Análisis

Antes muerto que sencillo

Los jugadores azulgranas celebran un gol de Messi.

Los jugadores azulgranas celebran un gol de Messi.

JUAN VILLORO

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Un amigo madridista que vive en Barcelona acaba de pronosticar el siguiente marcador para el derbi en la porra de su oficina: 2-6. Más que de una apuesta, se trata de un exorcismo para olvidar el 2-6 que el Barça logró en el Bernabéu en la primavera del 2009. Y es que ante un clásico del fútbol se acaban las razones; solo quedan las supersticiones.

El derbi provoca que los equipos se superen a sí mismos al margen de la posición que ocupen en la Liga. Esta vez, el enfrentamiento no puede ser más igualitario. Incluso se puede decir que el Barça y el Madrid tienen virtudes complementarias. Los once de Guardiola se apoderan del balón pero esto le importa poco a la escuadra de Mourinho, que privilegia los relámpagos del contragolpe.

En la temporada pasada la Liga fue como esas superproducciones de Hollywood donde sobran los extras y escasean los protagonistas. Solo el Barça y el Madrid mantuvieron el pulso. Ahora sucede lo mismo, con el interés añadido de que eso representa dos maneras de ver el césped, es decir, el mundo.

Mourinho aporta una dimensión adicional a la rivalidad. Conocedor del circo mediático que rodea al balompié, se ha servido de eficaces estrategias para hacerse el insoportable. Como un ogro de los hermanos Grimm, usa la antipatía para que se hable de sus rugidos y su mal aliento y no de la fórmula con la que prepara sus potajes. El fútbol es una rama exhibicionista del consumo. Permite la provocación y la afrentosa competitividad. Nadie aprovecha mejor esta desagradable situación lícita que Mourinho. Lo más extraño en su biografía es su segundo apellido: Dos Santos. La bondad no parece duplicarse en su persona. ¿Estaremos ante un ángel caído? ¿Quien desea ser dos veces santo termina como diablo completo?

El Camp Nou no lo honrará con excepcionales abucheos porque el técnico no chuta y porque las pasiones negativas de los culés provienen del despecho y la frustración. Hay que haber querido mucho a alguien para lamentar a gritos su traición.

Mou, Pepe, Carvalho y Cristiano Ronaldo no despiertan la furia vengativa que su paisano Luis Figo despertó en aquella noche del cochinillo, pues no han sido adorados. Además, el Barça no atraviesa una etapa de desolación. Ambos equipos llegan contentos de ser como son. Esto agrega morbo al cotejo: nada más extraño para el barcelonismo que la forma que los merengues tienen de ser felices.

Una circunstancia peculiar es que los centrales del Madrid se llaman como el álter ego de Manuel Vázquez Montalbán, máximo heraldo de las gestas blaugranas. ¿Qué pensaría el inolvidable creador del detective Pepe Carvalho al ver que el club de sus amores enfrenta a los durísimos defensas Pepe y Carvalho?

El discurso de Guardiola no podría ser más distinto al del portugués de ceño adusto. Su equipo redefine las nociones de tiempo y espacio. Se apodera tanto del balón que en cada partido hace suficientes jugadas para llenar tres partidos. Además, en todo el terreno juega del mismo modo: triangula de principio a fin, ignorando las demarcaciones de las áreas. Esta forma del arte ha desconcertado a jugadores de eminencia. Ibrahimovic no encajó en la trigonometría barcelonista y Mascherano, experto recuperador de balones, tiene poca opción de desarmar a alguien porque la pelota suele estar en poder de sus compañeros. El Jefecito es como un cartero en tiempos de internet.

Cristiano Ronaldo, Higuaín, Di María y Özil tienen consistencia goleadora. En cambio, el Barça depende de Messi para anotar y Mourinho ha logrado desactivarlo en siete ocasiones (cuatro con el Chelsea, tres con el Inter). La clave está en el 10.

Los políticos catalanes mostraron que tienen fuerza para cambiar la fecha de un partido. Al mismo tiempo, así refrendaron que son menos interesantes que un balón. ¡Qué triste sería el domingo de Artur Mas si en su probable noche de gloria Messi demostrara que él es más!

En Historia del guerrero y la cautiva, Borges narra el destino de un bárbaro que llega a destruir Ravena. Antes del combate pasea por la ciudad. Recorre plazas, escalinatas, balaustradas. Entiende que ese escenario lo excede: está ante una civilización superior. Educado por la ciudad, cambia de bando y muere en su defensa. Como en la fábula de Borges, el Camp Nou recibe a un poderoso enemigo. Guardiola y Mourinho: la arquitectura y el martillo.

El derbi también es el gran negocio de la temporada. Para Adidas y Nike, se trata de un duelo de zapatería: la bota de Messi contra la de CR7. Pero olvidemos por un rato las vulgaridades: los once de Guardiola defienden el juego como cultura. Su poderío no deriva de la contundencia, sino de la persuasión, de los pases que conversan y riman entre sí: convencer para ganar. ¿No es eso demasiado complejo? Desde luego. Por eso vale la pena. Que otros se ocupen de los triunfos simples. El Barça solo desea lo más difícil. Su triunfo será artístico o no será.