Radiografía de un eje icónico

Vecinos del Passeig de Gràcia: "Es fuerte que venga gente de tan lejos para retratar tu casa"

Andrea Acquarone en la terraza de su ático en Passeig de Gràcia.

Andrea Acquarone en la terraza de su ático en Passeig de Gràcia. / FERRAN NADEU

Helena López

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El número 130 del Passeig de Gràcia, la finca contigua a la Casa Fuster, es seguramente una rara avis en la calle más cara de ese Monopoly llamado Barcelona. Pese a haber sido construida en 1909 por el mismo arquitecto que este hotel de cinco estrellas "gran lujo" –esa es su catalogación exacta–, Lluís Domènech i Montaner, basta cruzar la puerta de la escalera para ver que esta no es la finca que uno imagina encontrar en la más señorial de las avenidas de la ciudad. Bicicletas y cochecitos de bebé bajo de los buzones dan la bienvenida al visitante. La escena habitual de las fincas sin ascensor, como es el caso.

Según explican, en la finca no hay ninguna vivienda turística por voluntad expresa de la propiedad. "Menos un matrimonio que lleva aquí 30 años, la memoria del bloque, la mayoría de los inquilinos somos parejas jóvenes con niños", explica Andrea Acquarone, periodista italiano que vive en el ático, en la vieja casa del portero, junto a su mujer, catalana, y sus dos niñas de 3 y 7 años.

Andrea Acquarone, vecino que reside en un ático del Passeig de Gràcia.

Andrea Acquarone, vecino que reside en un ático del Passeig de Gràcia. / FERRAN NADEU

Su intención no era mudarse al Passeig de Gràcia –algo que pocas personas se pueden llegar a plantear– pero, buscando un ático con terraza en el barrio de Gràcia, lo que en principio era su objetivo, encontraron en un portal inmobiliario el anuncio de un piso absolutamente destrozado y medio quemado, pero con una terraza privilegiada. "Hasta finales de los 80 aquí vivió la viuda del portero, pero cuando murió lo dejaron abandonado hasta que lo pusieron en alquiler", explica Acquarone, satisfecho del acuerdo que alcanzaron con la propiedad. Ellos arreglarían la entonces ruinosa vivienda –algo que requería una inversión importante, pero que podían asumir–, a cambio de un contrato largo para los tiempos que corren, de 12 años, a un precio 'razonable' -1.200 euros al mes-, dado que estamos hablando de un ático en el mismísimo Passeig de Gràcia.

Quizá para alguien puede ser un problema, pero a nosotros nos gusta que las manifestaciones pasen por aquí abajo

Andrea Acquarone

— Vecino del Passeig de Gràcia

Lo discreto del portal de la finca, cuyos bajos acogieron durante 25 años la discoteca Martin's, el primer local de ambiente de Barcelona, en funcionamiento entre 1985 y 2010, hace que, si a alguien lo llevaran con los ojos vendados hasta allí y le quitaran la venda en plena escalera, sería muy muy difícil, por no decir imposible, adivinar dónde se encontraba. De hecho, el propio Acquarone, quien hace vida en el barrio de Gràcia, donde sus hijas van a la escuela y en cuyas plazas juegan por las tardes, a veces no es muy consciente del privilegiado enclave en el que viven hasta que bajan a la calle y ven turistas haciéndose selfis para subir a Instagram frente a la Casa Fuster.

"Un lugar que significa algo"

"Es fuerte pensar que hay gente que viene de la otra punta del mundo para fotografiar tu casa", reflexiona el periodista, quien considera que lo mejor de vivir en este enclave es lo bien comunicado que está. "Por aquí pasan 30.000 autobuses y tienes el tren y el metro, y las motos de alquiler en la puerta; ese es el privilegio; que tengas Cartier o Chanel o Valentino me da igual", señala este vecino, a quien también le gusta vivir en una calle "que significa algo para mucha gente". "Quizá para alguien puede ser un problema, pero a nosotros nos gusta, por ejemplo, que las manifestaciones pasen por aquí abajo", concluye el hombre, desde cuya terraza con sofás hechos de palés reciclados se ve la Torre Deutsche Bank, en la otra acera de enfrente, cuyo ático se considera el piso más caro de ciudad. Recientemente fue vendido por 40 millones de euros.

Una virtud del paseo es que le pasa un poco como a Venecia, que partir de una determinada hora el turismo es como si se desvaneciera

Josep Cuní

— Vecino del Passeig de Gràcia

Acquarone no es el único periodista que vive, ni mucho menos que ha vivido, en el Passeig de Gràcia. El mismisimo Gabriel García Márquez compró un piso en la más monumental de las calles de la ciudad, donde reside también, desde hace 25 años, Josep Cuní, a quien no le pasa por la cabeza marcharse de allí. "No como acto de resistencia, sino porque es el lugar en el que más tiempo he vivido; un lugar que entiendo como el alma de Barcelona, donde tengo la suerte de vivir", señala quien fuera durante años el despertador de Catalunya.

Vivir en el Passeig de Gràcia tiene un especial glamur y, como todo lo que tiene glamur, tiene sus luces y sus sombras

Josep Cuní

— Vecino del Passeig de Gràcia

Lo que más valora es estar en el centro de la ciudad. "Siempre creo que llego antes andando que en transporte, que no es verdad, pero es una fantasía que me hago yo", relata Cuní, a quien le encanta "esa sensación de estar en el kilómetro cero". "Una virtud del paseo es que le pasa un poco como a Venecia, que a partir de una determinada hora el turismo es como si se desvaneciera", prosigue el comunicador, quien añade que "vivir en el Passeig de Gràcia tiene un especial glamur y, como todo lo que tiene glamur, tiene sus luces y sus sombras". La principal sombra es, indiscutiblemente, la presión turística. Tener que abrirse paso entre los grupos de turistas para entrar en tu casa.

Antiguamente el Passeig de Gràcia concentraba el 60% de los bufetes de la ciudad, pero casi todos han ido abandonando

Josep Carbonell

— Socio director de March & Associats

Algo parecido le sucede, en su caso para entrar en el trabajo, al letrado Josep Carbonell, socio director de March&Associats, uno de los últimos grandes despachos de abogados del paseo. "Antiguamente, concentraba el 60% de los bufetes de la ciudad, pero casi todos han ido abandonando", recuerda Carbonell, quien lleva 16 años trabajando junto al Palau Robert. "Primero fueron viviendas, después oficinas, y ahora otra vez viviendas, pero dedicadas al turismo de lujo", señala el abogado, quien describe el Passeig de Gràcia de 2023 como un centro comercial de tiendas de gran lujo al aire libre. "Es muy curioso porque es como el mundo al revés: muchas veces hay auténticas colas frente a esas tiendas", relata el abogado, quien, pese a todo, se siente un privilegiado de poder seguir trabajando en un lugar que "sigue muy agradable".

Miquel Pereira, el vendedor con más antigüedad de la tienda Santa Eulàlia, en el paseo de Gràcia.

Miquel Pereira, el vendedor con más antigüedad de la tienda Santa Eulàlia, en el paseo de Gràcia. / Manu Mitru

También testigo directo de la transformación de la calle es Miquel Pereira, vendedor desde hace 28 años en Santa Eulàlia, junto a la sastrería Bel, los únicos comercios locales que quedan en el paseo, una arteria que otrora concentraba también las sedes de las principales entidades bancarias del país, hoy reconvertidas en hoteles (el exponente más famoso es el Mandarín, en la antigua sede del Banco Hispano-Americano).

Me gustaba el Passeig de Gràcia de hace 30 años, pero me gusta más ahora; es más cosmopolita

Miquel Pereira

— El vendedor más veterano de Santa Eulàlia

Poco queda del Passeig de Gràcia de 1995, en el que entró a trabajar un joven Pereira. "Era un sitio tranquilo, donde las tiendas eran más de toda la vida: Gonzalo Comella, Mosella [en los bajos de la Pedrea], Furest, Vinçon...", enumera el experimentado vendedor. La gente que paseaba por aquel entonces frente a Santa Eulàlia era mayoritariamente gente local, "y, el fin de semana, de comarcas", prosigue Pereira, quien añade que, en el caso del histórico comercio en el que él trabaja, una parte muy importante de la clientela sigue siendo local.

"Me gustaba el Passeig de Gràcia de hace 30 años, pero me gusta más ahora; es más cosmopolita. Me gusta ver a la gente, el ambiente...", concluye, optimista.

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