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La lentitud del autobús es una cuestión de semáforos

Vehículos circulando por el barrio de Sarrià de Barcelona.

Vehículos circulando por el barrio de Sarrià de Barcelona. / RICARD CUGAT

Es de agradecer que se ponga el foco sobre las deficiencias del transporte público, pero después de leer la información 'El bus de Barcelona implora más carril reservado para ganar velocidad' me da la impresión de que o bien no conocen de cerca los problemas del bus o las conclusiones se basan demasiado en cifras que no terminan de reflejar el problema.

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La lentitud del autobús no la origina la falta de un carril propio. Muchas de las vías importantes disponen de él: Diagonal, Gran Vía, Mallorca/València, Aribau/Muntaner, General Mitre, Balmes, paseo de Gràcia... Sin embargo, el carril bus no evita la lentitud, que viene ocasionada no por el tráfico, sino por los semáforos.

Mallorca y València son calles con onda verde semafórica, lo que facilita la circulación de coches pero supone que, tras cada parada, el bus pierde la fase semafórica y debe esperar a la siguiente. Las fases semafóricas en Barcelona suelen ser de 90 segundos, de manera que en estas vías con onda verde, tras cada parada el bus pierde unos 45 segundos, que es lo que tarda el disco rojo en pasar a verde. Considerando que en los horarios se calcula un minuto y medio para cada parada, esto significa que cada dos paradas el bus ha perdido el tiempo de una tercera. Es decir, si el bus no se encontrase con semáforos en rojo, la velocidad comercial mejoraría alrededor de un 50%.

Mi padre, que creció en Suiza, me comenta que allí, desde los años 70 del siglo pasado, los buses ya disponían de una especie de control remoto con el que podían alterar la fase de algunos semáforos para no encontrarse con un disco rojo. Queda claro que no es un tema ni de tecnología ni de economía. Hoy en día hay sistemas mucho más sofisticados que este. El coste de un sistema de prioridad semafórico sería poco más que calderilla para una ciudad pudiente como la nuestra. Sin embargo, si no se han tomado ni se toman estas medidas es por la misma excusa de siempre: el augurio de un colapso viario que nunca llega.

Parece una obviedad, pero de esas que nadie nunca quiere verbalizar: no se le pueden dar facilidades al coche y a la vez tener un buen transporte público. La L9 demuestra el fracaso de la mentalidad de llenar la ciudad de líneas de metro, algo inasumible económicamente. Consecuentemente, hay que tomar una decisión. Si de verdad queremos un transporte público de gran calidad, habrá que sacrificar facilidades para el coche. Si queremos mantener los privilegios del coche, hagámonos a la idea de que el transporte en la superficie siempre será deficiente, y que solo la desigual cobertura de metro ofrecerá una alternativa competitiva.

Sería bueno que algunos políticos, como el señor Trias, dejaran atrás la demagogia populista de proclamarse defensores del transporte público a la vez que son tolerantes con el coche privado. Como dicen los americanos: no puedes tener tu pastel y comértelo también.

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