voto particular

Una sentencia con tomate, cebolla y ajo

El juicio fue una Boqueria de sabores, con 52 jornadas de producto fresco, pero el fallo se sustenta sobre un simple sofrito de tres momentos clave

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Carles Cols

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La lectura al galope de la sentencia del 'procés' ha sido una ineludible oportunidad para repescar del fondo del cajón las notas tomadas durante las jornadas del juicio, sesiones a veces tediosas, otras vibrantes, apuntes siempre garabateados dentro de la sala de vistas, que dieron pie, mano a mano con Rafael Tapounet, a las crónicas serializadas en este diario bajo el epígrafe de 'Voto particular'. Son hojas sin encanto, muchas de ellas aprovechadas de las cuartillas que el servicio de habitaciones del hotel, al lado del teléfono, dejaba gentilmente cada día en la mesilla de noche. Vamos, nada anotado en una Moleskine como la de Josep Maria Jové, a cuyo contedido la sentencia da absoluta credibilidad, como si fuera una zarza ardiente que habla y a pesar de que los ahora condenados aseguraron en el banquillo desconocer su existencia. Probablemente no mentían.

Que Jové eligiera una Moleskine como libro de viajes del 'procés' tal vez fuera porque un día la imaginaba expuesta en el Museu de la Independència

La Moleskine sirve como punto de partida de esta última entrega de 'Voto particular' por lo que Marchena no dice de ella, y eso que resulta ser lo más obvio, que aquello era una 'frivolité' del exsecretario general de Economia, que tal vez la imaginaba en el futuro dentro de una urna de cristal en el Museu de la Independència, así que echó mano de una agenda de anotaciones con 'charme', a 20 euros la unidad, igualita, creerá él, a las de Bruce Chatwin, quien en los 70 las popularizó como libretas de viajes. De Chatwin, por cierto, se supo años después que los retratos de la realidad que ofrecía a sus lectores sobre la Patagonia, Argelia o Australia eran, por decirlo a lo Marchena, "ensoñaciones".

La sentencia utiliza párrafos completos de las anotaciones de Jové como argamasa para condenar, por ejemplo, a Carme Forcadell, pero pasa por alto el embalaje, menosprecia la opción de hacer un 'unboxing', no subraya que si en esta revolución había que buscar la playa bajo los adoquines, por favor, que la arena fuera de Cadaqués, Bagur o Calella de Palafrugell. ¡Moleskine! ¡El medio ya era el mensaje!

Los apuntes de aquella jornadas de 'Voto particular' son, releídos ahora a la luz de la sentencia, un paisaje otoñal, hojas y hojas de anotaciones por barrer. Por la sala de vistas del Tribunal Supremo pasó, no se olvide, Lluís Llach, que se autoinculpó de que suya era la idea de que la secretaria judicial saliera de la Conselleria d'Economia disfrazada de 'indepe'. También Enric Millo, responsable involuntario de uno de los inolvidables 'memes' del caso, el 'fairy' como kriptonita de las fuerzas de seguridad. Qué decir de Albert Donaire, el increíble mosso menguante. Y de aquellos 'aporellescos' guardias civiles que, temblorosos como flanes, aseguraron que ni en el País Vasco de los años de plomo vieron caras de odio como las catalanas. En esta causa, habrá que recordarlo, declararon (más menos que más) hasta Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría y José Ignacio Zoido, en una suerte de concurso del no sabe/no contesa. Sobre todo esto y bastante más, la sentencia no dice ni mú o pasa de puntillas.

La fiscalía, paladín de la rebelón, se trasquiló solita cuando dijo que la violencia del 23-F se redujo a que Tejero quiso y no pudo tumbar a Gutiérrez Mellado

En aquella sala se dijeron insensateces monumentales, la mayor de todas, tal vez, por boca de la fiscalía. Fue en una de las últimas jornadas. Entre los 'rottweilers' de la fiscalía, Jaime Moreno, Javier Zaragoza y Consuelo Madrigal, resultaba disonante la figura de Fidel Cadena, un mimoso 'golden retriever' de voz aflautada y exquisita educación. A él le correspondió la tarea de sostener y no enmendar que lo sucedido era una rebelión como la copa de un pino. Echó mano de toda la jurisprudencia de la biblioteca del Tribunal Supremo. Parecía incontestable. Pero se vino tan arriba que terminó por asegurar que la violencia del 'procés' superó con creces a la del 23-F, donde, según él, el uso de la fuerza no fue más allá del intento de Antonio Tejero de tirar al suelo al general Manuel Gutiérez Mellado. A lo mejor fue aquel día cuando la tesis de la rebelión murió y fue discretamente enterrada.

Entonces, ¿en qué sustenta el fallo? Antes de responder, una brevísima disección. De las 493 páginas de la sentencia, 193, que no es poco, están dedicadas a rebatir alegaciones, repeler recusaciones de miembros del tribunal y negar posibles vulneraciones de derechos de los acusados. La sentencia, con estos números, hay que admitir que es corta. Más aún si se descubre que a la falaz declaración de independencia del 27 de octubre del 2017, desencadenante de las detenciones de la cúpula política del 'procés', se le dedican un par de cortas menciones, como si aquello fuera un hecho ya intrascendente tras todo lo acontecido antes. La sentencia se cimienta esencialmente un poco en la Moleskine y mucho en tres momentos clave; 7 de septiembre, cuando el Parlament aprueba las leyes de desconexión en mitad de una sesión tabernaria, 20 de septiembre, o sea, el tumulto de Economia, y 28 de septiembre, la tarde en que la cúpula de los Mossos le planteó a la cúspide del Govern que desconvocara el referéndum del 1 de octubre.

Los primos lejanos del Parlament

Tienen, en cierto modo, un denominador común. En la primera fecha, los políticos desairaron a los letrados del Parlament, profesionalmente primos lejanos del los miembros del tribunal. En la segunda, mucho peor, los manifestantes le amargaron el día a una secretaria judicial. La tercera requiere antes un recordatorio de lo sucedido el 14 de marzo, cuando Vox no preguntó al mayor Trapero por la advertencia que este hizo en su día a Carles Puigdemont y solucionó aquel colosal patinazo Manuel Marchena en persona, que tomó las riendas del interrogatorio para pasmo de la defensa.

Es malpensar, de acuerdo, pero la sentencia parece guisada con el sota, caballo y rey de la cocina, tomate, cebolla y ajo, con los ingredientes que el 'cheff' Marchena mejor conoce, y desdeña tantos y tantos sabores exóticos que fue posible degustar durante 52 sesiones de juicio del 'procés'.