Albert Soler

Albert Soler

Periodista

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El nadador en la fiesta del periódico

Canapés de gambas.

Canapés de gambas. / Shutterstock

Desde que me dijeron que en esta vida, para triunfar, uno debe cultivar las relaciones sociales, no me pierdo un sarao. Además, y esto es lo más importante, en los saraos dan de comer, y mi aspiración es llegar a alimentarme por completo de este modo. En el cuento (y película) 'El nadador', de John Cheever, Ned se propone llegar a su hogar desde la casa donde se encuentra, saltando de piscina en piscina de los vecinos, cruzando (creo) Los Angeles. Yo quiero llegar a alimentarme exclusivamente saltando de sarao en sarao, nótese que mi travesía es mucho más dura que la de Ned, la suya duraba una tarde, la mía, una vida. Mi cuento se llamará 'El gorrón'.

Ser periodista obliga a sobrevivir así, el sueldo es el que es, si bien también lo facilita, vaya una cosa por la otra. Ayer cené en la fiesta del 135 aniversario de Diari de Girona, el fin de semana anterior comí en la presentación de un hotel en Begur, tiempo atrás en la fiesta del turismo, no hace mucho en la inauguración en Girona una tienda de bicicletas (de qué, si no), hace un mes en la gala de los premios Rahola (Carles, no Pilar); la otra semana tuvo lugar la cena de los premios de la Mujer, lugar especialmente indicado, las señoras comen poco, sobre todo a pocas semanas del verano, y es más fácil llegar a las croquetas... Cada día, no muy lejos de usted, lector, hay canapés gratis en algún lugar; se trata solo de organizarse. En noches electorales, me ofrezco al director para recorrer todas las sedes de los partidos políticos, donde se pescan cervezas, bocadillos, tortilla de patatas y bollería; se recomienda ir a la sede de los derrotados, donde sobra comida (han perdido el hambre) y absolutamente todo el cava. Llega ahora la temporada de festivales musicales en la Costa Brava, donde siempre hay cena para la prensa: yo elijo los espectáculos a cubrir según la calidad de los refrigerios (con el tiempo, uno conoce dónde ofrecen mejor comida) y obviando la propuesta musical, soy capaz de ir a hacer una crítica de ballet clásico si me consta que allí hay buena cena y barra libre (esto último, por desgracia, cada vez más inhabitual). Aprovecho para remarcar que no fui invitado a la fiesta de no sé qué premios de El Periódico, es igual cuáles fueran, los esperaba con ganas y con hambre, espero que el próximo año se subsane el incomprensible error.

Por la manera como se abalanza la gente sobre los refrigerios, sé que no soy el único que se ha propuesto subsistir pasando de convite en convite. Ayer, mi error fue pedir, de golpe, un vino y una cerveza: la gente pensó que soy una persona amable que llevaba la bebida a otro, cuando era todo para mí, por ahorrarme un viaje. El problema fue que, hasta acabar la cerveza, no tuve una mano libre para atrapar piscolabis y bocadillos. De estos errores se aprende, también Ned tuvo dificultades imprevistas en su trayecto de piscinas, incluso tropezó con una amante despechada. No fue mi caso.

De relaciones sociales, bien, gracias, en un futuro también pueden servir para alimentarme. En lo que va de año, entre una fiesta y otra, he hablado con políticos, abogados, empresarios, con mi director, con mi exdirector, con un director general y con el consejero delegado de Prensa Ibérica (aquí su humilde servidor, para lo que haga falta) y con el gerente del diario (a quien, después del tercer vino, sugerí mejoras de cara a próximas ediciones de los premios, como espectáculo porno en vivo). Si después de esta no me ponen despacho y secretaria voluptuosa, yo ya no sé.

Si alguien sabe donde hay sarao esta noche, que avise, que empiezo a tener hambre. 

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