La prisión de mujeres de Barcelona

Cuarenta años de la prisión de Wad-Ras: "Nací en esta cárcel, donde ahora estoy"

La nueva prisión de mujeres de la Zona Franca acelera para sustituir a Wad-Ras

La Generalitat cerrará las prisiones de Wad Ras y Trinitat y abrirá dos en la Zona Franca

J. G. Albalat

J. G. Albalat

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Jessica nació en la cárcel de Wad-Ras un año después de su inauguración y ahora de adulta, con 39 años, es una de las internas de la prisión de mujeres de Barcelona, en el Poblenou. "Mi madre me tuvo aquí", rememora. Cuando las separaron (podía estar en el centro hasta los 6 años, aunque ella lo abandonó antes), ingresó en un centro de menores. A los 18 años se emparejó y tuvo su primer hijo. "Me pasé a la mala vida y acabé aquí". Lleva 14 años entre rejas. Sin saber si lo verán o no sus ojos, porque le queda pena por cumplir (apunta que cuatro o cinco años), asegura que estará mejor en "la cárcel nueva", la que se construirá en la Zona Franca y sustituirá a la de Wad-Ras a partir de 2029. En la vieja cárcel conviven en 107 mujeres en régimen ordinario (siete de ellas con hijos) y otras 384 cumplen condena en régimen abierto. Jessica es una de esas reclusas.

El centro penitenciario que toma el nombre de una de las batallas el Ejército español (23 de marzo de 1860) en la campaña de Marruecos ha tenido que afrontar desde 1983 los mismos problemas que ha sufrido la sociedad, desde el consumo de heroína hasta la expansión del sida, el tráfico de droga y las crisis económicas. En sus primeros años de vida fue una cárcel en "blanco y negro, oscura, conflictiva y difícil de gestionar", reconoce Amand Calderó, secretario de Mesures Penals de la Generalitat, en un acto de conmemoración del 40º aniversario de esta prisión.

Con compromiso, vocación y ganas de transformar, los equipos penitenciarios que pasaron por este centro mejoraron la atención hacia las presas y su formación. El objetivo: convertir la cárcel en un lugar más humano o, como admitió el alto cargo, lograr que esa película en blanco y negro se convirtiera, con el paso del tiempo, en una en color. "Años después, la película continúa", insiste. El edificio fue construido en 1915 por los arquitectos Enric y Josep Maria Sagnier. Antes de convertirse en cárcel fue centro de menores. El 18 de octubre de 1983 llegaron las primeras internas: 68 mujeres y seis niños que procedían de la prisión de la Trinitat, también Barcelona.

El 28 de julio de 1990 la mayor parte de las reclusas se amotinaron y se negaron a entrar en sus celdas

El motín que cambió el rumbo

Es verdad que era una prisión gris y con apariencia dejada, como pudo comprobar el redactor que firma este artículo en sus primeras visitas a Wad-Ras, allá por los 90. Pero hubo un momento de inflexión, según reconoce la exdirectora del centro penitenciario Paula Montero. Fue el 28 de julio de 1990, cuando la mayor parte de las reclusas se negaron a entrar en sus celdas y permanecieron en el patio como señal de protesta por las pésimas condiciones sanitarias y la masificación del centro. Uno de los desencadenantes del motín, en el que participaron unas 300 presas, fue la muerte de una de ellas. La mujer había fallecido días antes, el 13 de julio, en el Hospital Clinic, tras permanecer nueve días con fiebre en la celda que ocupaba junto con otras seis internas (por entonces era habitual esa masificación).

Este periodista vivió esa noche de forma directa. Los medios de comunicación entraron hasta el despacho del director, donde el entonces 'conseller' Agustí Bassols explicó lo sucedido a altas horas de la noche. En el recinto se podía oír con claridad la intervención de la policía y los gritos de las internas. Aquellos días las prisiones catalanas vivieron jornadas convulsas. Seis días antes del motín de Wad-Ras, cinco reclusos de la Modelo se encaramaron al tejado exigiendo su traslado a un centro sanitario: eran enfermos de sida y necesitaban ser atendidos. El VIH hacía sus estragos en las cárceles por la entrada de heroína y la falta de higiene de las jeringuillas, que eran compartidas por varios presos.

"Fue difícil y duro, pero nos sirvió para poner en marcha un nuevo proyecto", recuerda Paula Montero, directora de Wad-Ras entre 1990 y 1993. Cuando ocurrió el motín era muy joven. "Lo primero que intenté hacer al entrar en el centro fue escuchar, para saber qué está pasando", asegura. Hasta tal punto cuidó ese acercamiento que alguna recluso dijo que parecía estar en un colegio. "Pensé: esto va bien", recuerda. “Pusimos mucha pasión, muchas horas y mucha vida”. En aquellos tiempos había "muchísima" masificación y tensión.

El azote de la droga y del sida

José María Montero, director de Wad-Ras entre 1993 y 1995, rememora las dificultades a las que se enfrentaron en los 90, ante los estragos de la heroína y el sida. "Tuvimos que hacer programas específicos de drogas y salud, tanto para concienciar como para prevenir", asegura. En ese periodo muchas internas consumían o tenían sida, por lo que una de las misiones era explicarles cómo vivir con ello. No solo era concienciar. El equipo directivo se propuso que el centro funcionara de una forma diferente a las cárceles clásicas. Barcelona vivía entonces la época post-olímpica y el tejido social en la ciudad era importante. La prisión mejoró cuando el barrio de la Vila Olímpica dio un gran salto y empezó a tejer una comunidad de vecinos más allá de las fábricas y las naves industriales que habían poblado la zona. Un ejemplo: los niños que viven con su madre en la cárcel van a una guardería cercana.

La actual directora de Wad-Ras, Soledad Prieto, explica que la prisión ha sido un "laboratorio" donde se han ido ensayando proyectos que después se han exportado a otros centros de Catalunya. Uno de los retos que afronta ahora la prisión, concreta, es la rotación de reclusas que cumplen penas cortas, de entre cuatro y seis meses. Este tipo de condenas requieren una adaptación del sistema de reinserción y de los cursos que se imparten. "Una persona que ingresa con previsión de tres meses de estancia no tiene la misma adherencia a los programas y hay que hacer actividades más puntuales", afirma. A Jessica todavía le quedan unos años en prisión: "No quiero volver aquí. Quieras o no, la cárcel pesa".

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