En Poble-sec

De mudanza para huir del ruido y el 'terraceo' en Barcelona: “No quiero desgastar más vida”

Denuncia masiva a las terrazas de la Rambla por sobreocupación: hasta el triple de mesas permitidas

Aprobado el plan anti ruido del Triángulo Golfo de Barcelona: recorta el 'terraceo' desde el 1 de septiembre

Marcha atrás en la lucha antitabaco: las leyes se encallan y el humo vuelve a las terrazas de bar

Jóvenes en la calle Nou de la Rambla con la avenida Paral·lel, en Barcelona, de madrugada el verano pasado.

Jóvenes en la calle Nou de la Rambla con la avenida Paral·lel, en Barcelona, de madrugada el verano pasado. / JORDI COTRINA

Jordi Ribalaygue

Jordi Ribalaygue

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

“Me encuentras de mudanza”, revela un vecino del Poble-sec, ocho años viviendo en un piso de Nou de la Rambla, frente a las terrazas que jalonan el trecho que separa a dos discotecas. Ha sido activo en alertar del ruido y la masificación que asocia al ocio nocturno, también a los eventos en Montjuïc y a las juergas de quienes revolotean de local en local, resistiéndose a cerrar la noche. Prefiere guardar anonimato para contar que, ahora, se apea de Barcelona: no ve otro remedio para zafarse del mal dormir

“Me voy fuera de la ciudad, no podemos vivir más -suelta-. Así como los vecinos del Fòrum padecen por los conciertos y los macrofestivales, en Enric Granados por las terrazas y en el Triángulo Golfo por las discotecas, aquí lo tenemos todo”. Dice no atisbar un hueco en la urbe y a precio asequible para librarse del bullicio. “Sigo colaborando con los vecinos para denunciar lo que se vive, pero concluí que la solución solo podía ser individual y que no podía hacer nada más. No quiero desgastar más vida”, zanja. 

“Se hace imposible soportar ciertas situaciones. Acabas enfermando mentalmente, por agotamiento”, se compadece la vicepresidenta segunda de la Federación de Asociaciones Vecinales de Barcelona (FAVB), Ana Menéndez. La entidad ha recibido cerca de un millar de quejas en los dos últimos años por molestias que atribuye a las terrazas. “Llegan de todos lados. Son por ruido, porque se hace imposible vivir, porque tienen que venderse el piso y marcharse de casa… -enumera Menéndez- Los procedimientos para quien infringe son muy garantistas, se alargan y el problema dura años. En muchos casos, provoca la expulsión". 

La visión del Gremi de Restauració de Barcelona es diametralmente opuesta. “La restauración da trabajo de forma directa a 80.000 personas”, esgrime el director del gremio, Roger Pallarols, que defiende que las terrazas están arraigadas en la ciudad: “No son un deseo de la restauración, sino que se ponen porque hay una demanda creciente. Se produce desde 2010, al implantarse la Ley Antitabaco. Crear la ilusión de que están vinculadas al turismo que afortunadamente tiene Barcelona es una perversión de la realidad. La mayoría tiene a los barceloneses como únicos clientes”.

Incremento de superficie y mesas

La FAVB sí cree que el turismo explica en buena medida que las terrazas ganen terreno. Según datos del Ayuntamiento, han pasado de contar con 60.016 metros cuadrados de superficie y 25.116 mesas en el primer semestre de 2019 a crecer a 76.907 metros cuadrados y 30.882 mesas en junio de 2023. “Es un exponente del modelo de ciudad”, interpreta Menéndez. 

La incomodidades que la Asociación de Vecinos de Sagrada Família achaca a las terrazas no se deben tanto al ruido nocturno como a la “sobreocupación del espacio público durante el día por la masificación turística”, señala. “Hay calles como Provença o Mallorca que los vecinos evitamos: tienes que ir esquivando mesas y grupos de turistas, que no dejan pasar”, critica la entidad. 

“Entre la masificación turística y las terrazas, casi no se puede andar. Tenemos que hacerlo como si fuéramos en procesión”, compara Asun Justo, presidenta de la Asociación de Vecinos de Casc Antic. Cita una relación amplia de lugares donde las terrazas se acumulan: plaza Comercial, plaza de Les Olles, calle Fusina, Rec, frente a Santa Maria del Mar… “Si además ponen jardineras y sombrillas, toda la parafernalia estrecha el paso. Y cuando cierran, el ruido es terrible, con todo lo que arrastran”, resopla.

En Poble-sec, las terrazas abundan en la calle Blai. “Sufrimos sobrepoblación de bares”, puntualiza Maria Cardús, de la plataforma Alerta Poble-sec. “Los veladores cierran a la hora que toca, pero los bares pueden estar hasta las tres de la madrugada y la gente se queda en la calle -expone-. Los bares son pequeños, ¿cómo les pueden dar permiso? Los clientes se quedan afuera, compran bebidas y se van animando… La calle es un tubo, muy estrecha. Hay gente mayor que se ha vendido el piso o lo ha alquilado y se ha marchado. La ciudad se está convirtiendo en un parque de atracciones”.

Nou de la Rambla: "imposible" dormir con las ventanas abiertas

“En teoría, de 11 de la noche a siete de la mañana no se debería escuchar nada, pero aquí funciona al revés”, distingue Marc Ciurdariu, vecino de Nou de la Rambla. Se ve atrapado en un piso del que preferiría irse para escapar del ruido, igual que otros vecinos. 

Marc llegó con su madre al Poble-sec hace 11 años, cuando compraron una vivienda tras reformarla. Vive encima de un bar que le llevó por la calle de la amargura. “Una vez, la Guardia Urbana me preguntó si estábamos de alquiler. Me dijeron que era una lástima que no, porque entonces nos hubieran aconsejado que nos cambiáramos de piso”, recuerda Ciurdariu. 

Cuenta que le costó aprender a dormir con tapones en los oídos y enclaustrado en verano. Oye menos barullo desde que se instaló unas ventanas antirruido, más gruesas. Le han costado de 4.000 a 5.000 euros, cada una. El inconveniente es el calor. “Hace unos días intenté dormir con las ventanas abiertas, pero fue imposible”, asegura.  

Marc admite haberse arrepentido “muchas veces” de haberse mudado a Nou de la Rambla. Sin embargo, no ve posible irse si no es recuperando la inversión que desembolsó para arreglar el domicilio. También le disuaden los impuestos que se dedujeran de la compraventa.

“Por el día parece un sitio encantador, pero a partir de las 11 de la noche hay movimiento”, precisa. “Hay juerga de miércoles a domingo. Los fines de semana dura hasta las seis de la mañana, cuando cierran las discotecas, pero algunos se quedan hasta que abren los bares. Comen, hablan y siguen de fiesta en la calle”, expone.

La mayoría de las terrazas que se han asentado entre la salas Apolo y Plataforma ha florecido a raíz de la crisis del covid. “¿Cómo diablos se les ocurre ponerlas entre dos discotecas? Es una pesadilla”, espeta el vecino que ha decidido marcharse de Nou de la Rambla. Comenta que las denuncias han surtido efecto para que las terrazas se retiren con puntualidad. “Pero queda mucho trabajo por hacer -percibe-. Un vecino no puede salir al balcón y pedir a la gente que baje la voz: son capaces de tirarle una botella. A veces pasan patrullas y no dicen nada. Se produce un efecto contagio y se montan fiestas con música a todo trapo en algunas casas. Los vecinos no se pueden enfrentar, está muy por encima de sus fuerzas”.

Marc no intuye remedio. Su madre ha optado alguna vez por un antídoto expeditivo: arrojar agua a quienes montan jaleo. “La única solución que le veo es que haya mano firme por parte del Ayuntamiento, que haga inspecciones a establecimientos y actuaciones en la calle, y que ponga multas”, sugiere Ciurdariu. Confiesa que la única etapa feliz que ha vivido en Poble-sec fue “durante el toque de queda” por la pandemia.