El futuro de la capital catalana

Barcelona 2030: batalla por el agua, temporales, canícula estival y... ¿menos coches?

La ciudad afronta muchos retos que dependen de la voluntad política y social, pero tiene ante sí un desafío ineludible: los efectos nada halagüeños de la crisis climática

temporal gloria

temporal gloria / Ferran Nadeu

Carlos Márquez Daniel

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Lo más probable es que la Barcelona de 2030 hable de la Barcelona de 2021 con cierta nostalgia y una media sonrisa. Ahora, cuando se ha puesto de moda hablar de 'ciudad en decadencia', están sobre la mesa los asuntos de fondo capaces de cambiar el rumbo de una metrópolis. Tapados entre polémicas más políticas que reales, flotan los debates sobre la movilidad, el urbanismo, la limpieza, la gestión de residuos, el metabolismo metropolitano o el modelo económico. Y de fondo, el ambiciosos objetivo de conseguir que la capital catalana sea un lugar sostenible, habitable; más allá de que así lo requiera la Unión Europea en esta larga descarbonización de las grandes urbes, que ocupan el 2% del espacio terrestre pero son responsables de más del 60% de las emisiones contaminantes. Al margen de lo que se pueda hacer, de las decisiones políticas o los movimientos sociales, está la inercia de la crisis climática. Y hay ciertas cosas que parecen seguras, como la reiteración de fenómenos meteorológicos cada vez más poderosos o la batalla por el agua ante la escasez de lluvia.

Un ciclista trata de abrirse camino entre el vendaval del temporal Glòria

Un ciclista trata de abrirse camino entre el vendaval del temporal Glòria / Robert Ramos

Todo ello, sin embargo, se delibera con algunas preguntas clave que hoy no tienen respuesta: ¿los barceloneses podrán permitirse vivir en la capital de Catalunya? ¿Quién comandará el futuro y cuáles serán sus prioridades en una urbe en la que más de la mitad de los empadronados llevan aquí menos de 15 años? ¿Se conseguirá finalmente reducir el uso del vehículo privado? Para Miquel Ortega, doctor en Ciencias Ambientales y miembro de la Fundación Ent, esas cuestiones se irán resolviendo con los años, y se tomará un camino u otro. Pero lo que parece ya inevitable es que vamos hacia un clima mucho más extremado. Pero hay que ir por partes para no perderse.

Un poco 'Mad Max'

Se puede empezar por la lluvia. Más allá de que Barcelona esté experimentando en este 2021 uno de los años más secos del último siglo, cosa que no es baladí, parece claro que el "régimen de precipitaciones va a cambiar". Pasaremos, analiza nuestro experto, por "periodos de sequía más prolongados", lo que generará no pocas tensiones con otros municipios a consecuencia de la escasez. Es lo que tiene la necesidad de que, para tener suministro aquí, tenga que llover allí. Queda lejos la batalla por el agua que se vive en 'Mad Max', pero sirva la película como referencia muy exagerada.

Fuerte oleaje en el Port Olímpic de Barcelona por el temporal Gloria

Fuerte oleaje en el Port Olímpic de Barcelona por el temporal causado por la borrasca 'Gloria'. / periodico

Sin abandonar la meteorología, y con el fresco recuerdo del temporal Glòria que a principios de 2020, poco antes de la pandemia, azotó Catalunya, Ortega da por hecho que los temporales extremos seran "cada vez más frecuentes". Esto obligará, sostiene, a mejor mucho el sistema de drenaje de la parte baja de la ciudad, que ya ha experimentado inundaciones en los últimos tiempos a consecuencia de inesperados aguaceros.

Caca en el mar

Mismo mensaje para las depuradoras, que serán incapaces de asumir tal cantidad de agua y acabarán vertiendo nuestras cosas del baño al mar. El frente litoral, tal y como pudo comprobarse con el Gloria, también será mucho más vulnerable a las embestidas mediterráneas, lo que obligará a ciertas intervenciones que permitan mantener intacto el perfil costero de Barcelona. "Si habláramos del 2050 o sobre todo el 2100, añadiría el factor aumento del nivel del mar", advierte el experto.

Atasco a la entrada de Barcelona por la Gran Vía, a la altura de Glòries.

Atasco a la entrada de Barcelona por la Gran Vía, a la altura de Glòries / Jordi Otix

Y luego está el termómetro. La previsión, destaca este doctor en Ciencias Ambientales, es que las noches de verano sean "cada vez más inconfortables". Eso implicará más gente con aire acondicionado en casa. Pero muchos otros, y ya es el colmo que el clima también genere desigualdad, no podrán permitirse este aparato. "Cada vez será más incómodo vivir en Barcelona durante los meses de verano, tendremos muchas noches saharianas". Y si la hora de ir a dormir será un suplicio, trabajar durante el día será todavía peor, sobre todo para aquellas personas que laboren al aire libre, que seguramente verán muy limitada su actividad, por imperativo médico, a determinadas horas. La deshidratación, de la que ahora solo hablan los que hacen deporte, será el pan de cada día para muchos profesionales.

"Cada vez será más incómodo vivir en Barcelona durante los meses de verano, tendremos muchas noches saharianas"

Más calor implicará también más tensión para el parque natural de Collserola, ese milagro de más de 8.000 hectáreas rodeado de nueve municipios y atravesado por una autopista. El incendio más grave de la historia moderna se produjo el 11 de agosto de 1994, día en el que ardieron 150 hectáreas, entre otras cosas, porque muchos efectivos de bomberos estaban en el Montseny y en la Selva atajando un fuego que se llevaría por delante cerca de 9.000 hectáreas. Ortega señala que el cambio climático traerá, además de más riesgo de incendio, más "enfermedades forestales". Y todo esto le sucederá a un parque en 2020, a pesar de los confinamientos, llegó a los 6,5 millones de visitantes, un 30% más que el año anterior.

Efectivos aéreos, durante las tareas de extinción del fuego del 26 de abril

Efectivos aéreos, durante las tareas de extinción de un fuego en Collserola, el 26 de abril / Manu Mitru

El modelo de movilidad será sin duda una de las cosas que más pueden cambiar en estos 10 años. Una reciente encuesta municipal refleja que en la ciudad son casi tantos los que van en bici y patinete como los que van en coche. Pero eso tiene un trampa: falta sumar el volquete de coches que a diario vienen desde todos los confines metropolitanos. La zona de bajas emisiones (ZBE) irá subiendo escalones en el veto a los coches más sucios, y quién sabe, para 2030 puede que el consistorio haya decidido ya si quiere o no quiere un peaje urbano. En estos 10 años, en un suponer, se habrá trabajado intensamente en el reparto de mercancías. La idea es crear centros logísticos a partir de los cuales, la distribución de última milla se haga en vehículos sostenibles (tampoco pasaría nada si vamos ahí a por el paquete...).

Brotes verdes

Dentro de 10 años, si un cambio de gobierno no lo evita, se supone que una de cada tres calles ya estará pacificada gracias al plan de ejes verdes que arranca el año que viene con Consell de Cent. Pero cualquier medida restrictiva que se tome en materia de reducción del tráfico, sin embargo, deberá venir acompañada de una buena alternativa de transporte colectivo, algo que con la ZBE se ha echado de menos. No internamente, con una buena buena red de metro (la promesa es que la L9 esté terminada en 2029) y bus (lástima esa velocidad comercial raquítica en superficie), sino sobre todo para los que vienen de fuera.

Es lo que requiere la ciudadanía, menos contaminación, y es el objetivo que se ha impuesto la ciudad, el de rebajar un 50% las emisiones que Barcelona destilaba en 1992, así como reducir en 10 años la movilidad privada un 20%. Por ahora la cosa está muy mala, porque el coche ya transita con el mismo brío que antes de la pandemia mientras el transporte público está un 20% por debajo. ¿Y qué pasará con el turismo? ¿Se habrá ampliado la tercera pista de El Prat que permitiría pasar de 53 a 70 millones de viajeros?

Turismo del bueno

Sin otro dichoso virus de por medio, es de prever que la capital catalana vuelva a ser un imán para forasteros. Si se mantiene el techo de camas para visitantes y se sigue controlando la irrupción de pisos turísticos ilegales, la cosa no debería cambiar, más allá del anhelado deseo de que la ciudad atraiga más por su cultura y arquitectura que por su clima y la vida loca. En el tintero, otro objetivo eterno: la descentralización del turismo, creando polos de reclamo en distritos que tradicionalmente quedan al margen de los circuitos habituales.

Sobre los residuos, lo único claro es que Europa obliga a que en el 2030 el nivel de recogida selectiva sea del 60%. Ahora estamos en el 37% y se ha demostrado que el único sistema capaz de impulsar la cosa es el puerta a puerta que ya funciona en Sarrià y Sant Andreu. Pero si no se sabe qué pasará el año que viene con este plan, menos aún dentro de 10 años...


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