Maestro de las letras estadounidenses

John Irving publica su novela 'El último telesilla': "Desgraciadamente, el fascismo está regresando al escenario"

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John Irving

John Irving / DEREK O'DONNELL

Elena Hevia

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John Irving ha tirado la toalla. Después de escribir 'El último telesilla' (Tusquets / Ed. 62), una descomunal novela de 1.000 páginas, a sus 81 años, asegura que ya no escribirá más… novelas largas. Así que de momento se está poniendo manos a la obra del primerode los cuatro libros mucho más breves que tiene en cartera y habla de esos proyectos como si tuviera 20 años y una larga existencia por delante. El escritor se asoma a la pantalla del zoom desde su casa de Toronto, en Canadá, ciudad a la que se trasladó desde hace una década porque adora los climas fríos y necesitaba alejarse de su “país natal”, en el que percibe muchas cosas que no le gustan. En el 2019 con Trump en el poder, añadió preventivamente la nacionalidad canadiense a la norteamericana. 

Irving tiene el aspecto de alguien con diez años menos y una vitalidad envidiable. Mantiene el físico del practicante de lucha libre y del esquiador bastante decente que fue. De hecho, buena parte de la familia del escritor practica el atlético arte de bajar las montañas nevadas -el trasfondo paisajístico de esta novela- y resulta inevitable pensar que los libros del autor se leen con la misma ligereza y alegría con las que se deslizan los esquís. 

Los asuntos habituales

Esta novela es nueva pero los temas, por suerte, son los de siempre: padres ausentes, madre excesiva, personajes LGTBI+, familias disfuncionales pero también extendidas, personajes excéntricos y entrañables con los que pese a su rareza es fácil empatizar y, algo un poco más raro, la presencia de fantasma en el nutrido elenco. Sin olvidar las viejas fórmulas gozosas de la novela decimonónica que se miran en Charles Dickens o en Herman Melville. En esta décimoquinta novela también late, como latía en ‘Las normas de la casa de la sidra’, un importante cabreo frente la injusticia y los prejuicios en un país, Estados Unidos, que ha visto mermar las libertades que creía conquistadas para siempre. 

Si he parecido más progresista en mis novelas es por lo atrasados que están en Estados Unidos

“Esta es una novela sobre un personaje heterosexual situado en una familia en la que todos sus miembros son queer. Este asunto siempre me ha preocupado y no me considero profético por haber hablado de ello cuando los derechos de los homosexuales todavía no habían sido conquistados. Estados Unidos está sufriendo una regresión en este sentido y si yo he parecido más progresista, atrevido o inteligente es por lo atrasados que están allí”, dice.

Adam Brewster es el protagonista, hijo de madre soltera, una aspirante a campeona de esquí que ha ocultado a su hijo la identidad del padre, al que buscará a lo largo de los años mientras se suceden acontecimientos como la Guerra Fría, Vietnam, la irrupción del sida y, lamentablemente, Donald Trump.  “No soy politólogo y no sé por qué el fascismo está de vuelta en el escenario pero claramente está regresando -advierte-. Se supone que tienes que aprender del pasado y no repetirlo pero no sería la primera vez que los humanos no aprendan una lección que se les ha dado ya. Estados Unidos nunca ha sido un país compacto. No hay que olvidar que tuvimos una guerra civil y que el país quedó también muy divido con la guerra de Vietnam, pero ahora la polarización es mucho más extrema. Es fácil señalar con el dedo y echarle la culpa a un personaje tan histriónico como Trump pero las personas que le apoyan estaban antes de que él llegara a la política, solo necesitaban un demagogo imbécil. Asi que de nuevo tenemos a las mujeres y a las mujeres trans en el punto de mira de los más intransigentes”. 

John Irving

John Irving / Tusquets

Aunque el autor de ‘Oración por Owen’ ya había sido adalid de la defensa de los transexuales en sus novelas. Véase la estupenda ‘El mundo según Garp’, en los últimos años ha tenido una razón aún más próxima para esa lucha. Su hija Eva, que previamente había salido del armario como hombre gay y posteriormente, como mujer trans. Pero hay más: “Los derechos de las mujeres y las personas LGTBI han sido importantes para mí porque cuando yo era adolescente mi madre trabajaba en un centro de planificación familiar que acogía a mujeres embarazadas menores de edad y contemplé entonces su lucha por conseguir el aborto. Más tarde, vi como mis hermanos menores se revelaron como gay y lesbiana y escuché a mi madre decir cosas como que si los hombres pueden tratar a las mujeres como una minoría qué no harán con el colectivo gay. Todo eso ha estado siempre en mi vida. No he tenido que inventar nada”.

De ahí que buena parte de los muchos ingredientes de los que se componen esas historias irvinescas en las que pasan tantas cosas sean un destilado de las propia experiencia del autor, que fue iniciado en la sexualidad a los 11 años por una mujer adulta. No todo lo da por bueno. Por ejemplo, no admite que uno de los momentos más inquietantes del libro en el que la madre del protagonista le da un beso apasionado esté emparentado con aquel recuerdo lejano del que una vez habló. “No, no tiene nada que ver. Entonces yo no sentí que habían abusado de mí. Solo lo percibí cuando mis hijos tuvieron la edad que tenía entonces y pensé en ello. Yo le tenía mucho cariño a aquella mujer y creo que aquel aspecto de mi vida ha sido malinterpretado”. 

Si hay algo incómodo e inquietante en una novela eso te impulsará a leerla.

De lo que no tiene ninguna duda es de la carga perturbadora que tiene la escena entre madre e hijo, aunque la primera sea un personaje excesivo y en cierta manera quien impulsa la acción, a quien el lector admira por su valentía: “La literatura debe incomodar porque si hay algo inquietante en una novela eso es lo que te impulsará a leerla. Yo, como autor, siempre tengo claro cual será el final de la historia y para mí establecer un ímpetu creciente es fundamental. Y claro está, eso tan del siglo XIX de empatizar con el personaje, enamorarte de él, temer por él, eso es lo que hace que te lances a leer”. 

No ofrece el menor atisbo de haberse hecho viejo. Ha abordado una novela para la que solo el acto físico de escribirla requiere una forma física que no es la de un octogenario. De momento trabaja cada día incansable y con su característico sentido del humor expresa. “La alternativa a morirse es ser viejo y no estar muerto. Así que tener tantos años me parece bien y además tengo la intención de estar por aquí un cierto tiempo más”.