POSTALES DE AGOSTO / 7

Cómo comprar un billete de tren (sin saber ruso)

El mito de que hablar inglés siempre es útil cuando eres turista se rompe en Moscú. En esta ciudad que intimida se añade la dificultad del cirílico.

Cómo comprar un billete de tren (sin saber ruso)_MEDIA_1

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MARC SERENA
MOSCÚ

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Moverse por Moscú no es fácil. Hace falta tiempo para adaptarse al cirílico, el único lenguaje en todos los carteles y señales. No hay nada traducido, ni la megafonía que anuncia las paradas del metro. Y yo me pregunto, ¿cómo será en los pequeños pueblos?

Además, Moscú es trepidante. Todo el mundo se mueve rápido. Incluso las mujeres con tacones gigantes avanzan sin parar a base de pasitos pequeños. Intento seguir el flow pero, sin saber exactamente adonde voy, no lo consigo.

Cuando ya no puedo más, pregunto al primero que pasa. "¿Belorussky Station?" Me dan unas indicaciones que no entiendo, pero digo que gracias por una extraña sensación de no querer molestar más.

Por suerte, después de unos rodeos llego a la estación de trenes. Es un edificio antiguo, sin gusto, del color del té verde. Me han advertido que no merodee mucho porque puede haber algún policía con ganas de pedir la documentación. Los turistas aún deben registrarse en cada ciudad solo al llegar, informando de los días que quieren pasar. Y el policía siempre puede encontrar que falta algún detalle.

En la entrada de la estación hay unas pantallas negras enormes con letras en rojo que indican las llegadas y las salidas de los trenes. Me es imposible entender nada, no intuyo ni los nombres de las ciudades. Me lo miro como si lo comprendiera y avanzo hasta las taquillas.

Cada ventanilla abre en un horario distinto. O sea, que si hay alguna con poca cola... es porque va a cerrar en breve. Si hay ventanillas con cola y sin nadie que las atienda, es porque van a abrir en unos minutos.

Me abandono a mi suerte y me coloco en una de las colas al azar. La gente tiene cara de prisa, espero no hacerles esperar más de la cuenta. En mi bolsillo traigo una papelito que es mi salvación. La recepcionista del albergue me ha escrito a mano una carta donde dice que soy un extranjero que no habla ruso y que quisiera un billete ida y vuelta a tal hora y en tal categoría a San Petersburgo.

Alargo el cuello y miro quien atiende en la taquilla. Es una chica joven con cara de no hablar ni una pizca de inglés. Lo compruebo al cabo de unos minutos, cuando llega mi turno. Paso cuidadosamente mi carta a través del hueco de la ventanilla. Le sonrío y ella me mira con desconfianza. Parece asqueada con la idea de atender a un turista que no sabe ruso. Se lee el papel sin relajar sus facciones. Me suelta un par de frases que parecen de enfado.

No sé de lo que se trata, así que sonrío otra vez intentando, inútilmente, ganarme su complicidad. Se molesta y escupe unas palabras más mientras procesa los billetes.

Al final, los imprime y me escribe en un papel el precio a pagar. Le abono la cantidad. Le sonrío. No me sonríe. Pero creo que ya lo tengo.