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El anciano Nadim, en su modesta habitación.

El anciano Nadim, en su modesta habitación. / Andrea López-Tomàs / Andrea López -Tomàs

Andrea López-Tomàs

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Cada noche, Nadim Bitar se cuela en conversaciones de extraños. Mientras toman una copa o gozan de una cena romántica en los exclusivos locales del barrio beirutí de Mar Mijael, Nadim les ofrece un obsequio. Este libanés de 77 años presenta una colección de sencillos brazaletes a cualquiera con el que se cruza. Espera que, con el par de euros que le den a cambio, consiga mantenerse. “¿Quién hubiera pensado que todavía tendría que trabajar a mi edad?”, pregunta desde la modesta habitación que le sirve de casa. “Pero necesito comer”, constata reflejando una realidad cada vez más común en el Líbano. En la capital del país de los cedros, la gente mayor aún tiene que limpiar las calles, o conducir taxis, o atender al público, o pedir limosna, o rebuscar entre la basura. Son ancianos como Nadim, abandonados por su Estado y forzados a pasar sus últimos años de vida cuidando de sí mismos. Es pura cuestión de supervivencia.

En el Líbano, son miles y miles, ya que es el país de Oriente Medio con el mayor número de ancianos. El 10% de los casi seis millones de libaneses tienen más de 65 años. Con el éxodo de la juventud ante el colapso económico del país, seguirán aumentando. La Organización Mundial de la Salud (OMS) prevé que se doblarán para el 2050. En las calles de Beirut, las mañanas les pertenecen. Caminan a paso lento, sostenidos por un bastón y los saludos de los comerciantes. Visitan la farmacia y la mayoría de las veces salen con las manos vacías. La inflación, que alcanzó el 222,42% en el 2023, les condena a la carencia. Ni sus propias medicinas pueden comprar. Con sus ahorros congelados en el banco desde hace cuatro años, gran parte de los ancianos de Beirut sobreviven gracias a la beneficencia. No les queda otra en un país donde alrededor del 80% de la población mayor de 65 años no tiene beneficios de jubilación ni cobertura de atención médica, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Maya Ibrahimchah lo llama el “genocidio silencioso de los libaneses”. Indignada por esta “falta de dignidad y respeto humano”, creó un supermercado gratuito hace más de cinco años donde estos ancianos pueden ir a comprar los productos básicos sin que se les cobre, a través de un sistema de puntos. “Así no tienen que mendigar”, cuenta a este diario. Lo llamó Beit el Baraka. En árabe, significa la casa de la pervivencia. “Cuando se jubilan, el poco dinero que les queda les dura entre cinco o siete años, pero, al alcanzar los 70 o 72 años, ya no les queda ni un dólar; entonces, es cuando llega todo el drama de golpe”, añade. Según Naciones Unidas, el 80% de los libaneses de 65 años o más dependen de las oenegés o del apoyo familiar para sus necesidades cotidianas, mientras que otros se ven obligados a mendigar en las calles.

Nuevo sistema de pensiones

La mayoría de los que aún tienen un hogar en el que reposar al terminar su jornada es gracias a que aún mantienen los precios antiguos de los alquileres. Con la devaluación de la libra libanesa en un 90%, algunos equivalen a apenas cinco euros al año. Después de la explosión del puerto de Beirut de agosto del 2020, que arrasó con unas 220 vidas y decenas de miles de casas, muchos perdieron ese pequeño privilegio. “Yo vivía en Karantina, [el barrio adyacente al puerto]”, rememora Nadim para este diario. “Después de la explosión todo desapareció, mi casa parecía un escenario de guerra”, añade, acariciando su envejecido cuerpo que también quedó magullado aquel día. Algunos jóvenes voluntarios de Beit el Baraka le traen medicinas y le acompañan al médico. “He trabajado toda mi vida pero no recibo nada del gobierno”, denuncia.

Tal vez esto cambie pronto. Antes de empezar el año, el Parlamento libanés aprobó finalmente una ley que modifica el sistema de seguridad social del Líbano y convierte su actual sistema de indemnización por fin de servicio en un plan de pensiones. Tras 20 años de trabajo, el hito es enorme para un Líbano, que, junto a Palestina, era “uno de los dos únicos países de la región árabe sin un plan que proteja a los trabajadores asegurados con prestaciones periódicas a largo plazo por jubilación, muerte e invalidez”, según la OIT. Esta nueva ley, algo ambiciosa para un país en caída libre desde hace más de cuatro años, entrará en vigor en el 2026 si todo va según lo planeado. De acuerdo a lo establecido, aquellas personas ya jubiladas podrán afiliarse al plan de pensiones si están interesadas. 

Una casa llena de recuerdos

Pero aún queda mucho para que esto sea una realidad. Tiempo es precisamente lo que les falta a estas personas. Malakeh Chaddoud, de 84 años, pasa sus horas en casa. Interminables horas. A pocos metros de la habitación donde vive Nadim, el no mucho más grande hogar de esta risueña anciana está impoluto, lleno de fotos antiguas de sus hijos. “Me gustaría pedirles dinero para que me ayuden, pero no tienen trabajo”, confiesa Malakeh, resignada. “Yo empecé a trabajar cuando tenía seis años, mi familia no tenía suficiente dinero para vivir y eran muy pobres”, recuerda esta libanesa oriunda de Trípoli, la principal ciudad norteña que, a día de hoy, es la urbe más empobrecida de todo el Mediterráneo. Trabaja su memoria a diario contando historias a los voluntarios que vienen a pasar tiempo con ella y le traen medicinas y agua. 

Malakeh recuerda cada uno de los nombres de las niñas a las que cuidó cuando ella era solo una adolescente. Es incapaz de disimular una sonrisa cuando explica cómo conoció al que fue su marido y padre de sus cuatro hijos, Fahed. “Mi cabello era bonito y vestía ropa preciosa, mi cintura era así”, dice, juntando mucho sus manos antes de estallar en una carcajada. “A mí no me gustaba la idea de casarme y mi padre no aceptaba a Fahed, pero, durante siete años, tuve miedo y paciencia hasta que por fin nos casamos”, explica. Su mirada se empaña cuando recuerda que Fahed murió durante la guerra civil. Sus hijos tenían seis y cuatro años, y los gemelos, solo cuatro meses. “Los crié yo sola en esta misma casa”, añade. Este hogar, con sus recuerdos, es todo lo que le queda a Malakeh.

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