Coordinador del canal Cata Mayor
Pau Arenós
Coordinador del canal Cata Mayor
Periodista y escritor, con 17 libros publicados, entre ellos, novelas y cuentos, y media docena de premios, como el Nacional de Gastronomía. Ha estado al cargo de las revistas 'Dominical' y 'On Barcelona' y ha dirigido series de vídeorecetas y 'vídeopodcast'. Entre las últimas publicaciones, 'Nadar con atunes y otras aventuras gastronómicas que no siempre salen bien' y el recetario 'Cocina en casa'.
Una galleta de insectos y un flotador
La solución pasaría por reconquistar las cocinas, ser consumidores soberanos y desoír los gorgoritos de las grandes corporaciones
La cocina transcurre en paralelo al devenir de la sociedad, y de su zigzag; de hecho, somos sociales gracias al acto de cocinar. Nos hemos multiplicado junto al fuego. La risa es también un rasgo humano. ¿Qué mayor felicidad que la de cocinar, compartir y reír?
La idea del genio culinario es reciente –pongamos que de hace dos siglos– porque en origen, hace 800.000 años, la supervivencia en torno a las llamas fue un acto colectivo. Puede que el homínido al que el rayo encendió sorpresivamente una hoguera fuera uno –o dos o tres o cuatro–, pero la tarea para que el fuego siguiera encendido ocupó a muchos. De haber sido uno, 'El Chef', aún estaríamos chupando cenizas.
En cuanto actividad comunal, todo lo que azota a la sociedad, le da latigazos a la cocina. El mayor desafío es cómo minimizar el impacto de la crisis climática –ya que hemos demostrado nuestra inutilidad para pararlo– y de qué manera los vientos huracanados, las sequías agotadoras y las tormentas revanchistas nos permiten seguir alimentándonos de forma adecuada, tanto en lo económico, en lo saludable y en lo placentero, aunque creo que, de seguir así, lo mejor es comprarse un flotador. Ya hemos empezado a ver las películas de catástrofes como obras realistas.
Especular sobre cómo comeremos en 2068 –yo, de seguir vivo, con sonda– es lanzarse de cabeza al vacío, pero para eso tenemos chichonera.
Una fuente barata y abundante de proteínas son los insectos, que salieron de los países donde se consumen sin asco para recibir la aprobación del legislador europeo: parece como si antes se tratara de comida espuria. Y, sin embargo, hoy comemos tantas patitas y antenas como antes, es decir, ninguna, a menos que vengan del mar y alcancen precios de infarto: la gamba roja, por encima de los 100 euros la de tamaño medio. Poca afición a masticar caparazones, disuadidos por las plagas de cucarachas. Las de esta temporada, del calibre de gambas.
El truco no está en dar un bocado a un élitro, sino en la transformación de los bichos en harinas, tal vez en galletas y barritas energéticas. Puede que borrando su aspecto seamos capaces de jamarlos.
Carne de laboratorio
El siguiente horizonte de la ciencia es la carne de laboratorio, idea futurista como la de ver humanos creciendo en macetas. Es un proceso caro y discutible: cultivan células madre de vaca, por lo que ningún animal es sacrificado ("ningún animal ha sido dañado para rodar esta película", sería eso, más o menos). Por lo que dicen los catadores, han conseguido replicar el sabor, pero les falla la textura y la… sostenibilidad. Omiten que es necesaria una cantidad bestial de energía para producir el 'fake'. Suprimimos la vaca de la ecuación porque su cría es insostenible y, con la excusa del bienestar animal (¿desde cuándo la industria es piadosa?) nos colocan un nuevo producto. Quítate tú pa’ ponerme yo.
Es la misma hipocresía de los ultra procesados de origen vegetal: fabrican imitaciones de elaboraciones cárnicas con la proteína de soja como principal ingrediente, apelan a lo verde como excusa salvadora, silbando si se les recuerda que ese monocultivo es salfumán para la tierra y la biodiversidad. ¿Para qué imitar una pechuga teniendo unos guisantes genuinos? Otra vez, el empuje de lo ‘fake’.
La solución es más compleja que sentar a Putin y Zelenski a tomar un té con pastitas, pero pasa por la conciencia, por la concienciación, con ejercicios tan sencillos como cultivar, según posibilidades, un huerto casero, no para el autoabastecimiento (imposible), sino para una cierta, y no utópica, relación directa con lo que comemos.
En cuanto a los hábitos, aquí va mi pronóstico de Gastradamus: la gente seguirá sin cocinar en casa, solo lo hará de forma recreativa, de modo que la comida pedaleada generará pobreza a los 'riders', pachorra a los consumidores y pasta a los empresarios. Solo nos puede sanar que volvamos al fuego como aquel homínido, que seamos capaces de trazar otro destino montados en las cazuelas. Reconquistar las cocinas, ser consumidores soberanos, desoír los gorgoritos de las grandes corporaciones.
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