Política energética

Alemania apaga sus últimas nucleares entre dudas sobre el futuro energético

Berlín pone fin a esta fuente de energía con el cierre, este sábado, de los tres últimos reactores nucleares

La planta nuclear Isar 2, en Baviera, una de las tres últimas centrales que quedaban todavía en funcionamiento y que Alemania cerrará este sábado.

La planta nuclear Isar 2, en Baviera, una de las tres últimas centrales que quedaban todavía en funcionamiento y que Alemania cerrará este sábado. / CHRISTOF STACHE / AFP

Marina Ferrer

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"Este sábado se apagan los tres últimos reactores. Es la victoria de 50 años de lucha. Y que no nos vengan con dejarlos en reserva: un reactor no se apaga o enciende dándole al interruptor, es un proceso mucho más complicado. Los 60 años de uso de esa energía dejan una hipoteca de basura atómica para las próximas 30.000 generaciones". Helge Bauer, del colectivo Ausgestrahlt. Gemeinsam gegen Atomenergie (Radioactivado. Juntos contra la energía atómica), resume así para EL PERIÓDICO sus sensaciones y también temores ante el apagón final, este sábado 15 de abril. Sensación de victoria, por un lado. Y temor ante las voces que reclaman una moratoria para una fuente de energía que están reactivando países avanzados como Suecia. Su alusión a las 30.000 generaciones remite al millón de años que deben quedar enterrados los residuos dejados por las 37 centrales atómicas que ha tenido Alemania en los 62 años de uso civil de esa fuente de energía.

"El apagón nuclear ahora es una cabezonería de los Verdes. Han preferido reactivar explotaciones de carbón, una energía fósil que hace inviable el cumplimiento del objetivo de reducción de emisiones de CO2. El apagón no es sensato, mientras no se consiga un desarrollo suficiente de las energías renovables. El 15 de abril es un día negro en la lucha contra el cambio climático". El exministro de Sanidad, Jens Spahn, eterno aspirante a liderar a los conservadores alemanes, sintetizaba así estos días ante medios alemanes o extranjeros el parecer de quienes, habiendo compartido en otros tiempos el objetivo del apagón, consideran que es este el peor momento posible para consumarlo.

Para Bauer, que se declara "activista antinuclear" desde que tiene "uso de razón", el término 'seguridad' no es aplicable a ninguna central atómica. En caso de accidente, la catástrofe "escapa a todo control". Se remite no solo a Chernóbil, la central ucraniana bajo estándares soviéticos cuya explosión en 1986 desató todas las alarmas. Japón, un país altamente tecnificado, vivió su propia catástrofe en 2011, en Fukushima. "Europa está ahora en guerra y nadie puede desconocer la vulnerabilidad de otra central ucraniana, Zaporiyia, ocupada por los rusos", prosigue el activista.

Gas natural licuado

"La seguridad energética no puede darse por garantizada. Los Verdes insisten en el término diversificación, tras el periodo de la dependencia energética rusa que afortunadamente hemos dejado atrás. Pero rechazan el uso de una energía limpia y prefieren dotar a Alemania de una terminal de gas natural licuado (GNL) tras otra, además de seguir explotando el carbón", añade Spahn. El exministro intentó repetidamente alcanzar la jefatura de la Unión Cristianodemócrata (CDU), el partido que Angela Merkel dirigió durante 18 años, para ver como finalmente se alzó con el puesto su líder actual, Friedrich Merz, representante como él mismo del ala más derechista del partido.

El activista Bauer recuerda que la energía atómica proporcionaba en esa fase final apenas un 6% del consumo eléctrico del país. Y que la propia Alemania exportó electricidad a Francia el año pasado, en medio de la sequía que paralizó la mitad de las centrales atómicas francesas. Reprocha a los Verdes, el partido del ministro de Economía y Protección del Clima, Robert Habeck, sus "concesiones" en el último tramo hacia el apagón --o incluso traiciones, en opinión del activismo climático más radical--. Los Verdes, socios del canciller socialdemócrata, Olaf Scholz, han incurrido en sucesivas contradicciones internas. En parte, obligados por el tercer socio, el Partido Liberal (FDP) del ministro de Finanzas, Christian Lindner; pero también, como representantes de la vía pragmática del ecologismo. Frente a las críticas a la reactivación de explotaciones carboníferas en reserva, mantienen el calendario de adiós al carbón para 2030 --o, a más tardar 2038--. Prometen a avanzar en el desarrollo de las renovables, que en 2022 proporcionaban un 46% del consumo y para 2030 deben llegar al 80%, según los objetivos reconocidos por el tripartito de Scholz.

Que el apagón nuclear se produce en un mal momento se refleja en la opinión pública. Si durante décadas hubo consenso sobre el adiós a esa fuente de energía, ahora un 59% de la población se pronuncia en contra del apagón, según un sondeo de la televisión pública ARD. Los precios disparados de la factura eléctrica son la principal preocupación de los ciudadanos.

Protesta en contra del cierre de centrales nucleares, en noviembre de 2021 en Berlín.

Protesta en contra del cierre de centrales nucleares, en noviembre de 2021 en Berlín. / CHRISTIAN MANG / REUTERS

En dirección opuesta a Francia y Suecia

En 2002, cuando el Gobierno del socialdemócrata Gerhard Schröder, con los Verdes como aliados, pactó con la industria el apagón nuclear progresivo, la gran familia ecologista europea celebró como un hito la decisión política de la primera economía europea. Ahora Alemania va a contracorriente. No solo respecto al vecino francés, con 19 plantas o 56 reactores. Si no también respecto a Suecia, cuyo gobierno de centro-derecho revirtió el calendario del adiós para plantear la construcción de nuevas centrales. Finlandia planifica asimismo con la energía atómica como para cumplir con los objetivos climáticos. Y Polonia tiene en programa construir sus primeras plantas.

"Ir contra corriente no es estar equivocado", sostiene el activista Bauer. La desconexión este sábado de las tres últimas centrales no es el fin de su lucha. Alemania tiene aún que decidir qué hace con los 120.000 metros cúbicos de residuos atómicos, de alta o media radiactividad, que sumados a los de las últimas plantas desactivadas o los materiales de las que están en proceso desmantelamiento suponen 300.000 metros cúbicos. Hasta 2030 tiene que decidir dónde construye su cementerio definitivo. Otra gran asignatura pendiente de sucesivos gobiernos.

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