Corrupción y turismo salvaje entre canales

Piratas al abordaje de Venecia

Treinta y cinco personas, entre ellas el alcalde, han sido detenidas por desviar dinero de una gran obra que construye un sistema de diques que blindarán la ciudad. El escándalo, junto al turismo depredador, aprieta un poco más la soga que ahoga la urbe.

El llamado 'toque'de un gran crucero en las mismas aceras de la ciudad.

El llamado 'toque'de un gran crucero en las mismas aceras de la ciudad.

ROSSEND DOMÈNECH

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La decadencia de la capital de la República Serenísima de Venecia, retratada por Thomas Mann en la célebre novela La muerte en Venecia, era refinadamente atractiva. La fama de la ciudad se salvó incluso con La Llave, filme del pornógrafo Tinto Brass, con el trasero de Stefania Sandrelli, jamás mostrado hasta entonces. La corrupción de los dogos -máximos dirigentes de la ciudad durante más de mil años- y sus tretas para apoderarse de Bizancio, diciendo al Papa que en realidad estaban yendo a liberar Jerusalén, adonde jamás llegaron, fue más soportable, aunque solo quizá, porque queda muy atrás en el tiempo.

El suicidio al que los actuales dirigentes están empujando a la ciudad de Giangiacomo Casanova es nauseabundo y vulgar. Autores de todo el mundo han escrito mil veces que Venecia muere porque el salitre la corroe y el agua alta de las mareas la desgasta. Pero ahora la están matando la corrupción y, sobre todo, un turismo sin sentido que destruye los mismos bienes que atraen a los viajeros.

En este comienzo de verano han sido arrestadas 35 personas y otras 100 están siendo investigadas, de momento por haberse embolsado 25 millones de euros. Entre ellos el alcalde, el progresista Giorgio Orsoni, que podría haber cobrado en negro 110.000 euros para su campaña electoral y otros 450.000 más de propina. Nada que ver con el millón anual de sueldo fijo que presuntamente se embolsaba el expresidente de la región, Giancarlo Galan, exministro y parlamentario conservador. En este mercadeo figura un consejero conservador de obras públicas, Renato Chiso, acusado de embolsarse 200.000 euros al año; una europarlamentaria también conservadora, Lia Sartori, que pagó su campaña para Estrasburgo con dinero mangado al Estado, y un general retirado de la policía militar tributaria, Emilio Spaziante, que ya tenía un millón en efectivo y al que se le habían prometido otros dos. Spaziante, por cierto, se hizo famoso cuando, años atrás, fletó un avión oficial para llevar unos kilos de doradas del sur italiano a los Alpes para agasajar a sus huéspedes. La lista también incluye a un magistrado del Tribunal de Cuentas y a dos directivos ministeriales.

La culpa o la causa ha sido Moisés, no el profeta del Antiguo Testamento que dividió las aguas para que el pueblo judío pudiera atravesarlas, sino como popularmente se conoce al Mose (Módulo Experimental Electromagnético), la mayor obra pública de Italia para la defensa, protección y conservación ambiental.

Según las previsiones más pesimistas sobre el cambio climático, las aguas de la laguna en la que se alza Venecia subirán 60 centímetros. El Mose, ya construido en un 80%, soportará mareas de hasta tres metros de altura. El lugar será como una especie de Holanda en miniatura.

Una obra de 5.500 millones

Su mecanismo es sencillo, aunque la construcción sea colosal. El agua de la laguna de Venecia entra por tres bocas situadas en las playas que la rodean, en las que se están construyendo 78 compuertas. Sin mareas, las compuertas permanecerán asentadas en el fondo. Cuando alcancen los 110 centímetros, unas inyecciones de aire comprimido las levantarán e impedirán que el agua del mar entre en la laguna.

En 1966 se produjo la mayor marea de Venecia, de 194 centímetros, que inundó palacios, iglesias, museos y bibliotecas, y provocó enormes daños en el patrimonio nacional. La Unesco abrió una oficina en la ciudad y recolectó fondos para salvarla. Aquella marea fue una excepción, aunque la tendencia es que, con los años, vayan aumentando. Si entre 1926 y 1965 solo 21 veces el agua alcanzó los 110 centímetros, desde 1996 hasta el 2010 ha sucedido en 191 ocasiones.

Algo, pues, había que hacer y se inventó el Mose, una ejemplar obra de ingeniería que no consiste solo en construir las compuertas, ya que también incluye, entre otros, un conjunto de trabajos de afianzamiento y la restauración y el dragado de canales en 1.500 hectáreas de la laguna. El monto, que asciende a 5.500 millones de euros, debió de desencadenar los apetitos: según la fiscalía, los 35 arrestados y los 100 investigados se habrían beneficiado del proyecto, no para sus partidos, sino para sus bolsillos. Es la diferencia entre los sumarios sobre la corrupción de Manos Limpias (1992-1994) y los actuales. Entonces se robaba para el partido, ahora para la propia cuenta corriente.

El gestor del Mose es el equivalente italiano de Fomento -que ejecuta las obras a través del Consorzio Venezia Nuova, que a su vez las subcontrata- y del Magistrado de las Aguas, una antigua institución que en Venecia manda más que el alcalde. Los detenidos e investigados estaban relacionados con estas instituciones.

A esta decadencia se añade el mal de Venecia: el turismo, los turistas principalmente llegados en cruceros y los cruceros mismos. Se trata de bestias de hasta 15 pisos de altura que tras entrar por una de las tres bocas marinas navegan frente a San Marcos para lo que llaman «el toque», aquella cercanía que en el 2012 causó el trágico naufragio del Costa Concordia. Por cada toque veneciano, los armadores pagan 39.000 euros.

Llegan los chinos y los indios

Hasta antes del 2006 los toques ascendían a 425 por año y a 885.000 turistas, pero desde entonces han aumentado a 661 y a 1,8 millones de pasajeros. Estas cifras se añaden a los 30 millones de personas que visitan la ciudad a través de otros medios. Y eso que aún no han empezado a llegar chinos e indios, que ya han anunciado sus ganas de visitar la Serenissima.

 

La universidad local de Cà Foscari y la de Padua han calculado que solo los cruceros aportan el 5,4% del PIB de la ciudad (365 millones de euros anuales), al que se suma otro 2% de las industrias auxiliares (134 millones anuales). Mucho dinero para las arcas de Venecia y mucho turista, también, de alpargata, aunque lleven esmoquin en las noches de gala de las naves. Por el espectáculo de ver San Marcos y la isla de San Jorge desde lo alto pagan un suplemento, pero cuando desembarcan permanecen apenas media jornada entre calles, puentes y plazoletas, y no gastan casi nada. Los 100.000 turistas diarios dejan en la ciudad un promedio de 134 euros por cabeza.

Hay clamor contra esta lenta pero inexorable destrucción de Venecia, pero niguna autoridad da con la solución. Algunos proponen que los cruceros atraquen en tierra firme y que los pasajeros lleguen en bus hasta Venecia, lo que supondría 45 vehículos por nave. O bien realizar otro canal, más alejado de las joyas de la ciudad, que costaría 65 millones y no tendría el visto bueno de los armadores, que no quieren oír hablar de renunciar al toque: el paquete del todo incluido perdería valor. Otros apuestan por dejar a los visitantes en una de las bocas y llevarlos hasta el puente de los Suspiros en vaporetto, pero sería una movida de aúpa. Incluso hay quien ha elaborado un proyecto para un metro sublagunar que ha sublevado a ecologistas y residentes. También se ha experimentado con un vaporetto solo para turistas (24 euros), pero viaja semivacío.

Queda solo la solución de los numerus clausus, pero nadie se atreve a decidir quién entra y quién no, o cuáles deberían ser los requisitos. La solución está en manos de Venecia Terminal Pasajeros y de la Autoridad Portuaria, que, en plena crisis, han ingresado unos beneficios netos de 13 millones en solo  tres años.

Igor Stravinsky, enterrado en la veneciana isla de San Michele, debe de estar dando tumbos en su imposible descanso y quizás la Unesco, el mundo del arte y simplemente los amigos de la belleza deberían poner en pie una quinta cruzada. Esta vez para echar la llave a la ciudad, y permitir que solo se queden sus 59.000 residentes -con tres tiendas de fruta y verdura, un zapatero y una artrosis que empieza en la juventud-, que las huestes napoleónicas vigilen desde el exterior cualquier intrusión y que se ejecuten los corruptos en la plaza San Marcos durante el carnaval, como se hacía en la etrusca Siena. Giorgione, Tiziano, Tintoretto, Palladio, Marco Polo y cientos de otros que hicieron bella Venecia, pero sobre todo los venecianos de a pie, tal vez lo merezcan.