Voto particular
El comienzo de una hermosa amistad
Melero y Marchena, los dos personajes más carismáticos de la función, animan la jornada con un inesperado giro dramático
Rafael Tapounet
Periodista
Rafael Tapounet
Por fin un giro de guion a la altura de las expectativas que habíamos depositado en esta vista oral. Los protagonistas de la escena fueron, como no podía ser de otro modo, los dos personajes más carismáticos de la función: el abogado barcelonés Javier Melero, que ejerce la defensa de Joaquim Forn y Meritxell Borràs, y el juez canario Manuel Marchena, presidente de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo.
Melero y Marchena son, por así decirlo, dos espíritus afines, dos eminentes profesionales del derecho entre los que fluye una notoria corriente de respeto, cuando no de simpatía y admiración, y a quienes las circunstancias de la vida han colocado en trincheras distintas. Como a los hijos de Taras Bulba o, si prefiere el lector un símil menos dramático, como a Rick Blaine y el capitán Renault de 'Casablanca'. Resulta tentador imaginarse al letrado y al magistrado, una vez concluya el juicio, abandonar juntos el Palacio de Justicia, acaso compartiendo un pitillo y manteniendo un diálogo de este jaez: "Yo no me juego el cuello por nadie". "Es una sabia política exterior". Y así.
Careo, careo
Volvamos al giro de guion. Sucedió tras la declaración de Ferran López, comisario de los Mossos d’Esquadra y mano derecha del Mayor Josep Lluís Trapero, a quien relevó en la jefatura del cuerpo cuando se activó el Artículo 155. Después de someter al testigo a un escrupuloso interrogatorio encaminado a demostrar que el 'exconseller' Forn no interfirió en las decisiones operativas de los Mossos y que el 1-O la policía autonómica cumplió, con mayor o menor fortuna, las tareas que tenía asignadas dentro del dispositivo conjunto coordinado por el coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos, el abogado Melero hizo una pausa dramática y solicitó al tribunal un careo entre el comisario López y el citado De los Cobos para dirimir las evidentes contradicciones que afloraron en sus testimonios respectivos.
La petición pilló por sorpresa a Marchena, que, amparándose en lo avanzado de la hora, mandó a todo el mundo a comer y prometió dar una respuesta cuando se reemprendiera la vista oral, en sesión de tarde. Ni los guionistas del 'Batman' televisivo de los años 60 habrían concebido un 'cliffhanger' tan audaz (entiéndase por 'cliffhanger' ese recurso narrativo que consiste en colocar a uno de los protagonistas de la historia en una situación extrema al final de un capítulo para exacerbar la ansiedad del espectador). La posición del juez era ciertamente comprometida, aunque hay que decir, en honor a la verdad, que en las casas de apuestas se creía más bien poco en la posibilidad de que la solicitud prosperara (el sí de Marchena al careo se pagaba mejor que un gol de Boateng en la final de la Champions, para que se hagan una idea).
Al final, como sucedía casi siempre en 'Batman', el desenlace fue un poco decepcionante (la sala, por unanimidad, optó por aplazar la decisión), pero en un juicio como este, donde todo es tan previsible, la incertidumbre de esas dos horas no se paga con dinero. Y, además, a este redactor le sirvió para rellenar 3.000 espacios de crónica, que no es cosa baladí.
Las abuelas del infierno
En el turno de tarde declararon también unos agentes de la Guardia Civil identificados en la causa como U30527P, Z44192J, L97409L, B17279W, P24860N, C70834I y otros nombres parecidos (será por eso que los llaman "números"), que el 1-O intervinieron en puntos de votación de distintas localidades de Catalunya. Relataron episodios de resistencia activa, violenta incluso, por parte de los ciudadanos concentrados ante los centros, con patadas, empujones, insultos y escupitajos. El contraste entre el nivel de hostigamiento que describieron en sus testimonios y las imágenes de gente pacífica cantando con las manos en alto que evocaron los abogados de la defensa en sus preguntas le hizo pensar a uno en aquel 'gag' de 'Monty Python’s Flying Circus' en el que unas abuelas vandálicas aterrorizan a un vecindario. "Estas ancianas causan muchos problemas –explica a la cámara un atribulado policía-. El día de la pensión es lo peor. Pierden la chaveta. En cuanto se hacen con el dinero se lo gastan todo en leche, pan, té y latas de comida de gato".
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