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Carta de un médico: "Aplaudamos, sí, pero no incurramos en el error de desguarnecer la Atención Primaria"

Personal sanitario del hospital Gregorio Marañón, en Madrid, en un momento de descanso.

Personal sanitario del hospital Gregorio Marañón, en Madrid, en un momento de descanso. / DAVID CASTRO

A las ocho de la tarde se oyen sirenas de aviso para dar inicio a aplausos dedicados por la ciudadanía a la clase médica, que se está batiendo el cobre en momentos dramáticos. Gracias por la parte que me toca. En esta situación, particularizar resulta injusto, significa dejar a los demás en segundo plano. Pero no está de más singularizar para así subrayar el destacado papel que juegan algunos en la batalla que libramos todos contra el covid-19 y sus derivadas: el personal de enfermería, por ejemplo. Y a eso voy, procurando no caer en egos estériles.

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Es necesario remarcar, para reconocer públicamente sus méritos, el protagonismo del cuerpo de enfermería, colectivo englobado en la atención médica, pero impropiamente relegado detrás del médico, cuando por derecho propio la enfermería debiera situarse a idéntica altura. ¿O acaso la enfermería no desarrolla una labor importantísima e insustituible en esas horas delicadas, frenéticas y peligrosas que se viven estos días (y siempre) en las áreas de cuidados intensivos de los hospitales (incluidos los hospitales de campaña que se están montando a toda prisa y sin los elementos necesarios (UCIS faltan, desde luego), según trasciende)? 

¿Y qué pasa en los Centros de Atención Primaria, donde enfermeros y enfermeras demuestran tener conocimientos profesionales contrastados y coraje anímico suficiente para atender a los pacientes (covid , no covid o contactos), y dedicarles mucho más tiempo y cercanía, si cabe, que el que pueden dispensar al enfermo los facultativos obligados a una atención más puntual debido a la inexorable limitación de tiempo? Y en esas, enfermeros y enfermeras ven y afrontan, salvo en la mayoría de los CAP donde la gestión merece un 10, una serie de factores que desalientan: falta de coordinación para implantar dispositivos; falta de protocolos que ayuden a resolver casos leves en Atención

Primaria (tienen Azitromicina en las farmacias, pero no Hidroxicloroquina, por ejemplo); ven que el material que tienen es escaso, o realmente falta (EPIS, es otro ejemplo de carencias); soportan que un día se determina que hagan una cosa y al día siguiente la contraria (paradigmático es el “igual vamos a cerrar los CAP como en Madrid” y en nada, movilización para apostar por lo contrario); escuchan cómo se propone que los CAP den soporte a las residencias de ancianos (cuando esa labor para los CAP ya era tarea común, ese es otro ejemplo palpable del desconocimiento que tienen algunos de la política sanitaria que se venía desplegando desde mucho antes del covid-19) o que se ha valorado, justamente, medicalizar instalaciones hoteleras y pabellones de todo tipo, habilitados con carácter de urgencia, debiendo considerar los proponentes que vestir a ese santo no debe significar desmantelar los CAP, los existentes Centros de Urgencia de Atención Primaria (CUAP) y la atención continuada a domicilio (AC) que ya desarrollan con notable éxito médicos y personal de enfermería. 

Aplaudamos, sí. Pero no incurramos en el error de desguarnecer la Atención Primaria. Se nos pueden ir quedando pacientes no COVID por el camino, y no podemos (ni debemos) consentirlo.

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