Snoubar skatepark

Las vidas transformadas del primer skatepark público de Beirut: "Piensan que traemos el diablo"

Refugiados y locales, la mayoría niños, aprenden a patinar sobre el hormigón del parque de patinaje Snoubar, escapando, por unas horas, de los problemas del Líbano

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Light, impulsor del skatepark de Beirut, posa de espaldas con su lema: "Skate and destroy"

Light, impulsor del skatepark de Beirut, posa de espaldas con su lema: "Skate and destroy" / Andrea López-Tomás

Andrea López-Tomàs

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En los confines de Beirut, hay un lugar revestido de hormigón que es refugio para muchos. Aunque está al lado de una carretera donde el sonido de los acelerones compite con los cláxones, los pinos apagan el ruido. Bajo sus ramas, solo se escucha las ruedas deslizarse por el suelo hasta estallar con el impacto del monopatín. En un rincón del gris y gastado asfalto, un grupo de niños y niñas que apenas levantan diez palmos del suelo repiten los mismos trucos sin desistir. El pañuelo negro de una de las más expertas patinadoras queda suspendido en el aire mientras su cuerpo gira sobre sí mismo ante una decena de ojos admirados. Ese brillo en su mirada es el primer indicio del cambio, y es que en el skatepark Snoubar, el primer skatepark público de la capital libanesa, centenares de vidas ya han sido transformadas.

Todos los patinadores, la mayoría niños, se respetan entre ellos. Ninguno se cruza en el camino del otro. Observan sus trucos mutuamente y se animan. Bicicletas, patines o skates. Cualquier objeto con ruedas es bienvenido en Snoubar. Sobre el gris, se deslizan niños, adolescentes y profesores que no se dejan amedrentar por el sol castigador de una tarde de septiembre. A veces, al final de la clase, los instructores se permiten dar un espectáculo a sus alumnos. Así les motivan a volver. Con su cuerpo en movimiento, les recuerdan que si siguen viniendo a las lecciones, algún día podrán lograrlo. Light, un joven patinador sirio de 18 años –que prefiere ser nombrado con su seudónimo por razones de seguridad–, les admira orgulloso. Él mismo construyó el skatepark en el verano del 2021

Light perfecciona uno de sus trucos en el Snoubar skatepark de Beirut.

Light perfecciona uno de sus trucos en el Snoubar skatepark de Beirut. / Andrea López-Tomás

“El skatepark ha permitido a la nueva generación empezar a patinar, pero, una vez entrenan durante dos o tres meses, van directamente a las calles”, afirma Light, que lleva casi una década sobre el skate. Bajo una gorra roja con un claro mensaje, ‘Skate and Destroy’, ‘Patina y Destruye’, celebra la importancia de tener un espacio público para aprender a patinar en una ciudad como Beirut, donde hasta las aceras están privatizadas. “Este proyecto llegó en un mal momento, porque la comunidad de skaters locales estaba deprimida”, constata a este diario. Construido hace dos veranos, la ciudadanía de Beirut aún seguía anclada en el trauma por la letal explosión en el puerto el 4 de agosto del 2020, que arrasó con al menos 219 vidas, hirió a 7.000 personas y dejó a unas 300.000 sin hogar de forma temporal. 

"Ayuda de personas locales"

Precisamente fue el objetivo de dar algo de esperanza y refugio a los patinadores libaneses lo que motivó a la organización alemana Make Life Skate Life a plantear a las autoridades municipales los planes de construcción del skatepark. Unidos a la Asociación Libanesa de Skateboarding, consiguieron el apoyo financiero necesario gracias a Decathlon, CHPO Brand y Air France. En menos de dos meses, inauguraron la instalación pública de 1.100 metros cuadrados, situada al lado del parque Horsh Beirut, al sur de la capital. Antes, los skaters sólo podían practicar en un parque privado a las afueras de la ciudad. 

“No tiene sentido en Beirut pedirle a alguien que pague para patinar porque debería ser gratis, y normalmente la municipalidad proveería este servicio, pero aquí comprendemos que tienen un millar de prioridades antes que hacer un skatepark público, y aunque se lo pidamos cien veces, nunca lo harían”, explica Arne Hillerns, el director de Make Life Skate Life. Una vez aprobado el proyecto, llegaron docenas de skaters de todo el mundo que, de forma voluntaria, ayudaron en su construcción. “También recibimos mucha ayuda de personas locales, y esa era nuestra principal idea que todos ellos tuvieran un lugar público y abiertamente accesible, para que niños y mayores que nunca se les había pasado por la cabeza patinar tuvieran la oportunidad de hacerlo”, cuenta a este diario. 

Un patinador en el Snoubar skatepark de Beirut, con la equipación de la selección española de fútbol.

Un patinador en el Snoubar skatepark de Beirut, con la equipación de la selección española de fútbol. / Andrea López-Tomás

Localización problemática

Durante sus dos años de existencia, Snoubar se ha enfrentado a varias problemáticas. Muchas de ellas se podían prever sólo fijándose en su localización. “Cuando la situación se pone tensa, lo notamos porque está situado en las fronteras del conflicto y aquí siempre hay esta pugna por el territorio”, reconoce Hillerns. En el triángulo donde se halla el skatepark, coinciden chiitas y sunitas libaneses y refugiados palestinos y sirios. Light ha vivido esta tensión en su propia piel. “No todo el mundo acepta que estemos aquí patinando, porque consideran que los skaters somos gays o que traemos con nosotros el diablo”, lamenta entre relatos sobre episodios de violencia. Después de que una violación a una menor tuviera lugar en los baños del parque, instalaron una verja y contrataron a un servicio de seguridad.

Cartel a la entrada del Snoubar skatepark de Beirut.

Cartel a la entrada del Snoubar skatepark de Beirut. / Andrea López-Tomás

Aun así, es viernes por la tarde y el skatepark está lleno. Padres y madres observan desde un banco como sus hijos repiten el mismo truco hasta conseguirlo. Light ha perdido el entusiasmo del principio por el proyecto y ya casi no viene nunca. “El espíritu del skate es patinar en la calle y luchar”, defiende. Pero, pese a su desencanto, celebra que siempre haya caras nuevas en Snoubar. “Muchos de los niños que vienen a las clases son del colindante campo de refugiados de Shatila, y son niños que nunca han salido del campo, porque no han tenido la oportunidad”, dice Hillerns. “El skatepark les da la opción de salir, hacer algo diferente y conocer a gente nueva; aquí hacen ejercicio físico y pueden reírse y disfrutar”, celebra. 

En un país con casi el 80% de la población bajo el umbral de la pobreza, estas carcajadas son de lo más preciadas. Muchos de estos niños no tienen otra opción que ayudar a sus familiar dedicándose al trabajo infantil. Pero aquí vuelven a ser niños. Cualquier persona, independientemente de su afiliación religiosa, es bienvenida en el Snoubar donde abrazar las virtudes inherentes del skate y el patinaje. Antes de que se llene, un par de chiquillos deciden usar un contenedor para complicar aún más sus trucos. Prueba uno, luego el otro. Se gritan mutuamente. “¡Va, animal!”, le apremia uno. “¡Allahu akbar! ¡Alá es el más grande!”, grita su amigo después de deslizarse cuesta abajo. Al impactar contra el contenedor, toda la basura se desparrama por el suelo. Y ellos dos se dejan caer, juntos, muertos de risa.