Filosofías tecnoutópicas

Colonizar Marte, humanos inmortales y una IA omnipotente: la "peligrosa" ideología que impulsa las obsesiones Silicon Valley

De la utopía al apocalipsis: las dos almas que pugnan por el dominio de la IA

Entre el 'hype' y el miedo: los intereses comerciales marcan el frenesí de la IA

Elon Musk y  Nick Bostrom

Elon Musk y Nick Bostrom / EPC

Carles Planas Bou

Carles Planas Bou

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Colonizar Marte, construir máquinas conscientes, conectar nuestra mente a Internet o alcanzar la inmortalidad. Las fantasías que soñó la ciencia ficción se han convertido en los retos que ahora obsesionan a los gurús tecnológicos de Silicon Valley. Milmillonarios como Elon Musk o Jeff Bezos, al frente de algunas de las empresas más poderosas del mundo, ansian diseñar el futuro de la humanidad a su medida. Son una minoría elitista, pero detrás de sus proyectos megalómanos se esconde un amalgama de controvertidas corrientes ideológicas que, regadas con miles de millones de dólares, cuentan con cada vez más influencia global. Sin embargo, a medida que crece su poder también lo hacen las denuncias de críticos que ven en ellas un "peligro" para la sociedad.

La filosofía favorita de la industria tecnológica en Estados Unidos es el Largoplacismo. Esta teoría, nacida en la Universidad de Oxford a principios de siglo, defiende que nuestras acciones no deben tomarse pensando en los problemas de la actualidad, sino anteponiendo el hipotético beneficio de los humanos de un futuro utópico dentro de 10.000 o más años. Este dogma cree, por ejemplo, que si el cambio climático no provoca la extinción de la civilización global —aunque inunde islas y mate a miles de personas— será solo "un pequeño paso en falso para la humanidad", según pontificó en 2007 el filósofo sueco Nick Bostrom, su principal ideólogo.

Los largoplacistas han creado el término "riesgo existencial" para referirse a una serie de amenazas futuras que equiparan al apocalipsis. La crisis medioambiental podría entrar ahí, pero las que más han destacado son la guerra nuclear, las pandemias o una ficticia inteligencia artificial con autoconsciencia como Terminator.

Una catástrofe no existencial que provoque el colapso de la civilización mundial es, desde la perspectiva de la humanidad en su conjunto, un contratiempo potencialmente recuperable: una masacre gigantesca para el hombre, un pequeño paso en falso para la humanidad

Nick Bostrom

— Filósofo sueco, padre del Largoplacismo

El año pasado lograron secuestrar la atención mediática mundial al publicar una carta en la que académicos de renombre —como el investigador Yoshua Bengio, considerado uno de los padrinos de la IA; el cofundador de Apple Steve Wozniak; o el intelectual Yuval Noah Hararipedían pausar detener durante medio año el desarrollo de la IA por temor a que desembocase en "profundos riesgos para la humanidad". Para el informático teórico Eliezer Yudkowsky esa pausa era insuficiente, así que abrió la puerta a bombardear los centros de datos.

Miedo e influencia

Estos argumentos especulativos, advierten los expertos, apelan al miedo como maniobra de distracción para minimizar los problemas reales generados por esta tecnología, como la discriminación algorítmica, el consumo energético o la pérdida de puestos de trabajo. "Imponen unos problemas apocalípticos tan lejanos e hipotéticos que es casi imposible debatirlos", apunta Albert Sabater Coll, director del Observatori d'Ètica en Intel·ligència Artificial de Catalunya. "La idea de que la IA matará a todos los humanos es una especulación sin base alguna", añade Melanie Mitchell, catedrática de Complejidad en el Instituto Santa Fe.

El largoplacismo empezó como una doctrina moral minoritaria, pero hoy cuenta con una influencia desproporcionada" entre la élite económica. Magnates tecnológicos como el empresario Peter Thiel; Jaan Tallinn, desarrollador de Skype; Vitalik Buterin, creador de la plataforma de criptomonedas Ethereum; el inversor de capital riesgo Marc Andreessen; o el propio Musk han ayudado a propagar este movimiento a través de inversiones milmillonarias. "Esa visión del mundo apela a los más ricos porque les proporciona una excusa moral perfecta para ignorar problemas como la pobreza y les recompensa por centrarse en un futuro lejano", explica el filósofo tecnológico Émile P. Torres, especializado en temas de extinción humana.

Todos ellos propagan sus intereses a golpe de talonario. Con sus inyecciones de capital apoyan organizaciones de prédica y presión como el Future of Life Institute, que ya influye en el redactado de las leyes sobre IA que se debaten en EEUU y Reino Unido. "Tienen mucho dinero y están tratando de inclinar la balanza para que la regulación les favorezca", advierte el neurocientífico cognitivo Gary Marcus. Sabater denuncia que organismos internacionales como el FMI o el Banco Mundial den visibilidad y legitimen el discurso de estas figuras.

"Esa visión del mundo apela a los más ricos porque les proporciona una excusa moral perfecta para ignorar problemas como la pobreza y les recompensa por centrarse en un futuro lejano"

Émile P. Torres

— Filósofo tecnológico especializado en la extinción humana

Filantropía interesada

Esta visión forma parte de una matrioshka de controvertidas corrientes de pensamiento agrupadas en el acrónimo TESCREAL, acuñado por la científica computacional Timnit Gebru. Entre ellas destaca el Altruismo Eficaz, un movimiento filantrópico que dice usar "la evidencia y la razón en busca de mejores formas de hacer el bien", centrándose, de nuevo, en los problemas de los humanos del futuro. Por eso pide realizar donaciones a organizaciones benéficas en base a su supuesta eficacia y optimización, dos criterios que también obsesionan a Silicon Valley. Su promotor y mecenas más mediático es Sam Bankman-Fried, el chico prodigio de las criptomonedas condenado a 25 años de cárcel por fraude y blanqueo de dinero.

Sus críticos advierten que esa lógica utilitarista y racionalista de la caridad puede llegar a conclusiones inquietantes. "Salvar vidas en los países pobres puede tener efectos dominó significativamente menores que mejorar vidas en los países ricos. ¿Por qué? Los países más ricos tienen mucha más innovación y sus trabajadores son mucho más productivos económicamente", escribió en su tesis doctoral de 2013 el filósofo Nick Beckstead, figura clave de esta corriente.

Los problemas que dicen querer resolver, además, están marcadamente sesgados. "Es (un movimiento) muy blanco, muy masculino y dominado por trabajadores de la industria tecnológica. Y está cada vez más obsesionado con ideas y datos que reflejan la posición de clase y los intereses de sus miembros en lugar de un deseo real de ayudar a la gente", escribió en 2015 el periodista Dylan Matthews.

Crear y domar una IA todopoderosa

Otro de sus postulados troncales es el Singularitarismo, la creencia futurista en una superinteligencia artificial todopoderosa. Su creación podría suponer un cataclismo "tan malo o peor" que la extinción de la humanidad, pero de domarla podría ser una gran aliada para solucionar mágicamente grandes problemas como el cambio climático. Así, aboga por hacer todo lo posible para convertir esa hipotética IA en nuestra amiga. Según ha elucubrado el influyente filósofo William MacAskill, cada inversión de 100 dólares en ese objetivo tendría "un impacto tan valioso como salvar 1.000 millones de vidas".

Este credo explica la acelerada carrera comercial que lidera OpenAI, finanzada por Microsoft, para desarrollar una hipotética IA superior a los humanos, una "obligación moral" que también obsesiona a otros gigantes tecnológicos como Google (con DeepMind), Amazon (con Anthropic) o Meta, empresa matriz de Facebook. "Su influencia es desproporcionada, si no fuese por estas ideologías creo que hoy no se hablaría de IA", opina Torres.

"La idea de que la IA matará a todos los humanos es una especulación sin base alguna"

Melanie Mitchell

— catedrática de Complejidad en el Instituto Santa Fe

Matar a la muerte

Para los TESCREAL, la creación de una superinteligencia es el medio para alcanzar el fin deseado: una tecnoutopía en que la humanidad logre crear abundancia, colonizar el universo y alcanzar la inmortalidad. La primera inicial del acrónimo responde al Transhumanismo, una corriente que aboga por el uso de la ingeniería para "mejorar" radicalmente la especie humana y crear una raza superior con mayor cognición y longevidad. Torres y Gebru consideran que este es el pilar ideológico de TESCREAL, pues fue ideado a principios del siglo pasado. De ahí nacen otras corrientes como el Extropianismo, cuya misión es alcanzar la vida eterna, o el Cosmismo, que además de matar a la muerte también sueña con la colonización del universo.

Esas ideas futuristas son el sostén intelectual que da forma a muchas de las actuales fijaciones de Silicon Valley: viajar a Marte, incrustar chips cerebrales con IA para adquirir capacidades telequinéticas o conservar cerebros humanos para algún día "descargarlos" en un ordenador, un proyecto finanzado por Sam Altman, jefe de la empresa que ha creado ChatGPT. El Transhumanismo también está detrás de la reprogramación celular, una técnica que consiste en la manipulación genética de células con la intención de rejuvenecerlas. Caso paradigmático es el del millonario Bryan Johnson, que toma más de 100 pastillas al día y se inyecta plasma de su hijo de 17 años para vivir hasta los 200 años. Una pseudoterapia similar a la promocionada en España por Pablo Motos.

"Predican una visión que tiene poco que ver con la realidad y mucho con los intereses comerciales de las grandes tecnológicas", asegura Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia. Según este filósofo de la Universidad de Málaga, el Transhumanismo promueve una visión "muy sesgada de la sanidad que busca convertir a todos los seres humanos en pacientes" y lo hace mezclando propuestas con parte de realidad, como los implantes cerebrales, con "propaganda pseudocientífica para llamar la atención", unas promesas "desmedidas y absurdas" que, a largo plazo, "pueden ir en detrimiento de la propia investigación". Además, advierte que la modificación genética abre la puerta a "escenarios preocupantes", como el mundo de discriminación genética que planteó la película Gattaca.

"Predican una visión que tiene poco que ver con la realidad y mucho con los intereses comerciales de las grandes tecnológicas"

Antonio Diéguez

— catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Málaga

"Racista, clasista y capacitista"

Para críticos como Torres, el mayor peligro de TESCREAL reside en que este cóctel ideológico se enraiza en la eugenesia, una corriente pseudocientífica que aboga por la modificación genética para 'perfeccionar' la raza humana. Aunque esta filosofía ya fue anticipada por Platón, su apropiación más salvaje fue bajo el régimen nazi de Adolf Hitler, cuyas políticas raciales desembocaron en la esterilización y ejecución de cientos de miles de personas con discapacidades o que no coincidian con el ansiado ideal de la raza aria.

Tras ese período oscuro, la eugenesia se modernizó gracias al impulso del biólogo británico Julian Huxley, inventor el término Transhumanismo. El primer presidente de la UNESCO y hermano del célebre autor Aldous Huxley reformó esa corriente apartándola de la cuestión racial, pero promovió controles de natalidad como la esterilización de personas con discapacidad intelectual, una castración forzada que incluso ha seguido hasta nuestros días. En EEUU, país central en el movimiento eugenésico, esta práctica violó mayoritariamente los derechos de mujeres negras, latinas e indígenas.

Distintos expertos denuncian que esa raiz "racista, clasista y capacitista" sigue presente en el movimiento TESCREAL, si bien adornada con argumentos pretendidamente científicos, algo que, para Torres, es una "pura cuestión de relaciónes publicas". En 1993, el filósofo australiano Peter Singer, figura eminente del Altruismo Eficaz, propuso permitir el asesinató de bebés con "discapacidades graves" para evitar así la carga social que, asegura, suponen. Otros promotores de este culto como Bostrom ven un peligro en que "el coeficiente intelectual se correlaciona negativamente con la fertilidad en muchas sociedades", eso es, que una mayor tasa de natalidad entre aquellos supuestamente menos listos llevaría a una involución genética de la especie humana. Teniendo en cuenta que los países en los que se tienen más hijos están en África, el vínculo racial con esa corriente parece claro. Más si tenemos en cuenta que, en 1996, el propio Bostrom escribió: "Los negros son más estúpidos que los blancos. Creo que es probable que los negros tengan un coeficiente intelectual medio inferior al de la humanidad en general".

De ahí nace la obsesión pronatalista de la elite económica, que fomenta la reproducción de los "más inteligentes" para mejorar la especie y aumentar la productividad. Musk, el segundo hombre más rico del mundo, ya ha tenido nueve hijos con la misión de frenar un descenso de la natalidad que ve como "el mayor peligro al que se enfrenta la civilización". Para el periodista Paris Marx, se trata de una estrategia para conservar su estatus en la cima de la jerarquía social. "Quieren ser vistos no sólo como personas que han tenido la suerte de amasar grandes fortunas, sino como intrínsecamente —incluso genéticamente— superiores a todos los demás", denuncia.

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