Una historia entre panes

¿Quién era Pepito Martínez Fornos? Dio nombre a un bocata y murió joven

Pepito existió y desapareció con 35 años en 1907 sin que sepamos si se le pasó el gusto por el bocadillo de ternera

Pepito: Bar Roma

Pepito: Bar Roma / Jordi Otix

Pau Arenós

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Los platos nominales ensalzan apellidos de aristócratas y de artistas, políticos a veces, siempre de personas con esquina en la enciclopedia. Casi nunca el anónimo resulta agraciado con un recuerdo en la historia.

El duque de Wellington, el vizconde Chateaubriand, la soprano Nellie Melba, el príncipe Orloff, el compositor Gioachino Rossini… Aduladores y gimnastas con la autoridad, los cocineros y las cocineras han querido compartir la gloria de los ilustres, muchos guerreros, vengados por las palomas cuando cagan sobre sus estatuas, dedicándoles viandas son sobredosis de carne y postres lastrados por el azúcar. Con lógica profesional, un buen número de platos históricos han viajado por el tiempo con el nombre de la persona que los creó, de la tarta de las hermanas Tatin a los 'fettuccine' Alfredo.

Y en esta panoplia, la modestia de un bocadillo bautizado con un nombre común, rebajado a diminutivo y en minúsculas: el pepito, que ni tan siquiera es un José. En la galaxia de los platos con nombre propio nos encontramos con una mota de polvo cósmico.

Madrileño de origen, forma parte de la inmutabilidad de los bares, donde acostumbra a ser el más caro en el apartado de los bocatas calientes por su promesa de una carne de calidad que a veces podría formar parte de la industria del caucho.

El pepito fue redescubierto por esa generación de nuevas bocadillerías cuyas principal aportación ha sido una decoración agradable y desengrasada para unos precios altos con los que no queda claro si compras la lámpara o el emparedado.

El pepito del restaurante Casa Guinart, hecho con fricandó.

El pepito del restaurante Casa Guinart, hecho con fricandó. / Jordi Cotrina

Los dos últimos pepitos que he disfrutado forman parte de una evolución del género en lugares que no han pedido cita con el decorador. En el Bar Roma, solomillo salteado con mantequilla y, en el pan, también mantequilloso, una mayonesa aliñada, entre otras cosa, con salsa japonesa de calamar. ¿Bueno? ¡Cómo no va serlo con ese espíritu chorreante!

En Casa Guinart, la misma línea voluptuosa con el aporte de lo excéntrico: una masa de lionesa desbordada de fricandó y con patatas fritas en la base y nombre y apellido inventado, el Pepito Guinart. Porque, ¿existió el tal Pepito?

Entramos ya en el territorio de la leyenda grapado a alguna verdad: según el cocinero y divulgador Teodoro Bardají, Pepito era hijo de los dueños del Café de Fornos (1870-1910), en Madrid, donde el zagal, aburrido de los mismos bocadillos, pidió un día novedad, que consistió en ese trozo de ternera entre panes.

La historieta parece poco convincente –y aún menos la que cuenta Julio Camba en 'La casa de Lúculo', de 1929, con un enigmático Don Pepito desganado que pide a un mozo “un cachito de bisté entre dos panecillos”– porque un gesto tan común como meter una loncha de ternera en medio de dos pedazos de pan es imposible de datar.

Pepito existió y desapareció con 35 años sin que sepamos si se le pasó el gusto por el bocata emergente. El periódico 'La Prensa' publicó el viernes 22 de noviembre de 1907 –hará 115 años– el fallecimiento de José Martínez Fornos “víctima de larga enfermedad” y “sobrino de los propietarios del café del mismo nombre”, que no hijo.

“Pepito Fornos, como lo llamaban sus amigos, gozaba de grandes simpatías por sus condiciones de caballerosidad y bondad”. ¿Era ese Pepito el pepito? En febrero del 1913, murió José Fornos Colín, uno de los tres hermanos que habían heredado el establecimiento, conocido con el hipocorístico Pepe, aunque no como Pepito.

Pongamos que Pepito Martínez Fornos tuviera diez años cuando se 'empepitó': sería hacia 1882, es decir finales del XIX: un éxito reciente y apabullante.

¿Es posible que en un lugar suntuoso como el Café dedicaran tiempo a esa entretenimiento cuando en la carta figuraba un documentado, esplendoroso y amontonado bistec con pan tostado, jamón, lengua escarlata (¡un bocadillo abierto!) y patatas suflé?

Puede que ese sea el Pepito con mayúsculas, el solomillo Pepito, la noble silla con la que sentarse entre Wellington y Chateaubriand.  

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