Los pactos locales no pasan factura, no pactar, sí

Los pactos son un mal menor por muy estrambóticos que parezcan en el primer minuto y además son imprescindibles mientras no se garantice la gobernación local con mayorías bonificadas para la lista ganadora

El líder del PSC, Salvador Illa, con el presidente de Junts en el Parlament, Albert Batet, en un acto

El líder del PSC, Salvador Illa, con el presidente de Junts en el Parlament, Albert Batet, en un acto / DAVID ZORRAKINO / EUROPA PRESS

Jordi Mercader

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El balance final de la distribución del poder local no puede ser más nítido. El PSC ha sido el gran triunfador, basculando entre unos y otros para ocupar una centralidad que deja en ridículo la tradicional voluntad de los partidos independentistas para aislarlo en la política catalana. Ciertamente, el partido de Salvador Illa asumió un riesgo notable al blanquear al PP de los pactos con Vox para ganar la alcaldía barcelonesa, pero la maniobra les salió redonda. Los Comunes almorzaron sapo un día y el mal sabor de boca les duró hasta que se vieron gobernando la Diputación barcelonesa, acertando en esta ocasión con el socio ganador, a diferencia de hace cuatro años.

Algunas voces en Junts han dejado trascender su desánimo por la pésima gestión de los pactos por parte del secretario general de la formación, Jordi Turull. No puede extrañar a nadie dado que su influencia local ha quedado limitada a la Diputación de Girona y el partido se queda a dos velas. Junts cometió un error mayúsculo al negarse a pactar en Ripoll para cerrar el paso a la ultraderecha catalana, luego se ofuscó en un cálculo precipitado en el Ayuntamiento de Barcelona y acabó actuando en la Diputación por despecho por la derrota infligida por Jaume Collboni. Un fiasco general que aumenta las dudas sobre una organización sin más programa que perjudicar a ERC. Los republicanos han salvado los muebles, abrazados al PSC, al que siguen demonizando sin escrúpulos.

Ningún partido serio puede ignorar que los pactos en política municipal tienen un coste muy cercano a cero, siempre que vayan acompañados de la estabilidad y la operatividad del gobierno resultante. Son un mal menor por muy estrambóticos que parezcan en el primer minuto y además son imprescindibles mientras no se garantice la gobernación local con mayorías bonificadas para la lista ganadora. Hace cuatro años, el pacto PSC-Junts en la diputación desencadenó un festival de descalificaciones por parte de ERC. Sin embargo, la colaboración resultó pacífica y positiva; tanto, que un par de alcaldes que se presentaban asociados a Junts han decidido continuar con los socialistas y seguir interviniendo en la distribución de inversiones locales. 

Los pactos de gobiernos con capacidad legislativa son otra cosa, porque además del factor de la estabilidad, cuenta con las dificultades del engranaje ideológico en la gestión de las prioridades legislativas de los socios. Pedro Sánchez podría escribir un manual de su experiencia con Unidas Podemos, ERC y Bildu. En este punto, la izquierda no puede ocultar su perplejidad por los escasos efectos negativos que según los sondeos tienen los pactos autonómicos del PP con Vox. En el adelanto electoral pesó la tesis de una capitalización inmediata de estos acuerdos, pero el cálculo no se cumple. Tal vez porque al elector de derechas minimice las diferencias entre Feijóo y Abascal, o porque el desencanto con los pactos solo se materialice al comprobar el funcionamiento y el resultado de los mismos.

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