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Apaga (la tele) y leámonos

Mercedes Milà, en la presentación de la 16ª edición de ’Gran Hermano’, en septiembre del 2015. 

Mercedes Milà, en la presentación de la 16ª edición de ’Gran Hermano’, en septiembre del 2015.  / GOYO CONDE / MEDIASET

Es sorprendente la capacidad del ser humano para tomar la peor interpretación de algo cuyo supuesto fin es la crítica social, que debería hacernos reflexionar y adquirir valores morales, y sacar el máximo beneficio económico de ella. Así sucedió, por ejemplo, con la obra 1984, de cuyo personaje Gran Hermano toma su nombre y filosofía el famoso 'reality show' por excelencia, el rey de la 'telebasura'. Me imagino perfectamente a Orwell retorciéndose en su tumba ante la imagen de una muchedumbre hipnotizada delante de una televisión que llena (no alimenta, ojo) sus mentes a base estiércol.

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Lo mismo está ocurriendo ahora con el 'reality show' ruso 'Game2: Winter', inspirado en la saga 'Los juegos del hambre', que consistirá en la supervivencia de 30 hombres y mujeres en un bosque de Siberia con temperaturas de -40ºC durante nueve meses. Lo peor es que en dicha barbarie, estarán permitidos el asesinato y la violación aunque quienes los cometan deberán enfrentarse, evidentemente, a las consecuencias legales. Pero quienes los sufran no podrán quejarse. ¿Hasta dónde hemos llegado?

Al público le gusta ver a personas peleándose, gritándose, faltándose al respeto y acostándose. La vulgaridad en su máximo exponente. Pero ahora hemos ido al límite: la morbosidad de la audiencia es tan enfermiza que, al parecer, las violaciones y los asesinatos venden; lo que supone ya la pérdida de cualquier atisbo de moralidad que quedase en los productores y en los telespectadores. Mucho avance y mucho cuento chino, pero no nos diferenciamos en nada de aquellos romanos que disfrutaban viendo cómo los gladiadores se mataban entre sí.

La oferta televisiva deja mucho que desear y no ayuda a paliar el problema, pero tampoco lo hace el hecho de que prácticamente cualquier manifestación cultural es un bien que no está al alcance de todos. Ir al teatro, a un concierto, a un museo o incluso mantener actualizada tu biblioteca o ir al cine un día que no sea el del espectador, se han convertido en privilegios elitistas que no todo el mundo puede (o está dispuesto a) permitirse. Pero al final, nosotros decidimos quiénes queremos ser, y por eso, humildemente desde detrás de mi teclado te doy un consejo: apaga la tele y abre un libro, no te arrepentirás.

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