BALÓN DE OXÍGENO METROPOLITANO

El milagro de Collserola

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Carlos Márquez Daniel

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La historia de Barcelona puede contarse a través de Collserola y su entorno. Durante la postguerra, desde todas las laderas subían jóvenes para talar árboles y así calentar sus hogares. En la carretera de la Arrabassada, entre los años 1922 y 1983 se organizaron pruebas cronometradas de coches, las subidas en cuesta, que eran el reflejo de lo que el mundo del motor ha significado para la ciudad. Los merenderos eran la segunda residencia de la gente normal, y las viviendas autoconstruidas a partir de los 60 pincelaban un barraquismo menos provisional pero igual de vulnerable. Ahora, en el 2020, y ya como parque natural que acaba de cumplir 10 años, Collserola presenta un aspecto vigoroso a pesar de que los usuarios se han disparado tras el confinamiento. Más bicis que nunca. Y una novedad: mucho botellón.

Este diario tuvo el privilegio de visitar el parque a mediados de abril de la mano de su guarda forestal más veterano, Jordi Piera, que tuvo a bien, durante un paseo de cinco horas, mostrar hasta qué punto Collserola estaba sacando partido de la tregua humana. Se revitalizaron zonas erosionadas y mamíferos y aves tomaron tierras que antes de la pandemia no solían pisar. 

La flora y la fauna han reculado en las zonas que volvieron a ser suyas duranto loss meses de confinamiento

Pero eso se acabó, y según cuenta Marià Martí, gerente del consorcio del parque natural, la nueva normalidad ha disparado las escapadas al monte más próximo. Y como es lógico, la flora y la fauna han reculado, pero sin quitar esplendor al parque, al que las lluvias previas al verano le vinieron de maravilla para adormecer la temporada de incendios. Para que esto siga así, amén de todos los arreglos que requiere la zona, Martí insta a que la ciudadanía tenga muy presente que Collserola "es un parque natural y no un jardín de Barcelona". Podría pensarse que de ello ya se encargan los nueve municipios que rodean el pulmón, pero la implicación ha sido desigual y sin que ningún ayuntamiento se haya dejado las pestañas en la defensa de Collserola. Un ejemplo: solo cuatro ayuntamientos han hecho suya la ordenanza sancionadora a las bicis aprobada por el parque.

Pero no solo eso; no se ha puesto ni una sola multa a bicicletas por circular por caminos de menos de tres metros de ancho, algo de lo que deben ocuparse las policías locales porque los forestales no tienen esa competencia. Aunque, como explicó Jordi Piera, sí se hartan de llamar la atención a esa minoría de bicis que no respetan las normas, que se meten por senderos, abriendo grietas que luego el agua se encarga de profundizar hasta la roca madre. Lo mismo sucede, señala el director gerente, con la normativa relativa a los jabalís, la que prohibe echarles de comer para que no se pierda la relación entre persona y animal, la que intenta no domesticarlos y que pierdan su naturaleza salvaje. Ni una multa. 

"La gente tiene que darse cuenta que esto es un parque natural, no un jardín de Barcelona"

Marià Martí

— Director gerente del Consorcio de Collserola

«Si queremos preservar el parque, todos tenemos que hacer sacrificios», resume Marià. La asociación Collserola Sport Respecte Ciclisme, sin embargo, considera que hay margen para que los aficionados a la bicicleta de montaña puedan disfrutar de estas más de 8.000 hectáreas que ya de por sí disponen de 283 kilómetros de rutas ciclistas en las que no se pueden superar los 20 kilómetros por hora. Esta plataforma reclama trascender a la clásica pista forestal, por lo que meses atrás propusieron crear tres zonas libres de restricciones, en Creu d’Olorda, Can Coll y el velódromo de Horta. Trail centers, lo llamaron. El parque escuchó con atención. Pero en un momento en el que la idea es muscular la protección, en ningún caso podían comulgar con la idea. De hecho, Collserola está pendiente de la aprobación definitiva del nuevo plan de preservación del parque natural, que ya tiene desde mayo el plácet del Área Metropolitana de Barcelona (AMB) y ahora está a merced del último ok, el del Govern. El gerente cruza los dedos para que llegue antes de las próximas elecciones. El plan vigente, por cierto, es del año 1987. 

Un poco más allá

Marià Martí, para que quede claro su compromiso con el blindaje del pulmón barcelonés y para intentar atajar todas las polémicas sobre el uso y mal uso del parque, pide al Parlament de Catalunya que apruebe una ley unitaria de protección de las zonas naturales. Es decir, que lo que vale para la Garrotxa, el Cadí-Moixeró, el delta del Ebro o el Cap de Creus valga también para el entorno de la cima del Tibidabo. Todos igual. Porque, entre otras cosas, si aquí somos más restrictivos con según qué actividades, puede que acaben derivándose a sitios donde también puede ser dañinas.

El parque descarta más libertad a las bicis porque buscan todo lo contrario: más protección

Explica Marià que antes del confinamiento ya se celebró una reunión para abordar el asunto, y que vio buena sintonía por parte de la clase política. "Lo que tiene que entenderse es que lo más importante es el valor de la biodiversidad, y que todo lo demás debe subordinarse y restringirse. El comportamiento cívico de los visitantes es vital para la supervivencia de Collserola". Quizás esa sea la clave, los que olvidan que cuando suben al parque son precisamente eso, visitantes.

Con cerca de cinco millones de paseantes al año (un tercio son ciclistas), el parque natural de Collserola supera al del Teide como el más visitado de España. Cerca de la mitad de las entradas se registran en la carretera de las Aigües, que afortunadamente, por cuestiones de acceso, ha logrado escapar de las garras del turismo y se ha convertido en un refugio local de corredores, gente a pie y ciclistas. 

Entrada libre

En alguna ocasión se ha flirteado con la idea de restringir el acceso a Collserola, pero por el momento, no es un tema previsto en ningún orden del día. Hay otras batallas sobre la mesa, como la aparición del botellón en muchos de los miradores del parque, según señala el director gerente. Sea porque ahí arriba se desprenden de la mascarilla, o por las ganas de aire libre generadas durante el confinamiento, mucha chavalada ha pasado de las plazas a la montaña. Esperar que se lleven las botellas y los plásticos a casa, un auténtico brindis al sol.

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