Análisis
Una ruta impracticable
Josep Martí Blanch
Periodista
JOSEP MARTÍ BLANCH
La CUP ha apuñalado la hoja de ruta que daba sentido a la legislatura con la emmienda a la totalidad del presupuesto y el incumplimiento del pacto de estabilidad parlamentaria. Los portavoces cuperos, sin ponerse colorados y con un cinismo envuelto en camisetas reivindicativas, pretendían que el hecho de haber enviado los presupuestos del vicepresidente Junqueras a tomar viento no tuviese ninguna consecuencia, no fuese el final de nada y que todo continuase con normalidad. Claro, los unicornios existen.
La CUP tendrá aún otra oportunidad para demostrar de qué pasta está hecha después del anuncio del presidente de la Generalitat de someterse a una cuestión de confianza cuando dé inicio el nuevo curso parlamentario. Y no defraudará, porque si alguna cosa ya ha demostrado sobradamente es su impermeabilidad a cualquier presión que provenga del exterior. Ni la CUP confía en Junts pel Sí ni Junts pel Sí está en condiciones de poder satisfacer sus exigencias.
La hoja de ruta se ha vuelto impracticable porque la transversalidad, que era la fortaleza del proceso soberanista, es ahora una piedra en el zapato. Toda virtud en exceso deviene defecto. El escenario ya era complicado. En Junts pel Sí conviven diferentes sensibilidades que pueden alcanzar puntos básicos de acuerdo para caminar juntas por un tiempo determinado. Difícil pero posible. Ahora bien, los hechos demuestran que el puzle resulta imposible cuando se añade la pieza cupera, en la medida que la extrema izquierda revolucionaria no está dispuesta a dejar de forzar el proceso, tanto en la forma como en el fondo, para alejarlo de la amplia centralidad que representan CDC y ERC. Por ello la CUP empezó vetando personas, exigiendo y cobrando la cabeza de Mas, ha continuado abusando del filibusterismo parlamentario casi en cada sesión y ha acabado vetando los presupuestos. Todo en cinco meses. Los extremistas nunca defraudan.
La realidad es que solo 62 diputados, los de Junts pel Sí, avalan y confían en la hoja de ruta acordada. Dado que la cifra es insuficiente para hacerla realidad, y que Carles Puigdemont, como era previsible dada la excepcionalidad de su presidencia, ya ha cerrado la puerta a modificar el sentido de la legislatura con nuevas alianzas, el desaire persistente y exhibicionista de la CUP significa en la práctica empezar a transitar, paso a paso de momento, hacia el escenario de unas nuevas elecciones.
El proceso no está muerto, tal y como se afirma desde todos los altavoces que quisieran verlo enterrado desde su inicio. Entendido como la aspiración de una parte muy relevante de la sociedad catalana de tener un Estado propio o, como mínimo, tener la oportunidad de decidirlo, sigue muy vivo. Pero la hoja de ruta actual es ahora un espectro que mantiene las constantes vitales solo gracias a la respiración asistida. Ahora toca velarla hasta la cuestión de confianza. Una confianza que, pase lo que pase, está ya definitivamente dañada. Harán falta nuevas hojas para escribir en ellas nuevas rutas.
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