La escapada

Escondites de artistas: Laura Fernández usa el Zoo de Barcelona como oficina

La premiada escritora es socia del zoo y está obsesionada con algunos de sus animales, como el rinoceronte Pedro o los pingüinos

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Laura Fernández y una imagen de los pingüinos del Zoo de Barcelona

Laura Fernández y una imagen de los pingüinos del Zoo de Barcelona / Noemí Elias / Laura Fernández

Juan Manuel Freire

Juan Manuel Freire

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La escritora Laura Fernández es conocida por su exuberante universo, en el que la vida normal no es lo normal y criaturas únicas asoman en cada esquina. Por eso tiene toda la lógica que, en lugar de un sobrio despacho, haya podido elegir el Zoo de Barcelona como oficina. Allí, rodeada de "formas de vida que nada tienen que ver con la nuestra", se encuentra en su hábitat. "He ido algún día sola, con el ordenador, y he escrito en las mesas de merendero", admite. Sin auriculares ni cancelación de ruido que valgan, por supuesto. Atenta a los sonidos, agradecida por estar rodeada de tanto misterio. "El zoo me parece un mundo dentro del mundo, en el que la civilización choca con la vida salvaje, o en el que intenta convivir con ella, o pretender hacerlo, y supongo que lo que me fascina es estar tan cerca de otras civilizaciones terrestres y a la vez extraterrestres". 

El secreto de un pingüino

Conocer los zoos del mundo se ha convertido en obsesión para la autora del multipremiado 'La señora Potter no es exactamente Santa Claus'. Cuando viaja no se preocupa en exceso por ver los monumentos clásicos, pero se asegura de visitar "tanto el zoo como el museo de historia natural del sitio que sea". Es una forma de hacerse una idea, quizá ligera, pero idea, del alcance del planeta donde vivimos. "No es que inspire, es que me tranquiliza, creo. Me relaja", afirma. 

Cuando visita el de Barcelona, del que es socia, con sus hijos, suelen ir a ver cómo están algunos animales en concreto. "Pedro, el rinoceronte, por ejemplo", señala. "Creo que es el rinoceronte más bonito que he visto jamás. Y he visitado un montón de zoos. Siempre me pregunto qué pensará de nosotros. Me lo imagino creando historias en su cabeza mientras dormita o contempla algo de forma obsesiva". 

De tanto observar a otros favoritos, los pingüinos, acabó descubriendo un 'amour fou' secreto: "Había uno de ellos que se negaba a comer porque lo único que quería era estar junto a la cuidadora", recuerda Fernández. "Me pareció que estaba completamente enamorado de ella. Trataba de hacer sus mismos gestos y a la vez llamar su atención. Y cuando ella le ofrecía comida, se daba la vuelta. Pero volvía enseguida a su lado, en cuanto dejaba de ofrecérsela". 

Cómo empezó todo

Su primer recuerdo del Zoo de Barcelona se desarrolla en el antiguo Aquarama, donde tenían lugar los espectáculos de la orca Ulisses. "Recuerdo estar sentada en uno de los bancos que había alrededor de la enorme y a la vez pequeñísima piscina, viendo a aquel fascinante mamífero negro y blanco saltar y golpear pelotas y ponernos a todos perdidos de agua. Era una especie de milagro". 

Esa fascinación se ha alargado en el tiempo. De hecho, en otra vida Fernández habría querido ser naturalista. "Leo cientos de libros sobre comportamiento animal. Y podría pasar horas mirándolos. Considero, de hecho, a los cuidadores una especie de superhéroes. No puedo creerme que salgan de allí y vayan al supermercado, como si tal cosa. ¡Han estado comunicándose con delfines!". Ella también lo hizo una vez, cuando le eligieron para sujetar el ramo de flores que recogían los delfines durante el espectáculo. Un triunfo.

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