ÉRASE UNA VEZ EN...

Otra historia de Barcelona a través de sus 73 barrios

EL PERIÓDICO ha viajado a paso lento por los 73 barrios de la ciudad a lo largo de dos años, desde noviembre del 2019.

Historias muchas veces fuera de foco, de los márgenes al centro, cargadas de memoria y futuro.

Can Clos se reivindica y no renuncia a su colegio

Can Clos se reivindica y no renuncia a su colegio / Jordi Cotrina

Helena López

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En noviembre de 2020 la decisión, aseguraban los gobernantes, estaba tomada. En septiembre de 2021 los alumnos de la escuela Can Clos, prácticamente el único equipamiento de esta barriada de clases populares en la ladera de Montjuïc, empezarían el nuevo curso en el paseo de la Zona Franca, en la estrategia municipal contra la segregación escolar. Las familias de este colegio orgullosamente diverso se organizaron, movilizaron y, sobre todo, reivindicaron, hasta lograron que el Consorcio de Educación echara marcha atrás. Lucha y aplastante sentido común de las familias que se resumían en esta frase de la portavoz del ampa Laura Martínez: “el problema no es la segregación escolar; el problema es que esta es fruto de la segregación social, económica y laboral que sufre históricamente este territorio; es ahí dónde tendrían que actuar; no cerrando una escuela que tiene baja matrícula, es cierto, pero también un proyecto educativo que funciona”.

Las familias de Can Clos lograron que el Consorcio rectificara y no cerrara el colegio

La historia de este colegio centró la 42º entrega de la serie ‘Érase una vez en el barrio’, justo un año después de que empezara, en Can Peguera, en noviembre del 2019. Dos años, una noqueadora pandemia y 73 barrios -todos- después, este diario cierra este domingo un paseo buscadamente tranquilo por la Barcelona fuera de foco que ha pretendido ser altavoz, pero también memoria, y ha sido testigo (y notario) de historias con final feliz, como la de Can Clos, y de muchas otras que no tanto (o nada). Como la lucha por salvar la Illa de les Bugaderes, en Horta (cuya demolición empezó este verano); o la librada en El Coll para evitar también sin éxito, el derribo del edificio que acogió la productora donde nació el mítico Garbancito de la Mancha y que los vecinos que preservar y convertir en centro de interpretación del cómic y la ilustración.

El derribo del edificios de Balet y Blay.

Derribo del edificios de Balet y Blay pese a la movilización contrario del vecindario, este verano. / MANU MITRU

Narró también esta ruta los últimos días en El Putxet del Ateneu Divers, obligado a dejar el barrio por el precio de los alquileres (y la falta de apoyo institucional); y vio bajar la persiana de forma definitiva en El Camp del Grassot-Gràcia Nova a la Fundació Ludàlia, referente en el ocio normalizado a las personas con discapacidad intelectual en la capital catalana famosa porque llevaba más de una década organizando las discotecas de los domingos en Luz de Gas. No lograron superar el impacto del covid, que marcó de forma sustancial y en ocasiones traumática este viaje.

La gran sacudida

La pandemia mostró de la forma más descarnada la precariedad en la que vivían cientos de vecinos en el Raval que subsistían de la economía sumergida vinculada en muchas ocasiones al sector turístico, que se quedaron sin ingresos ni opción de acceder a ningún tipo de subsidio de un día para el otro. Crack que mostró los pies de barro de la bestia pero también hizo surgir potentes redes de solidaridad en todos los barrios. Del Clot a Sant Antoni. Solidaridad en forma de recogida y entrega de alimentos, productos de higiene y medicamentos, pero también en pequeños gestos e historias como la vivida en el Institut Escola Antaviana, en Roquetes, durante los meses en los que el centro -como todos los del país- estuvo cerrado.

Esperança alimenta a las gallinas del Institut Escola Antaviana, en Roquetes.

Esperança alimenta a las gallinas del Institut Escola Antaviana, en Roquetes, durante el confinamiento. / FERRAN NADEU

El Institut Escola Antaviana, en Roquetes, es la envidia de la ciudad por su terreno, animales -gallinas y patos- y huerto, que sobrevivieron al largo y triste confinamiento gracias al trabajo voluntario de Esperança, la desinteresada vecina que bajó todos los días a cuidarlos pese a no tener ni hijos ni nietos en el centro, por una cuestión de vecindad.

La movilización de El Coll no logró parar el derribo de la casa natal de 'Garbancito de la Mancha'

Este viaje por los barrios de la ciudad ha intentando también ofrecer distintas miradas para hilvanar el relato más fiel de la Barcelonas que muchas veces quedan en los márgenes no solo geográficamente. Con historias normalmente olvidadas por la prisas y las urgencias informativas, como las de la comunidad gitana en Hostafrancs y sus mujeres empeñadas en que sus hijos estudien. O como la asociación los Botijas de Sant Martí, grupo de migrantes uruguayos que desde hace un lustro forman parte de la Junta de la asociación de vecinos del barrio para que esta recoja todas las miradas, realidades y acentos de un barrio diverso. O el trabajo de la fundación Bayt Al-thaqafa con los chavales sin red familiar ni papeles que viven en el Pou de la Figuera, en el Casc Antic.

Las guerreras del Bon Pastor, en la zona cero.

Las guerreras del Bon Pastor, en la zona cero del barrio en diciembre del 2020. / JORDI OTIX

Escenas cotidianas y llenas de verdad como el café con leche tras dejar a sus hijos en el colegio de un grupo de madres jóvenes del Bon Pastor. Café en el que se encuentran, escuchan -algo que parece tan pequeño, pero a veces resulta tan difícil-, cuidan y comparten preocupaciones. Problemas que deberían marcar la agenda municipal en boca de un grupo de hijas y nietas del barrio, organizadas de forma informal para recuperar la tribu que fue en su día fue esta barriada de casitas bajas que lleva años en deconstrucción, siempre con retraso. Mujeres del Bon Pastor que viven rodeadas de industrias y quieren poder trabajar y criar -el sueño de la conciliación- y fantasean con encontrar un espacio en el que hacerse canguros mutuamente, como hacían sus madres. La pérdida de las urgencias nocturnas y del servicio de ginecología en el CAP del barrio era también el pasado diciembre -fueran las protagonistas del 44º barrio- uno de los temas recurrentes en estas tertulias, desde las que también controlaban la evolución de los realojos de los últimos vecinos de las viejas casas.

Memorias

Otro de los temas recurrentes durante estos dos años de viaje ha sido la memoria. De la detención de Puig Antich en la Dreta de l'Eixample tras tomar en refresco en el bar Funicar, recordada por su Agustina Cardete, tras su barra desde 1950; a la historia de las internas del Mental de Nou Barris, recordadas por Mercedes Hidalgo Rebollo, trabajadora que rescató en 1987 del suelo del viejo psiquiátrico de la Guineueta, en aquel momento desmantelado, carpetas y cajas allí olvidadas, conservadas en el Arxiu Històric de Roquetes-Nou Barris.

Mujeres que siguen viviendo, trabajando y militando en los barrios y que recogen el testigo de las que construyeron la ciudad años atrás. De Josepa Vilaret, 'la Negreta' del Gòtic, a la Emilia Llorca de la Barceloneta o la Ángeles Rivas de Canyelles.


Lea todas las historias de la serie de crónicas 'Érase una vez en un barrio...'

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