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El largo y tortuoso entierro de una central nuclear

Nucleares, ¿verdes? El futuro de la energía atómica divide a Europa

España avanza hacia el apagón atómico y descarta retrasar los cierres

Se tarda más de una década en desmontar las instalaciones. El paso más complejo es embalar y depositar en un lugar seguro el material radiactivo

Trabajos de retirada de la cúpula de contención de la central de José Cabrera (Zorita)

Trabajos de retirada de la cúpula de contención de la central de José Cabrera (Zorita) / ENRESA

Juan Fernández

Juan Fernández

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Diseñar y poner en marcha un reactor nuclear es una de las operaciones de ingeniería más complejas y sofisticadas que existen, pero la operación parece un juego de niños comparada con la de su apagado y desmantelamiento. No en vano, si construir una central de energía atómica requiere entre tres y cinco años de trabajo, llevar a cabo el proceso inverso conlleva, en el mejor de los casos, más de una década de minuciosas labores que incluyen desde el desensamble de todas sus piezas y su clasificación en función de su potencial radiactivo hasta su adecuado embalaje para ubicarlas en emplazamientos seguros. 

A este reto se enfrentan desde la semana pasada los ingenieros de EnBV, la empresa encargada de gestionar las tres últimas centrales nucleares que quedaban en funcionamiento en Alemania y que desde el 15 de abril han pasado a mejor vida, pero a las que ahora espera un largo y tortuoso entierro plagado de detallados informes radiológicos, planes de acción medidos al milímetro y costosos traslados de sus elementos más peligrosos hasta cementerios especiales. 

Uranio enriquecido

La peculiaridad de la fuente de energía utilizada en estas centrales es la que impone esos miramientos. El carbón que alimenta una planta térmica o el agua que mueve una hidroeléctrica no entrañan grandes peligros, pero el uranio enriquecido que ha estado caldeando durante años el vientre de un reactor sigue siendo radiactivo cuando las turbinas dejan de girar. Manipular ese material y todos los instrumentos que han estado en contacto con él es lo que convierte la 'vida postmortem' de una planta nuclear en una monumental obra de ingeniería fina. 

En realidad, la película del desmontaje de una central atómica empieza mucho antes de que deje de funcionar. "Tres años antes del apagón debemos tener diseñado y aprobado un protocolo de actuación que calcule la cantidad de combustible que queda en el reactor y las piezas contaminadas que habrá que manipular. Aquí la seguridad es más importante que las prisas y nada puede quedar a la improvisación", advierte Manuel Ondaro, el responsable de Enresa -la empresa pública encargada de estas labores- que ha dirigido el desmantelamiento de la central nuclear José Cabrera, situada en Almonacid de Zorita (Guadalajara), y ahora hará lo mismo con la de Garoña (Burgos).

Al revés de lo que ocurre con una cebolla, el despiece de un reactor atómico comienza por el núcleo, que es donde se encuentra el elemento más peligroso: las barras de combustible. Para acabar de enfriarlas, los primeros tres años permanecen sumergidas en piscinas situadas en la propia planta. Cuando baja su temperatura, este material altamente radiactivo es introducido y sellado en toneles herméticos que quedan depositados en un Almacén Temporal Individualizado (ATI) ubicado en la misma central.

Para acabar de enfriar las barras de combustible (uranio enriquecido), los primeros tres años permanecen sumergidas en piscinas situadas en la propia planta

La vasija del reactor

Distinto destino espera a las piezas y estructuras que, sin ser radiactivas, han estado en contacto la radiación y por ello deben se manipuladas con sumo cuidado. Especialmente laborioso es el despiece de la vasija del reactor. «Es una de las etapas más complejas, ya que hay que sumergirla en agua para evitar fugas radiactivas y en esas condiciones hay que trocearla mediante brazos robóticos. Algunas piezas son planchas de acero inoxidable de 20 centímetros de grosor que hay que segmentar», explica Pau Aragón, investigador de energía atómica del CIEMAT y vicepresidente de Jóvenes Nucleares.

Operación de despiece de la vasija del reactor de la central de Zorita

Operación de despiece de la vasija del reactor de la central de Zorita / ENRESA

A lo largo de siete años, todos estos elementos contaminados, pero con escaso potencial atómico, son desmontados y embalados en bidones herméticos y a continuación viajan hasta un almacén de residuos de media, baja y muy baja radiactividad, que en el caso de España se encuentra en el depósito de El Cabril, situado en la localidad cordobesa de Hornachuelos, en Sierra Morena.

Vista aérea del almacén de residuos nucleares de El Cabril (Hornachuelos, Córdoba)

Vista aérea del almacén de residuos nucleares de El Cabril (Hornachuelos, Córdoba) / ENRESA

A estas alturas del desguace, de la planta solo quedan intactos los muros, pero sus superficies continúan impregnadas de radiactividad. Para eliminarlas, son sometidas a un sistema de limpieza tan rudimentario como eficaz: manguerazos de agua a presión y jabón. Solo entonces, cuando la radiación ha sido «fregada» de las paredes, puede entrar la excavadora y demoler las estructuras de hormigón que queden en pie. 

El último paso del desmantelamiento de una central nuclear consiste en «renaturalizar» el lugar tras comprobar que su suelo y su subsuelo están libres de toda traza de radiactividad. Es la fase en la que se encuentra actualmente la planta de José Cabrera, cuyo desmontaje empezó en 2010 y Enresa espera terminar en 2024.

Presupuestos

El final del entierro de Zorita, que ha costado 160 millones de euros, se está dando la mano con los primeros compases del sepelio de Garoña, cuyo responso apenas acaba de empezar. La central burgalesa está parada desde 2012, pero no fue hasta 2017 cuando el Gobierno confirmó su muerte definitiva. De momento, solo se ha empezado a enfriar el combustible que queda en su interior, parte del cual está ya embalado en bidones y aislado en el ATI de la central. Enresa prevé terminar su desmantelamiento en 2030, tras invertir en la operación 468 millones de euros.

España es uno de los 33 países productores de energía atómica -en todo el planeta hay 430 reactores nucleares- que atesora mayor experiencia en el desmontaje en este tipo de operaciones. Aparte de lo aprendido en Zorita y ahora en Garoña, Enresa acumula las lecciones que le aportó Vandellós I, la planta situada en Tarragona que fue clausurada en 1990 después de que parte de sus instalaciones ardieran en un incendio y cuyo desmantelamiento terminó en 2003. Aunque no del todo: en su caso, al haber utilizado grafito como materia prima, el cajón del reactor permanece sellado pero sin demoler. Seguirá así, en estado de latencia, hasta 2028.

La negativa del Gobierno de Castilla-La Mancha a crear el anunciado cementerio nuclear de Villar de Cañas (Cuenca), donde se iban a enterrar todos los residuos con alto poder radiactivo generados en la producción de energía atómica en España, obligará a prolongar la vida de los ATI en las centrales nucleares incluso cuando los terrenos tengan ya otro uso.

Un destacamento de la Guardia Civil los vigilará noche y día hasta que puedan ser trasladados a un Almacenamiento Geológico Profundo (AGP), cuya construcción está prevista para el año 2070. 

Hasta entonces, será como tener las cenizas del difunto en el salón, solo que en este caso se trata de cenizas radiactivas.

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