Ágora

El cambio climático y el futuro de los coches

Pretender un cambio puramente tecnológico hacia los coches eléctricos sin tener que replantear el modelo de movilidad es un grave error por muchas razones

Punto de recarga público coche eléctrico

Punto de recarga público coche eléctrico / Ferran Nadeu

Jordi Roca Jusmet

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En los países ricos el imaginario dominante sobre el transporte es "una familia, un coche" (o incluso dos o tres coches); este imaginario se ha extendido también en otros lugares del mundo.

Actualmente existen pocas dudas sobre que el modelo tradicional basado en quemar masivamente derivados del petróleo debe cambiar debido a la emergencia climática y que debe hacerlo rápidamente. El transporte privado es el principal demandante de petróleo y un contribuidor muy importante a las emisiones de gases de efecto invernadero.

Sin embargo, muchos ven la progresiva desaparición de los coches actuales como un cambio puramente tecnológico hacia los coches eléctricos sin tener que replantear el modelo de movilidad. Esto es un grave error por muchas razones.

El coche privado es una alternativa extremadamente ineficiente en términos energéticos y más en el caso de los coches eléctricos, que en general son mucho más pesados que los coches tradicionales debido sobre todo al peso de las baterías. Para mover a una o unas pocas personas se debe mover una estructura que puede pesar una tonelada y media e incluso más.

La transición a una electricidad cien por cien renovable no es nada fácil ni ausente de conflictos (¡como bien sabemos en Catalunya!) y si persistimos en el modelo del coche privado la rapidez con la que podemos hacer la transición será menor, pues a la demanda eléctrica por otros usos habrá que añadir la demanda eléctrica para alimentar el parque automovilístico. El resultado será más emisiones en el periodo de transición y la dependencia de más infraestructuras energéticas.

Hay que añadir que el despliegue de las energías renovables y su almacenamiento en baterías es muy dependiente de determinados minerales escasos como el litio, el cobalto o algunas de las llamadas “tierras raras”. Ya hace años que informes de instituciones como la Agencia Internacional de la Energía y el Banco Mundial alarman sobre la dependencia de los que se han llamado “minerales críticos”, cuya demanda se multiplicará en las próximas décadas. La extracción de estos minerales genera muchos impactos ambientales y conflictos aunque no los vemos porque normalmente se producen lejos de las zonas ricas. El cambio climático no es el único problema ambiental. Además, la minería de estos materiales y su transporte no se alimenta por supuesto del sol y el aire sino de combustibles fósiles contribuyendo también a emitir CO2.

Muchas personas asocian la ciudad sostenible del futuro con una ciudad llena de coches eléctricos. Sin embargo, la alternativa al modelo actual es la reducción radical del uso de los coches (eléctricos, eso sí) y la potenciación del transporte público (mucho más eficiente energéticamente) y de los desplazamientos a pie y en bicicleta (que solo requieren la energía que obtenemos de los alimentos).

En comparación con los coches actuales, los coches eléctricos no generan directamente CO2 y provocan mucha menos contaminación local que afecta a nuestra salud (aunque también emiten partículas por desgaste de los frenos y neumáticos y levantan partículas depositadas en el suelo). Esto son mejoras evidentes, pero las externalidades negativas de la movilidad en coche en las ciudades van mucho más allá: accidentes y ocupación masiva del espacio público en detrimento del espacio disponible para pasear, convivir o jugar.

¿Un futuro de coches eléctricos? Sí, pero sobre todo un futuro con muchos menos coches. Es necesario hacer políticas valientes para construir nuevos modelos de movilidad como están haciendo muchas ciudades punteras.