Gastronomías

'Trattoria' Enriquetto: gloria a los 'fettuccine' Alfredo (o Alfredetto)

Un nuevo restaurante ha llegado a Barcelona con un plus de humor, donde sirven la pasta que en 1908 inventó el romano Alfredo di Lelio con una salsa básica con abundante mantequilla y parmesano 

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Un plato de 'fettuccine' Alfredo en el restaurante Enriquetto.

Un plato de 'fettuccine' Alfredo en el restaurante Enriquetto. / Jordi Otix

Pau Arenós

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Los 'fettuccine' Alfredo es un plato universal difícil de encontrar en Barcelona, tal vez porque la sencillez y la gran cantidad de materia grasa que necesita lo hacen poco atractivo para los alfeñiques y son precisamente esas dos particularidades el gancho irresistible. El gancho que también te tumba.

Reliquia creada por el romano Alfredo di Lelio en 1908, forma parte de la escuadra de la 'trattoria' Enriquetto, todo por la pasta, subtitulan, alianza entre el Grup Mutis (Enric Rebordosa, Kim Díaz y Alberto Casado) y Mantequerías Pirenaicas (Miguel Puchol y el cocinero Facundo Giménez como cabeza culinaria). Se multiplicarán de inmediato con un bar, en la misma plaza, donde estuvo el Monterolas, y aquellas tortillas.

«'Trattoria' de barrio», en palabras de Enric Rebordosa: «Enriquetto sería un español cocinando en una 'trattoria'». 

Nombre inventado, pues, que puede desembocar en una cadena chanante: Albertetto, Migueletto, Kimetto... Entiendo que los 'fettuccine' podrían ser Alfredetto.

Los 'parppadelle' con ragú de Enriquetto.

Los 'parppadelle' con ragú de Enriquetto. / Jordi Otix

Estuvo aquí El Bodeguín y después la taberna Pervers y ahora este establecimiento que huye de la italianidad legitimada, aunque les ha quedado italiano, con carteles del cómico Totò, sin transgresiones en la oferta, si bien lo interesante es que, liberados de la carga emocional, se atrevieran con las heterodoxias.

En la cristalera de entrada, cachondeo macarrónico, «ajo por ajo, dente por dente», y en la carta de vinos: «No soy brusco, soy lam-brusco». Elijo un tinto serio: el 'valpolicella ripasso' de Zenato 2019. Contraste entre los precios de los vinos y los platos.

Facundo Giménez y Miguel Puchol, con el equipo de Enriquetto.

Facundo Giménez y Miguel Puchol, con el equipo de Enriquetto. / Jordi Otix

Miguel, Migueletto, y Facundo, Facundetto, tienen experiencia en otro negocio alla italiana: L’Italiano Perso. «Aunque solo comparten con este la carbonara y la berenjena» , dice Migueletto. Crece el número de italianos... sin dueños italianos.

Pastas de la casa Garda, sobresalen los 'pappardelle' al ragú, con una ternera que se deshace, y los 'maniche alla zozzona', una orgía guarrindonga que mezcla la salsa carbonara y la amatriciana y que tampoco es común encontrarla en la oferta restaurantil de la ciudad.

Los 'maniche alla zozzona' de Enriquetto.

Los 'maniche alla zozzona' de Enriquetto. / Jordi Otix

Sigo: una carbonara clásica para los rigatoni, un poco pasados de sal por culpa del 'guanciale'. Finalmente, pido unos raviolis de burrata con pesto rojo por si me he quedado corto de carbohidratos.

Antes, para el calentamiento, el carpacho del Harry’s Bar, bien salseado, plato también con fecha y leyenda, veneciano de 1950.

Para terminar, una versión interesante del tiramisú, hecho al momento ante el cliente y con 'carquinyolis' de avellana en lugar de los bizcochos de soletilla. Detesto el tiramisú fuera de contexto y tiene aquí sentido y esa ruptura con lo italiano que me parece atractiva. De 1962 de los orígenes a este 2024.

Los 'fettuccine' Alfredo de la 'trattoria' Enriquetto.

Los 'fettuccine' Alfredo de la 'trattoria' Enriquetto. / Jordi Otix

Los 'fettuccine' se han quedado en el aire: desenredémoslos. El camarero Juan Carlos Jaime los prepara ante el cliente. De los siete trabajadores de Enriquetto, cuatro, María, Ferran, Cristina y Christian, son mayores de 50 años, según una convocatoria que hicieron en busca de personas que hayan rebasado esa línea de edad, demasiadas veces un calvario.

Mantequilla en abundancia, parmesano y pecorino (el original no lo lleva) y una historia que tiene como protagonista a la esposa de Alfredo, Inés, inapetente después de un parto (atención, el tiramisú también fue refuerzo para una parturienta) y cuya dieta reforzó con extra de grasa.

La cocina y el comedor de Enriquetto.

La cocina y el comedor de Enriquetto. / Jordi Otix

Di Lelio tuvo dos aciertos: la magnífica simplicidad de usar solo tres ingredientes y mezclar los lácteos y la pasta ante el cliente en busca del espectáculo y el benévolo contagio de las otras mesas.

Fueron actores de Hollywood de paso por Roma (Douglas Fairbanks y Mary Pickford, a finales de los años 20) los que lo publicitaron en EEUU, donde con rapidez prendió en las mesas de los restaurantes que también querían acoger celebridades.

La entrada de Enriquetto.

La entrada de Enriquetto. / Jordi Otix

La facilidad de la ejecución, más el aval del famoseo y el fingimiento de una tradición inexistente ha hecho que más de un siglo después siga culebreando, aunque a veces, con el añadido de nata, harina y variedades de quesos, queda paralizado en un engrudo.

Alfredo vendió el restaurante Alfredo alla Scrofa a unos empleados en 1943, si bien abrió otro en 1950, Il Vero Alfredo, en una jugarreta de competencia desleal. Ambos existen. En el segundo han seguido los descendientes, dotados con bigotes y los nombres repetidos: Alfredo II (que en realidad se llamaba Armando, el hijo de la desganada Inés) y Alfredo III.

A Alfredo I, el rey, le gustaba fotografiarse alzando una madeja de 'fettuccine' a la altura de los bigotazos, qué poco apetecible, o fingiendo que los metía en la boca de los actores y políticos que asistían a la 'performance'. No se recomienda hacer lo mismo en Enriquetto.

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