Periféricos y consumibles
Purpurina y otros disfraces literarios, por Javier García Rodríguez

Purpurina
La Unión Europea ha prohibido la purpurina. Bien hecho. Quizá así desaparezca también de la literatura. Que no nos vendan más el chocolate del oro falso. No más 'brilli-brilli' para dar esplendor y para tapar las imperfecciones. La purpurina es el gotelé de la poesía desmañada, el maquillaje corrector de la prosa mañosa, el bótox del ensayo fritanga, el polvo decorativo con que termina una noche que había comenzado más prometedora. Han prohibido la purpurina y otros microplásticos pensados para la cirugía y los estiramientos faciales de todos aquellos practicantes, aquellas practicantas y aquellos 'practicantos' rodados que tienen más cara que espalda y un morro que se lo pisan o, si hace falta, se lo pixelan. Barniz para maderas ajadas, betún de Judea para la pretecnología de los 'boomers' y el bricolaje de los adeptos de la Iglesia de Leroy Merlin™.
Se prohíbe la purpurina resultona, pan de oro en la escultura de la cancelación, pero se mantienen los purines literarios, los residuos de origen orgánico, como aguas residuales y restos de cosechas, semillas, concentraciones de animales muertos, comida, excrementos sólidos o líquidos, o mezcla de ellos, fermentados o con capacidad de fermentar que tienen impacto medioambiental (gracias, Wikipedia). Aunque el medio ambiente aguanta lo que le echen: una antología de cuentín 'Tarantino', una nueva novela de Antaño Muñón Melaza, un ensayo de 'cartoon' piedra, una poesía como falla colorista que habrá de quemarse para mantener el espejismo de la renovación entre la kermés y la 'cremà' protectora para los rayos de sol, oh, oh, oh. Mientras, saltamos a la comba aquello de “el cocherito leeré, me dijo anoche leeré” convertidos en cazatendencias.
Cada día trae sus propios afanes (Mateo, 6:34). Cada noche trae sus propios sueños (Mr Wonderful™). Escribió, con su talento habitual, Mercedes Díaz Villarías: “Sacúdeme la purpurina de las pesadillas”, en una imagen que lo dice todo. La purpurina es el confeti de las noches en vela. La purpurina es la palabra de más, la palabrita del Niño Jesús. La purpurina es la pedrea en la lotería, el reintegro. La purpurina son los fideos de colores para los postres poco llamativos de la infancia inapetente. La purpurina es la decoración de interiores de una Bauhaus 'espídica'. La purpurina es el maquillaje de las estrellas, la crema con total 'effect', los alamares reduplicados del traje de luces de un torero cobarde. La purpurina es poner una foto con varios caballos en fila india paseando por una playa desierta. Con sus jinetes tratando de mantener el equilibrio porque es la primera vez que van al paso, que trotan, que galopan. Como todos.
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