Cuando dijeron que podíamos salir en nuestros horarios respectivos y con las precauciones necesarias, llegó la primavera, en todos los sentidos. Hemos pasado días mirando por la ventana, encerrados en nosotros mismos, hemos tenido tiempo para reflexionar y apreciar las cosas de otra manera.
Al salir, en esas escapadas a por aceite o huevos, confusos y temerosos, la naturaleza nos regalaba momentos de magia: palomas y cotorras que habían perdido el miedo a las personas se acurrucaban al sol, lo mismo que otros pajarillos como gorriones, mirlos y urracas, aunque más tímidos, se paseaban entre las hierbas salvajes de los jardines de la ciudad.
Desde que podemos salir, las flores nos regalan sus colores y aromas, el olor de los pinos, del jazmín, de los naranjos, de los cipreses y, sobre todo, la ausencia de los humos de vehículos por todas partes. Hemos renacido todos un poco y hemos aprendido a ser más prudentes y valorar lo que tenemos. Demos gracias por todo, incluso por cosas tan simples como oler la primavera.