Conde del asalto

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El nuevo filón discotequero: sesiones de tardeo para cuarentones y cincuentones

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Common People, en el Razzmatazz.

Common People, en el Razzmatazz. / Apolinar (@apolinar_studio)

Miqui Otero

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Hay algo bello en este florecer de discotecas de tarde para cuarentones: al fin y al cabo, la crisis de la mediana edad se parece sospechosamente a la adolescencia, con sus vaivenes vitales, complejo de inferioridad, intento desesperado de agradar, bruscos cambios corporales, melodrama ante cualquier mandoble vital.

Yo, como muchos de vosotros y como el Pequeño Nicolás, que se fogueó como empresario 'teen' invitando a pijos a una discoteca 'light' para acabar en las alturas de Villarejo, empecé en este tipo de fiestas vespertinas. Primero aquellas visitas a Area Beethoven, con los tragos de pippermint de estraperlo, para esperar a La Lenta y buscar a alguna chica que se prestara a besar a una 'punching ball' de acné. Luego, en Marina, donde este horario como de cenicienta de insti, el acelerón etílico antes de la cena, era de lo más habitual, del Señor Lobo a l’Ovella. Así que los que fuimos educados así vemos con cierta naturalidad la tendencia ya consolidadísima de las sesiones de tardeo para cuarentones y cincuentones.

Son varias las discotecas que han visto el filón. Después de ese valle de la ausencia que comporta la paternidad o los compromisos laborales exigentes, esos años en los que desaparece mucha gente, en los que uno ya no vuelve a ver todas esas caras que tan familiares eran en barras y lavabos de quince años atrás, muchos se están reencontrando en estos espacios.

Hay uno en el Razzmatazz, llamado Common People (canción que en breve cumplirá treinta añazos), donde DJ Amable pincha para los que se arrancaron en el A Saco. Yo, que aún no he ido, solo sé que la muchachada se reencuentra con más kilos y menos pelo, pero que lo pasa muy bien.

No es el único: DJ Luis Lenuit y Nacho Charming, los que levantaron aquel bar del indie llamado Fantástico, donde yo pinchaba una vez al mes y donde no me pudieron tratar mejor, han montado el Magnífico Club, en la Sala Magic, donde suenan cañonazos que agujerearon nubes hace un par de décadas. Y en La Paloma hay otro evento que rescata los ritmos afros y el baile extático, en este caso incluso con juegos, rifas y bingos. Siempre entre las seis y medianoche.

Antes, cuando empezamos en las discotecas de tarde no sabíamos ni qué era la resaca. Ahora, que la conocemos mejor que a algunos tíos carnales, este horario ayuda a no cancelar el día siguiente. Al fin y al cabo esta moda viene a salvarnos de esa otra idea algo hipócrita: el llamado “vermú de tranquis” (que acababa de madrugada).

A mí siempre me ha caído bien la gente que baila a cualquier edad y con cualquier excusa. Me caen bien los jubilados que lo hacían en el Imperator y también ahora los de mi quinta, si creen que es mejor este formato. De hecho, sigo siempre los comentarios en X el día posterior. Jesús Rayuelo, una piñata de entusiasmo hedonista y nocturno, se rajó de la última sesión: “He preferido ver pelis de Kaurismaki que ir al Tardeo del Razz”. Seguro que va a la siguiente. O Gwen Stacy, que resumía todo en un tuit hermoso: “La directora del cole de tu hijo, la farmacéutica que mañana te dispensará el Sintrom, el contable que te hará la declaración, el mecánico del taller de la esquina, todos, pasados los 40 y 45 y 50, lo hemos dado todo esta tarde en el Common People”.     

Cuando vaya, prometo escribir sobre ello y, ojalá, cruzarme a mi yo de 14 años en el metro de vuelta, para decirle: “No sé qué te parezco, pero lo he hecho lo mejor que he podido. Tranquilo, no te va a ir tan mal como piensas”.

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