y el detalle”. 

Josep Maria Espinàs y su esposa, Lina Luján, en su última aparición pública en el Ateneu Barcelonès (2018).

/ Álvaro Monge

En 1992, al cumplir los 65 años, abrió una nueva rama en su torrencial bibliografía, una serie de textos autobiográficos que sumarían una especie de biografía fragmentada: ‘Inventari de jubilacions’ (1992), ‘Temps afegit’ (2001), ‘Relacions particulars’ (anécdotas de sus relaciones con otros escritores, 2007), ‘El meu ofici’ (2008), ‘I la festa segueix’ (2009), ‘Entre els lectors i jo’ (2011), ‘A ritme del temps. Notes d'una vida’ (2015) y ‘La vella capitana’ (2016).

Autoobituarios

En ‘A ritme del temps’, Espinàs cerraba con este autoobituario en verso libre sus ‘Notes d’una vida’: 

“L’Espinàs? Sí, un bon noi, / gairebé sempre amable. / Li van donar alguns premis literaris, / Sobretot en uns temps / en què hi havia poca competencia. / Els viatges a peu? Sí, una colla, / però només explica allò que veía, / no hi projectava / cap tesi interessant / sobre l’espècie humana. / Va escriure molts articles, això sí, / però de temes poc ambiciosos. / I és cert que li interessava allò que veía / però no formulava cap doctrina / sobre la construcción del ser humà, / ni tan sols incidint / en l’epigrafia. / Va escriure el ‘Cant del Barça’, és veritat, / l’home tenia traça per fer versos / -la poesía és tota una altra cosa- / i caldrà reconèixer entre els seus mèrits / que fes cançons sense saber de solfa. / Va saber ser modest -virtud difícil- / com li corresponia, / i mai va ser, segons sembla, / enemic de ningú. / I això, com és sabut, és el señal / de la insignificança”.

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No era la primera vez que escribía sobre sus últimos días. Haber vivido hasta los 95 años da tiempo de sobras para pensar en ellos. En ‘El meu ofici’ (2008) llegó a dejar estas “últimas voluntades”.“Que en el seu comiat no se li facin més elogis dels indispensables, si pot ser amb frases ben construïdes, perquè en la seva situación no es podrá defensar del ridícul. I que, sortint del tanatori, la gent procuri no parlar de política, ni de religió, ni de l’estat de la llengua catalana: que parlin de el calor, si fa bon dia, o de la pluja, si és que plou. I, sobretot, que no tinguin el mal gust d’aplaudir. El difunt agrairà que els assistents comparteixin el seu silenci”. 


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