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Crónica desde Beirut, la capital mediterránea que vive de espaldas al mar

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Una familia en la Corniche junto al mar

Una familia en la Corniche junto al mar / Andrea López-Tomàs

Andrea López-Tomàs

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El olor podría disuadir a cualquiera. El tufo a orina y basura en estado de putrefacción se mezcla con el aroma salado del mar hasta hacerle perder todo su encanto. A ese último perfume se aferran las decenas de personas que, como si de una religión se tratara, desfilan en procesión a orillas del Mediterráneo por la Corniche, el paseo marítimo de Beirut. Muchos beirutís admiran el mar, pero solo como fondo a sus retratos fotográficos. Unos pocos atrevidos, en cambio, se lanzan a su abrazo después de sortear el alambre y las rocas que separan las aguas marinas del encuentro con sus ciudadanos. Cada vez es más difícil bañarse. En la capital libanesa, la mayoría vive de espaldas al mar que les envuelve. Muchos incluso desconocen que Beirut tiene una playa pública de arena, sometida a la amenaza constante de la privatización y bañada por aguas residuales. Es casi una playa anónima.

Beirut desde La Corniche

Beirut desde La Corniche / Andrea López-Tomàs

“La gente que vive en Beirut no se atreve a bañarse en la costa de Beirut”, explica Mohammad Ayyoub, director de la plataforma Nahnoo, que en árabe significa ‘nosotros’ y trabaja para la formulación de políticas públicas participativas en el Líbano. “Antes, prefieren conducir dos horas hasta la playa de Tiro, en el sur. Vivimos en la costa pero no tenemos ninguna relación con la costa”, constata a este diario visualizando esa separación. Tan cerca y, a la vez, tan lejos. La vinculación con el Mediterráneo es casi imposible en la capital libanesa. Gran parte de la costa está privatizada por restaurantes y resorts vacacionales con precios prohibitivos (y más en un país tan empobrecido) u hoteles que han puesto muros en la arena para que el encuentro con el mar también dependa de la clase social. Un baño en el mar depende más del dinero que tengas. 

Además de estas barreras físicas, hay muchas otras. Como un puerto aún en ruinas que hace revivir el profundo trauma con sólo mirarlo, después de la explosión del 4 de agosto de 2020 que mató a más de 200 personas y por la cual aún nadie ha pagado. O también el paseo marítimo de la Corniche sin apenas acceso a una sola parcela de arena. Más al sur, se encuentra la playa pública de Ramlet el Baida, infestada de aguas residuales y basura, lo que conlleva graves riesgos para la salud de todas aquellas que se acercan para nadar o tomar el sol. Resulta imprudente y peligroso zambullirse en ella. “En su momento, fue una de las playas de arena más grandes de toda la costa mediterránea”, rememora Ayyoub. Hoy, entre sus granos, la arena, ocupada por chiringuitos ilegales, guarda jeringuillas usadas, residuos de todo tipo, y la Historia de todo un país.

Basura junto al mar

Basura junto al mar / Andrea López-Tomàs

Lucha por los espacios públicos

Recorrer su perfil en el mapa de Beirut desemboca en barrios superpuestos de barracas, dónde refugiados sirios, migrantes y los libaneses locales tienen vistas de primera a ese Mediterráneo sucio y contaminado. “La costa libanesa, especialmente en Beirut, está llena de aguas residuales”, denuncia Ayyoub. “Sólo la gente que no tiene ninguna otra opción acaba bañándose en el mar beirutí, así que vemos como la playa, un lugar que debería ser de encuentro y unión entre la población libanesa, la acaba dividiendo de nuevo”, añade. “Además, todos esos edificios ilegales que se siguen construyendo en la costa están destruyendo nuestra arqueología", dice.

La lucha por los espacios públicos en la capital libanesa y, en general, en el territorio libanés es una batalla perdida antes de ser empezada. Desde 1925, la construcción permanente en el dominio público marítimo está prohibida por decreto. Pero políticos y mandatarios llevan años haciendo oídos sordos a esta ley. “A día de hoy, se están aprobando leyes aleatorias que dan paso a la posibilidad de infracciones a lo largo de la costa libanesa”, denuncia la profesora de Estudios Urbanos y Planificación en la Universidad Americana de Beirut, Mona Fawaz, en el documental ‘Ramlet el Baida’ del Beirut Urban Lab. “Después de hacer la vista gorda ante estas violaciones durante años, los responsables políticos allanan el camino para la ocupación ilegal del dominio público marítimo”, denuncia Fawaz.

Durante la guerra civil

Entre los nombres de los propietarios o accionistas de resorts en la costa beirutí, han estado los exprimeros ministros Rafic y Saad Hariri, o el actual gobernante, Najib Mikati. “Estas violaciones comenzaron durante la guerra civil libanesa [1975-1990] por la ausencia de instituciones públicas”, explica Ayyoub. “Después de la guerra, los señores de la guerra se convirtieron en las instituciones y continuaron con las violaciones: el propio gobierno comenzó a dictar hasta 77 decretos especiales, que permitían la construcción en la costa”, añade el director de Nahnoo. Lejos quedan los retratos familiares en la costa de Beirut y las celebraciones en Ramlet el Baida ensalzando el mar. Ahora, para poder llegar a unas aguas mediterráneas inofensivas hay que pagar, como mínimo, una veintena de dólares por persona.

Beirut tiene mar, pero no le pertenece. No es suyo. Ni lo siente suyo. “La ciudad ha perdido su historia, su espíritu, porque una ciudad sin espacios públicos es una ciudad sin almas, ya que la gente no se vincula con la ciudad, no se preocupa por ella”, lamenta Ayyoub. En las entrañas del Mediterráneo que acaricia los contornos de la capital libanesa, se esconde su Historia, la actual y la pasada. Muchos de los miles de hombres y mujeres desaparecidos durante la guerra civil fueron lanzados al mar. Hoy, conviven con ellos los cuerpos de los migrantes que se atreven a surcarlo en busca de una vida mejor. También les acompañan los fluidos y la basura de aquellos que les expulsan. Sin importarle a nadie, la ciudadanía de Beirut aparta sus cuerpos de las aguas de su ciudad. Pueden soportar el olor, pero no el roce de tanta muerte y suciedad.

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