Opinión | Verdiales

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Periodista y escritora

No soy normal, pero sí feliz

Casi un año después de todo lo que supuso 'Una homosexualidad propia', yo no soy la misma. Ese libro me cambió, me hizo ser todavía más empática y darme cuenta de que, pese a lo mucho vivido, soy una mujer afortunada

La escritora Jeanette Winterson, autora del libro '¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?'

La escritora Jeanette Winterson, autora del libro '¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?' / Marta Pérez / EFE

Mi intención era haber publicado este artículo hace justo un año. Ese era el plan. Eso quería. Después de darle no pocas vueltas, de sopesarlo como se cavilan las decisiones que pueden cambiarte la vida, para bien y para mal, se lo propuse a una amiga que dirige una conocida revista. “Para mí es un placer y un honor publicar cualquier texto tuyo. Y, por supuesto, esto que me propones me parece muy interesante y especial”, me dijo ella. ¿Qué le había propuesto yo?

En el WhatsApp que en su día le mandé, esta era mi proposición: “Como sabes, el 26 de abril es el Día de la Visibilidad Lésbica, y llevo tiempo queriendo escribir un texto de autoconocimiento. Creo que ha llegado el momento, y me encantaría hacerlo de tu mano”. De acuerdo las dos, ilusionadas, quedamos en vernos a lo largo de las semanas siguientes para hablar del artículo en cuestión, para bajarlo del cielo literario a la tierra periodística.

Entretanto, mientras yo empezaba a bosquejar aquel texto en mi cabeza, mientras maduraba el modo de hacerlo con las dos personas a las que más quiero, en quienes más confío, quedé, un martes cualquiera (quizás era miércoles), a almorzar con mi editora. Ella vive en Barcelona e intentamos vernos, para que la distancia no devenga en olvido narrativo, que es de los peores, cada vez que viene a Madrid.

En esa comida hablamos, sobre todo, de la novela que entonces (digo entonces porque, tras la muerte de mi padre, la guardé en el cajón, de donde espero sacarla algún día) estaba escribiendo, la siguiente después del Premio Nadal, con todo lo que eso supone, tanto para la escritora como para la editorial. Ya al final, en mitad del café, le comenté, de pasada, pero consciente, temerosa de no contar con su aprobación, pues mi necesidad de complacer es casi tan paralizante como mi inseguridad, que tenía pensado publicar un artículo con motivo del Día de la Visibilidad Lésbica.

Las palabras adecuadas

A medida que le iba contando, que iba buscando, con nerviosismo y cuidado, las palabras adecuadas para no incomodarla, su cara empezó a cambiar y yo, predispuesta siempre para las malas noticias, interpreté aquellos gestos como una negativa. Y me puse, en pocos segundos, sin haber escuchado aún su veredicto, en lo peor: aquel texto era un disparate que podía arruinar, qué sé yo, el buen nombre del galardón literario más antiguo de España… Nada más lejos de la realidad.

“¡Pero eso es un libro, Inés!”. Esa fue la respuesta de mi editora. Sin pretenderlo, me lanzó un órdago y una oportunidad. Al principio, no supe qué decir. Una cosa era un texto de unos cuantos miles de caracteres, publicado un día muy concreto, puntual, fácilmente olvidable, y otra, muy distinta, un libro, con su pervivencia, su poso y presencia, su exposición. Me propuso meterlo dentro de la colección Referentes de la editorial Destino, en la que apareció, por ejemplo, el emocionante y movilizador '¡Indignaos!' de Stéphane Hessel, e intentar que saliera lo antes posible, tal vez a finales de junio, para que coincidiera con los días de mayor movilización de la comunidad LGTBIQ+.

Nunca me he sentido parte de ninguna comunidad. Jamás me he identificado con un movimiento; como mucho, con el feminismo, pero para mí es un modo de ser y de estar, de habitar el mundo en pos de la igualdad. Bastante he tenido con construir una identidad propia, más difícil de sostener, incluso, que la habitación desde la que escribo. Pero supe que no podía decir que no, que debía dar ese paso, literario y vital, y me comprometí. Porque fue un compromiso. Eso es para mí la escritura. Entiendo que lo personal es siempre político, y de nosotros depende convertirlo en poético.

Así fue como nació 'Una homosexualidad propia', un 'librito' (me gusta llamarlo así por su extensión, 136 páginas, pero también para restarle trascendencia, para quitarle, y quitarme, importancia) que, desde que se publicó, el 21 de junio de 2023, día del aniversario de la muerte de mi madre, sólo me ha traído alegrías. Y eso que su llegada a las librerías coincidió con uno de los momentos políticos, y por tanto sociales, más convulsos de los últimos años en nuestro país.

Una respuesta emocionante

La ultraderecha había accedido, por primera vez en nuestra joven e inexperta democracia, a gobiernos autonómicos y locales y, desde ahí, amenazaba con cercenar derechos que, entonces nos dimos cuenta, nunca están garantizados. Viví aquellos días con un cierto miedo, lo confieso. Temía la reacción que mi libro pudiera suscitar. Una vez más, me equivoqué. La respuesta de mi familia, de mis amigos, de la prensa y de los lectores, la más importante de todas, fue emocionante.

Casi un año después de todo aquello, yo no soy la misma. He cambiado. Ese 'librito' me cambió. Me hizo ser todavía más empática. Me hizo darme cuenta de que, pese a todo lo pasado, lo sobrevivido, soy una mujer afortunada que, parafraseando el título del libro de Jeanette Winterson, eligió ser feliz en lugar de normal.

“Toda mi vida he trabajado desde la herida. Curarla significaría poner fin a una identidad, la identidad definidora. Pero la herida curada no es la herida desaparecida; siempre habrá una cicatriz. Siempre se me podrá reconocer por mi cicatriz”, escribe Winterson en esas páginas. Así es. Por eso la escritura no es terapéutica ni reparadora, no cura ni alivia. La escritura, la mía, al menos, visibiliza las cicatrices.