Deporte como salvación

Las refugiadas sirias en el Líbano sueñan con un futuro en el críquet

El críquet se convierte en una herramienta de transformación social y de empoderamiento para las adolescentes sirias en el Líbano, un colectivo olvidado por la ayuda humanitaria

“Ahora no solo me dedico a los niños, la casa y el marido; no, las mujeres tenemos derechos y podemos conseguir grandes cosas”, expresa Salam al Rajad, jugadora y entrenadora

Aya, de 13 años, practica su push mientras la corrige Mohammed Kheir, entrenador y jefe del programa de críquet de Alsam

Aya, de 13 años, practica su push mientras la corrige Mohammed Kheir, entrenador y jefe del programa de críquet de Alsam / EL PERIÓDICO

Andrea López-Tomàs

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En medio del campo de refugiados de Al Marj, hay otro campo, un campo de hierba. A tan solo nueve kilómetros de la frontera con Siria, Aya, Rahaf, Nariman, Zahra, Aya, Rawal, Walaa y Sidra cargan con un wicket, un bate y una pelota roja. Bajo el sol abrasado del valle de la Becá, empiezan a entrenar con entusiasmo. Detrás de la reja, unos chavales comen pipas y las imitan, aburridos sin nada que hacer. Por la carretera, pasa un rebaño de ovejas. El pastor se para a observarlas. Pero ellas ni se inmutan. Se preparan para su gran objetivo. Un campo, sea de lo que sea, siempre es un lugar para soñar. 

“Juego a críquet porque fantaseo con convertirme en entrenadora”, confiesa Rahaf Nawaf Al Mohammad, a las puertas de los 13 años. Rahaf es una de los 275 adolescentes en el Líbano que dedica sus horas a mejorar en este deporte originario de Inglaterra. Junto a sus compañeras, viven en tiendas en uno de las docenas de campos de refugiados que se acumulan en el valle de la Becá desde hace casi una década. La cercanía con su Siria natal y la temporalidad inicial de su huída les hicieron instalarse en este precioso paraje libanés.

El país mediterráneo acoge a más de un millón y medio de refugiados sirios. “Por ser refugiados sirios en el Líbano, sufrimos el desempleo y hasta la falta de amor propio”, explica Kadria Hussein, directora de la oenegé Alsama. “Pero cuando entramos en el campo, nos vaciamos, simplemente pensamos en jugar y en disfrutar”, añade. Esta organización es la responsable de haber importado el críquet, deporte desconocido en el mundo árabe, al Líbano.

“Durante toda la semana estamos pensando en que lleguen el sábado y el domingo porque es cuando jugamos”, revela Nariman Khaled Al Rajab. Su voz melosa y las orejas de gato moradas que enmarcan sus dos trenzas alborozan su entusiasmo. Desde hace seis meses, Salam al Rajad, de 32 años, es jugadora de críquet primero, entrenadora después y madre y esposa, lo último. “Para estas niñas los sábados está prohibido hacer cualquier cosa que no sea críquet; hasta hay adolescentes que trabajan y el fin de semana no van al trabajo porque vienen a jugar”, explica. 

Colectivo olvidado

Las adolescentes, uno de los colectivos más olvidados en la ayuda humanitaria, han hallado en el deporte una salvación e infinidad de lecciones. “Antes del críquet solo estábamos sentadas en casa, pero ahora no paramos de conocer a gente nueva y somos mucho más activas”, dice Aya Fakhri Diab. “Hemos aprendido a cooperar entre nosotras y a no parar hasta ganar”, agrega esta adolescente de 13 años. “También hemos conocido la importancia del compromiso y el respeto hacia el entrenador y las compañeras, hacia el juego”, añade Rahaf. 

“En Siria sería impensable ver a una chica practicando deportes”, reconoce Mohammad Khier, jefe del programa de Críquet de Alsama. “El críquet es un juego de paz sin apenas contacto que permite a niños y niñas jugar juntos sin hacerse daño ni escandalizar a las familias”, dice Khier. Un deporte raro que hasta la llegada de Alsama, hace año y medio, apenas existía para esta región del mundo. Su entrada vino por el campo de refugiados de Shatila, en Beirut. 

Transformación social

Ahora, son más de 275 adolescentes los que juegan a críquet en el Líbano. La mayoría se concentran en los campos de refugiados sirios pero también hay un pequeño equipo integrado por libaneses. En Brummana, pulmón verde cristiano a las afueras de la capital, hay una prestigiosa escuela donde acude la élite del país. Unos 25 alumnos juegan a críquet y se enfrentan a los refugiados cada fin de semana. El deporte se convierte en una herramienta para la transformación social al poner en contacto a dos comunidades que la sociedad no quiere que se encuentren. En el campo, se encuentran y se conocen. 

“Cuando estábamos en Siria, todas nosotras, sin ninguna excepción, estábamos en casa limpiando y cocinando pero al llegar aquí, me sentí mujer, me empecé a querer a mí misma", explica Elham Al Hasán, de 30 años

“Creamos este proyecto, sobre todo, para proteger a las niñas y empoderarlas”, explica Meike Ziervogel, la CEO de Alsama. En los campos, el clima de inseguridad se ceba con las jóvenes refugiadas. Además, la asfixiante crisis económica en el Líbano fuerza a muchas familias a casarlas antes de tiempo. El críquet ha salvado a algunas del altar. “El compromiso con el deporte va acompañado con mejoras en la educación y un aumento de la motivación por aprender”, cuenta Khier. 

"Proyectando al futuro"

Muchas de ellas trasladan este entusiasmo presente a un futuro lejano. Junto a Salam, Elham Al Hasán, de 30 años, se han convertido en las embajadoras del críquet en el campo de Al Marj. Tres veces por semana van tienda por tienda en busca de las jugadoras para que acudan al entrenamiento bajo la mirada poco convencida de sus familiares. “Estas chicas tienen un objetivo y algo que proyectar hacia el futuro; antes solo éramos refugiadas sirias y ahora nos vemos en cinco o diez años triunfando en el críquet”, defiende Elham. 

“Desde que mi hija de 4 años me ve corriendo y golpeando, dice que quiere ser abogada para defender los derechos de las personas y su hermano sueña con pilotar aviones”, manifiesta Salam emocionada. El camino ha sido largo para estas mujeres. “Cuando estábamos en Siria, todas nosotras, sin ninguna excepción, estábamos en casa limpiando y cocinando”, reitera Elham, “pero al llegar aquí, me sentí mujer, me empecé a querer a mí misma”. Su vida ha empezado, coinciden las jugadoras. 

Cargando con el bate de camino al campo, Nariman se imagina algún día abriendo centros de críquet en su Siria natal. “También queremos traer la educación para aquellas personas que por culpa de la guerra, no han podido estudiar”, añade. No se trata solo de obtener el mejor push o perfilar su strike o bordar su defense. El críquet para estas mujeres va mucho más allá. 

“Ahora no solo me dedico a los niños, la casa y el marido; no, las mujeres tenemos derechos y podemos conseguir grandes cosas”, expresa Salam convencida, “podemos hacer cualquier cosa”. Mientras observa el campo entre tiendas desde el aula, se sincera: “aquí hemos encontrado la libertad”.

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